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El 2022 de River: el año en que el “escapista” se quedó sin trucos
El balance anual del Millonario indica que perdió todos sus partidos trascendentales y que Marcelo Gallardo no pudo integrar sus refuerzos al equipo ni inculcarle la identidad que lo caracterizó durante su etapa
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“No pudimos construir un equipo que dé garantías”.
La definición puesta en la boca de quién durante ocho años honró cada uno de sus compromisos futbolísticos con solvencia máxima, pareció tan quirúrgica como necesaria. Solo la espalda infinita de un entrenador en su hora más sensible, podía ser capaz de diagnosticar el momento, incluyéndose en la crítica desde un lugar de máxima responsabilidad. Marcelo Gallardo lo hizo y a partir de su análisis todo lo que aflore como agregados, estará habilitado por esa descripción gráfica del momento.
Como una muestra gratis de la ciclotimia que caracterizó al año que se va, la postal del final resultó reveladora. En la ruleta de los penales, Pinola hincado intuía de espaldas a la realidad lo que se definía ciento ochenta grados por detrás, mientras Borja, también de rodillas pero de frente, se aventuraba a observar el desenlace por fatídico que fuera. Un River en dos direcciones contrarias. Extraviado. Confundido.
Ingresar al mundo del análisis invita a encontrar razones multicausales del comportamiento inédito del Millonario en el 2022. Casi todas involucran a los jugadores pero también al entrenador, tan influyente en los grandes momentos como ahora en tiempos de escasez. Vale la pena mencionar algunas:
- No pudo suplir las ausencias de Julián Álvarez y Enzo Fernández. Uno le daba gol y el otro construía el juego. Si faltaba volumen el delantero lo disimulaba con su contundencia. Cuando el equipo no tenía gran poder de fuego, el mediocampista hacía mejores a sus compañeros y las victorias llegaban por decantación. La actualidad europea los muestra a uno como debilidad futbolística de Guardiola y al otro como la mejor aparición de la liga portuguesa. Se sabía que sería complejo disimular sus ausencias. La realidad fue mucho peor de lo imaginado.
- El entrenador no pudo potenciar a ninguna de las incorporaciones. Poco podía objetarse de las elecciones en el mercado de compras. Cada nombre tenía sentido y jerarquía. Sin embargo, ninguno de los jugadores que se sumaron en el año le agregó al equipo un salto de calidad permanente. Aquello que el líder supuso que podría lograr de cada refuerzo se quedó en la teoría.
- Perdió el funcionamiento que lo hacía reconocible. La presión asfixiante, alta y armónica, la llegada profunda por las bandas, el juego interior directo y vertical. Atributos básicos de la carta magna del “gallardismo” perdieron definición este año. No hubo continuidad de grandes partidos, pero tampoco encuentros en los que el equipo sometiera de principio a fin a sus rivales como en otros tiempos. Apenas pequeños pasajes de los partidos, recordaron los mandamientos fundamentales del ciclo. Demasiado poco para competir en el alto nivel.
- Napoleón falló en la estrategia de algunas “batallas” decisivas. El clásico ante Boca en La Bombonera seguramente sea el ejemplo más acabado de un plan de juego, en algunos partidos extrañamente errático. Los cambios compulsivos minando la confianza de jugadores, que por otra parte tampoco se ganaron un crédito demasiado extenso, ayudaron a la inestabilidad. La merma evidente de algunos históricos también aportó su parte. La sumatoria trajo como consecuencia un tiempo inédito en el que el gran estratega pareció perder su hoja de ruta. Nunca estuvo en duda el “a que jugamos” pero se hizo más difuso el “como vamos a jugar”.
- Perdió todos los duelos decisivos del año. La marca registrada del ciclo, esa fortaleza mental que distinguió a River durante siete años, colapsó repetidamente. Tigre, Vélez, los dos clásicos y Patronato son los nombres propios que se aprovecharon con juego y fiereza de un equipo que por errores puntuales carísimos o deficiencias colectivas, perdió un intangible que nadie podía discutir.
Intentar obtener conclusiones de un ciclo que recién en el octavo año muestra la ausencia de títulos, define al éxito del proceso en general, pero es fácil suponer que un insaciable como Gallardo hará puertas adentro una evaluación exigente, que implique tomar algunas decisiones dolorosas. El impuesto que paga por su éxito es el de los francotiradores que agazapados y en silencio, esperaron con paciencia el momento de disparar sus dardos y ahora acechan por todos los flancos posibles. A diferencia de cada tiempo de recambio en los que siempre pudo reinventar su obra, esta vez al “escapista” se le acabaron los trucos.
Ganador empedernido, cuesta imaginar al año próximo sin el DT sentado en el banco. Dependerá de la clasificación a la Libertadores, pero dar el portazo y tirar la toalla en tiempos de tormenta y con el barco escorado, nunca fue parte de su esencia. Tragará veneno, lamerá sus heridas y volverá por sus fueros. Intentará recuperar esas garantías perdidas y armar un equipo previsible y confiable. En el fútbol como en la vida “se gana o se aprende”. Para Marcelo Gallardo, el 2022 quedará como el año del eterno aprendizaje.
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