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Leonardo Ponzio, el símbolo de River, reflexiona antes de su partido despedida: “No todo te tiene que venir de arriba”
Ídolo reciente, de la resurrección a la cúspide y dueño de 17 títulos, Leo Ponzio habla sobre el país, la cultura y el fútbol
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Al fondo a la derecha de una sala matizada de nostalgia, estira las piernas el hombre de algo más de 1,70m y algo menos de 70 kilos. Pequeño y enorme, Leonardo Ponzio se seca las lágrimas (“me conmueve cuando me dicen que soy una buena persona, lo de futbolista es relativo”) y acepta el juego de la charla distendida. Campeón de 17 títulos en River, la excusa es el partido despedida del día de la primavera.
“Es algo soñado. No hice una carrera para hacer un partido despedida. Son pocos los que tienen esta oportunidad. Yo vine de otro club y la gente me tiene un cariño enorme. Ahora se trata del después, cuando termine el partido despedida, me voy a dar cuenta de muchas cosas, voy a empezar a reflexionar. Me emocioné porque me tocaron el corazón. Ya se fue el jugador de fútbol, y queda la persona. Y ser buena gente, porque siempre estuve predispuesto para los demás. Eso es lo que prediqué, quise ser así, nunca me la creí, nunca fui yo solo. Porque después, que te digan fuiste un gran jugador de fútbol y esas cosas, qué sé yo… el ser buena gente lo tiene que sentir el otro. Y así lo sienten, por eso se me caen algunas lágrimas, de vez en cuando”, le cuenta a LA NACION. Alrededor bulle un mundo de gente que quiere escucharlo, en la presentación de ese partido que, él sabe, lo va a conmover (la fiesta será transmitida en vivo para toda Latinoamérica por el servicio de streaming de Star+). Pero para eso, falta. Aquí y ahora y durante un rato largo va a hablar de las pasiones. Del fútbol, del país: el León juega fuerte, no pide permiso.
–”Capitán eterno”, ídolo o solo un hombre que…
–… es fuerte. Porque capitanes van a seguir habiendo. Son épocas. Lo mejor que me puede pasar es que cada vez que me vean en el mundo River me quieran como persona, más allá de todo lo que gané. Nadie es eterno… Me incomoda, no me gusta ser el centro, el 21 voy a ser el centro de todo, me gusta pasar inadvertido.
–¿Estas en el mismo escalón que Amadeo, Beto, Enzo…?
–El tiempo... Después de Amadeo, estuvo Fillol y después Barovero. El tiempo te hace cada vez más grande. Hay gente que va a decir, ‘¿te acordás de este?’ Ahora, no. Me veo lejos de esos grandes. El tiempo dirá si puedo estar en ese mismo nivel.
–¿Qué sentías cuando jugabas? Los futbolistas retirados siempre se refieren a que esa cosquilla en la panza la pierden para siempre.
–Hoy no la tengo. Antes, era natural. Son cosas únicas. ¿Quisiera volver a sentir eso? Sí, toda la vida. Esa adrenalina antes de los partidos, las mariposas en la panza, de nervios. Y que la gente refleje lo que uno daba, con aplausos.
–¿Creés que la gente te convirtió en ídolo no solo por los títulos, sino por haber vuelto en medio del momento más oscuro?
–A mí me marcó. A partir del ascenso todos fueron logros. Logros, logros, logros. La gente, la institución, todos disfrutamos un volver a vivir. Hubo un porqué. Como cuando volvieron Fer [Cavenaghi], David [Trezeguet], Chori [Domínguez], la gente tiene adoración por los que empezaron el camino de la vuelta y la consagración en todos los niveles.
Siempre quiso ser jugador de fútbol. Le regalaban pelotas y botines, en cada día de la niñez, en cada cumpleaños. Si no hubiese pateado pelotas, se habría dedicado a la administración del campo. O a la ingeniería. El fútbol, el polo y el campo. ¿En ese orden? “Mi viejo es un hombre de campo, invertí mucho en el campo. La producción la manejo yo, los cultivos, tengo un ingeniero amigo, mi cuñado, que es el capataz. Hacemos trigo, soja, maíz, girasol, sorgo. Agricultura. Después, el día a día. Hay que subirse al tractor, yo voy dos o tres días a la semana.
–¿Y cómo te va?
–Bien. Sería muy egoísta si dijera que me va mal. Pero siempre hay que tener una ingeniería a la hora de invertir, de vender, de generar el margen para las producciones. Porque el factor climático lo es todo, hay muchas variables. Al contexto, al nivel país, seguramente si hubieran ideas o miradas diferentes nos iría mejor. A todos. Para lo que es el país en sí. Pero la política de turno marca para un lado, es respetable. Pero yo sigo insistiendo que se va a ser todo diferente si damos a entender que hay que trabajar, hay que estudiar, que los chicos tienen que educarse. El que quiere, puede trabajar. Hay que cambiar esa mirada. No todo te tiene que venir de arriba, “me lo tienen que dar, porque esto, por lo otro”. Porque, si no, todo el mundo se quedaría con los brazos cruzados. Hay que dar, para que vuelva. Hay que tener esa cultura. Va todo de la mano.
–¿Te sentís señalado como “hombre de campo”?
–Es una mirada para el que no sabe cómo es. Lo mismo pasa en el fútbol. Siempre hay un propósito en los mensajes: “Estos se la llevan, estos la sacan, la traen”. Hay que dar una mirada con más contenido y no vender un relato que no es.
–¿Crees que la crisis es cultural, más allá de lo económico?
–Sí. La gente se acostumbra a que todo lo quiere ya. Necesito, quiero, dame. “¿Tengo que trabajar diez años para tener una casa?” Sí. Vamos a tener que trabajar esos años o más. O tener tu propio coche. Hay que hacerlos entender que la vida es así. Si no, ¿qué es la vida? ¿Quedarte en tu casa? ¿Y qué sentido tiene? Tiene que ver más con los que nos conducen. Pasa por los mensajes. Yo puedo tener una opinión y vos otra, y deberíamos sentarnos e ir para el mismo lado.
–Ahí aparece la grieta.
–No me gusta estar de un lado ni del otro. Quiero que me escuches y yo entenderte a vos. Ahí se acabaría la grieta: tenemos que entendernos. Yo siento, con 40 años, con qué quiero vivir el día de mañana. La avaricia… es al pedo. Después vamos todos al mismo lado. Ejercer poder…, no, no. Ya está.
–La cultura del esfuerzo es, de algún modo, la historia de tu carrera.
–Todo te tienen que dar y después no nos llevamos nada, terminamos todos en el mismo lado. Yo te hago una catarsis, pero no quiero comerle la cabeza a nadie, no estoy a favor ni en contra de nadie.
–Es el River-Boca permanente, para todo.
–Permanente. Pero en el fútbol te gané o no te gané y listo. En el país va más allá. Mi vida la hice con algo que me gustaba. Mi vida la hice gracias al fútbol. Hay que hacer, no va por otro lado.
El fútbol le quitó la libertad. Se reencuentra, ahora, con los afectos. Se perdió varios cumpleaños de Paula, su hija. Actos de colegio. “Tiene 14, me da menos bola que antes, pero le digo te amo, le doy miles de besos”, cuenta. Quiere ser una suerte de manager, pero exige prepararse. Le piden charlas “para dar otra mirada, en otros ámbitos”. Cuando está en su pueblo, se trata de mates y campo. El polo lo apasiona, aunque más, los caballos. Le generan adrenalina. “Es un deporte de riesgo, no es joda. El caballo es un ser vivo, hay que ver cómo se levantó. Y la velocidad… se trata de respeto. No es para cualquiera. Me gusta estar sobre un caballo”, confiesa.
–¿Sos el ídolo que cambió el paladar millonario?
–(Risas) Eso hace mejor a la institución. Y cómo se lo ve al jugador de fútbol. Pasó algo: el Alonso, el Francescoli, el Gallardo, el Ortega, D’Alessandro… ya se ven pocos. Cambió el tiempo. Entonces, ahora ven al 5 que deja la vida por el equipo. Ven al pensante, al central con temperamento, al arquero que se impone. Yo quería encontrar una identidad, la encontré acá. Siempre tuve un propósito. Encontré un lugar donde brillar. Solo quiero que me recuerden sentado en una platea, viendo a River, con el mismo sentido de pertenencia.
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