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River pudo con Boca: la pólvora de Álvarez y la emoción de Gallardo (¿en su último superclásico?)
El cordobés fue la figura con dos golazos para el 2-1 en el superclásico; el técnico vivió una gran alegría en la cuenta regresiva sobre lo que será su futuro
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De resolver el partido más importante del fútbol argentino se encargó el jugador más determinante y decisivo que surca las canchas en los últimos dos meses. Julián Álvarez es la pólvora del variado arsenal futbolístico de River. Con 21 años, un prodigio de potencia y sensibilidad. Siempre con las antenas paradas. Un martirio para los defensores, que no lo paran ni lo encuentran.
Justo en la semana que River presentó la Fundación Ángel Labruna, al que Marcelo Gallardo le rindió homenaje con una corbata con el mismo diseño que usaba el entrenador del bicampeonato de 1975, Álvarez rompe defensas y quema redes con movimientos comparables a los del goleador histórico de River. El cordobés encorva la espalda, prende el turbo y quien pretenda frenarlo deberá desentrañar su catálogo de enganches, diagonales y piques la vacío.
El último jugador de River que convirtió dos goles en un superclásico en el Monumental fue Gonzalo Higuaín, en 2006. Pipita tuvo pronto un importante destino europeo, el mismo que debería esperarle a Álvarez en el corto plazo.
De sus siete goles en el torneo, seis fueron en los últimos cuatro cotejos. A partir del hat-trick frente a Newell’s en Rosario, su productividad se mide en el arco adversario y también en asistencias. Tuvo una aparición fulgurante hace casi tres años; después pasó por las oscilaciones lógicas de todo proyecto interesante, tutelado por un Gallardo que enseña y transmite mucho, pero que también exige sin concesiones. Por eso pasó al banco cuando su nivel decayó un poco. Nada anormal para una promesa que necesita tiempo. El tema es cómo lo usa, si lo desaprovecha o se agarra a las nuevas oportunidades que surgirán. Le llegaron con la lesión de Matías Suárez y se transformó en el mejor delantero de River.
Lo más destacado del supeclásico
River tuvo a sus conocidas convicciones futbolísticas y al demoledor Álvarez para adueñarse del superclásico y presentar su firme candidatura al título. Boca jugó con fuego muy temprano y se incendió solo. Iban 15 minutos, no se había terminado de armar el partido, cuando a Rojo le salieron mal sus cálculos de jugar al límite del reglamento. En el fútbol sin público, el ruido de algunas de sus patadas se escuchaban ante árbitros que hacían oídos sordos. Este domingo, sumó dos tarjetas amarillas en poco más de un minuto. En la segunda, embistió a destiempo a Palavecino. Discutible si era para amonestación o no, pero a Fernando Rapallini le llegó el clamor de las tribunas, esos rugidos que faltaban, para aumentar la gravedad del foul.
Boca se quedó con 10 y firmó la capitulación en un superclásico que tenía mucho por delante. Se despidió de la pelota y quiso aguantar sin saber cerrarse adecuadamente ante un rival que le movió la pelota y la recuperó rápida por presión adelantada. Por esa vía llegaron los dos goles. El primero, luego de un corte de Palavecino en campo rival; jugó con Álvarez, un relámpago en el arranque, el quiebre de cintura para desairar a Campuzano y sacar un derechazo que a Rossi le cayó por arriba como si fuera un meteorito.
El gol, que se sumaba a la expulsión, fue un quiebre para el superclásico, que pasó a tener una única dirección, la que le dio River. Boca se empequeñeció más de lo que podía esperarse por tener un futbolista menos. El equipo de Gallardo se sintió cómodo, sin ser excesivamente profundo. De esa faceta volvió a hacerse cargo Álvarez, con un exquisito toque de derecha para definir un centro de Simón, en una acción que había nacido en una intercepción de Casco en posición de N°8, donde capturó un defectuoso saque de arco de Rossi. A esas alturas, Battaglia había rearmado la línea de cuatro al sacrificar a Cardona con el ingreso de Zambrano.
La palabra de la gran figura
Más correcciones de Battaglia para el segundo tiempo, con Rolón y Medina, para oxigenar una línea media que no bloqueaba ni jugaba. Lo que no se modificó fue la tesitura del encuentro: River con el control y el dominio. Armani le quedaba en otra galaxia a Boca. Carrascal, que había ingresado por el lesionado Romero, era el único que desentonaba con pases imprecisos y alguna pérdida. El colombiano era el único que ponía nervioso al Monumental.
River pudo golear con situaciones de gol en los pies de Carrascal, Simón y Angeleri (remate en un poste). El descuento de Boca fue anecdótico, maquilló un poco la dura derrota en la última jugada del tiempo adicionado, con un cabezazo de Zambrano en un córner que Armani manoteó sin controlar.
Salvo que no concretó la goleada que tuvo en los pies, a River le salió todo: el día del regreso de los hinchas –el Monumental estuvo cubierto en más del 50 por ciento permitido-, cortó la racha de 11 años sin victorias ante Boca en el Monumental por torneos locales, reforzó su postulación al título, le quitó a Boca la última ilusión que le quedaba y sus jugadores recuperaron esa liturgia del festejo de cara a los hinchas. Gallardo, con los ojos vidriosos como pocas veces, observaba todo desde un costado. El arquitecto contemplando su obra. Los hinchas ya habían cantado que el “Muñeco no se va, no se va…”. “No podía haber sido mejor”, fue la síntesis de Gallardo. A través de su equipo, no le pudo haber hecho un mejor tributo a Labruna. Si fue su último baile en un superclásico, la melodía le endulzará los oídos por largo rato.
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