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River y el impacto de la eliminación que abatió a 80.000 almas que dieron todo para la hazaña
La inyección anímica, generada por el banderazo multitudinario y un recibimiento histórico, repleto de pirotecnia, no fue suficiente para que River pudiera lograr una hazaña que tanta motivación provocaba entre los hinchas durante los días previos a la semi de vuelta por un lugar en la final de la Copa Libertadores. Más allá de los reiterados intentos, incluidos 35 remates y decenas de centros al área, el equipo que dirige Marcelo Gallardo careció de la eficacia y lucidez que necesitaba para imponerse sobre Atlético Mineiro luego de caer por 3 a 0 en Belo Horizonte. Ni siquiera quedó el consuelo de poner en jaque la serie, debido a que el empate sin goles provocó un sentimiento de tristeza en las más de 80 mil almas que llenaron las tribunas del estadio Monumental, clausurado administrativamente por la Agencia Gubernamental de Control a raíz del uso de la pirotecnia, una sanción que se levanta al abonar una multa. Y esa desazón también se vio reflejada en el comportamiento del técnico, quien arribó al auditorio para brindar la conferencia de prensa pasada la primera media hora del miércoles 30 de octubre. Con un saludo seco, producto de la frustración que tenía, el entrenador no pudo ocultar el semblante envuelto en amargura. “Estamos golpeados: estábamos esperanzados con la posibilidad de jugar la final en nuestra casa”, reflexionó, minutos después de rechazar una botella de agua y sin ánimo para contestar demasiadas preguntas.
Aunque el protocolo periodístico de la Conmebol implica que cada DT debe estar acompañado por un futbolista, Gallardo acudió en soledad al sitio destinado al encuentro con el periodismo. Prefirió hacerse cargo, no eludió su responsabilidad, pese a que todavía no cumplió tres meses desde que asumió, y ahora puso el foco en el único objetivo que tiene en las ocho fechas restantes de la Liga Profesional: meter a River en el podio de la tabla anual para acceder a la próxima edición de la Libertadores, donde el club dice presente de manera ininterrumpida desde que fue campeón en 2015.
El próximo sábado, a partir de las 18, River tendrá que recibir a Banfield. Por eso Gallardo dispuso que este miércoles, desde las 17, el plantel se reencuentre en el predio de Ezeiza para iniciar la preparación de ese compromiso. El DT tendrá el desafío no sólo de recuperar anímicamente a sus dirigidos, visiblemente tristes cuando el colombiano Wilmar Roldán dio el pitazo final, sino que también deberá resolver una problemática que sigue vigente: el equipo anotó apenas un gol, y de penal, en sus últimas seis presentaciones.
Ante ese escenario, Gallardo sabe que no serán sencillas las semanas de noviembre y diciembre. Una breve recorrida por el anillo del Monumental y los diferentes sectores servía para advertir fácilmente la desilusión reinante. Los hinchas caminaban con los brazos caídos y rostros serios, sin ningún tipo de ánimo para sonreír. Aunque el cachetazo sufrido una semana atrás en Brasil servía como una suerte de anestesia, la motivación era tan grande con el transcurso de las horas, especialmente después del banderazo, que la eliminación caló hondo en cada rincón de un club que no detiene su crecimiento al mismo tiempo que se encuentra estancado en el plano internacional, donde otra vez fue superado por un equipo brasileño y, como si fuera poco, deberá ceder sus cómodas y modernas instalaciones para una final ajena, a disputarse el próximo 30 de noviembre.
“No puedo venir con la cabeza gacha. Debo venir y decir ‘acá estamos’. Asimilar el golpe: somos los responsables y estamos golpeados como el hincha”, admitió Gallardo, el único protagonista que dialogó con los medios de comunicación luego del adiós en la Libertadores. “Los tengo que acompañar”, agregó el DT, en alusión a sus jugadores, especialmente para consolar a los de mayor frustración, tal como sucedió con Paulo Díaz y Claudio Echeverri, quienes recibieron el saludo del Muñeco en el campo de juego, antes de irse al vestuario Ángel Amadeo Labruna, donde el clima fue de profundo dolor. Allí la decepción de los jugadores fue inexorable, marcando un contraste lógico tras haberse cargado de energías en las últimas horas del lunes gracias al respaldo masivo de la gente para transmitir un mensaje de esperanza que no alcanzó para torcer el rumbo ni cortar una racha que ya ostenta seis partidos sin triunfos.
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