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River: la emoción desbordó a Marcelo Gallardo en la despedida de un Monumental rendido a su obra
Bajo una ola de afecto y reconocimiento, el Muñeco le empezó a poner fin a un ciclo de más de ocho años, que ya le abre las puertas a la nostalgia
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Se va Marcelo Gallardo y River se despidió definitivamente de una Liga Profesional en la que nunca entró de lleno. La derrota ante Rosario Central por 2-1 en el Monumental no es ni de lejos tan triste como el adiós al ideólogo del ciclo más brillante de un club con más de 100 años.
Terminó el partido y Gallardo entró al campo al paso, como el druida en que se convirtió en estos ocho años y cuatro meses. Por un momento, el estadio lo aplaudió con un respeto reverencial, como el que se merece una eminencia. Las muestras de cariño y afecto ya habían sido las vitaminas habituales. Se abrazó con cada uno de sus jugadores, varios de ellos quebrados por el llanto, como tantos hinchas en las tribunas. Un viaje a la nostalgia con los 14 trofeos sobre la cancha y la camiseta con el N° 10 que le entregó Enzo Pérez.
Como esas canciones que nacen de un amor que se interrumpe -en este caso no termina-, los hinchas que coparon las tribunas le pusieron letra y entonación al hit de la noche para recibirlo: “Che Muñeco, te queremos decir, sos eterno, como lo de Madrid, no te vayas, pensalo una vez más, te lo pide todo el Monumental”. Sonaba como una versión más romántica y ensoñadora del que supo ser el canto de guerra: “Oh le, le, oh la, la, Gallardo es de River y de River no se va”.
Unos minutos antes, la voz del estadio, tras recitar la formación, tuvo una última dedicatoria: “Hoy le decimos gracias al director técnico que nos dirigió con el escudo en el corazón”.
A los dirigentes les toca reaccionar. Abocados a la refacción del Monumental, necesitan un nuevo arquitecto para el equipo. Gallardo deja los cimientos, sólidos, también un estilo y una estética. No hay que demoler para reconstruir, sino atender a los planos que se fueron trazando durante tantos años.
“Más de ocho años en River, y en el fútbol argentino, hay que multiplicarlos por tres. Es como si hubiera estado 24 años con nosotros. Es lógico que quiera descansar, no hay que buscarle ninguna otra vuelta a su decisión”, expresó el vicepresidente Matías Patanian en los pasillos del Monumental.
En un fútbol que siempre se conjuga en verbo presente, en el que no se mira más allá del aquí y ahora, Gallardo derribó barreras temporales. Fue tránsito y destino. Consumió almanaques de continuidad y permanencia como hacía más de 60 años no ocurría en el fútbol argentino. Para encontrar un ciclo más extenso hay que remontarse al período entre 1947 y 1959, cuando José María Minella completó 13 años, también en River. Por esas épocas, en las que el fútbol todavía no estaba montado en una vorágine, Victorio Spinetto estuvo 14 años en Vélez (1942/55) y Guillermo Stábile, nueve en Racing (1945/53). En tiempos más contemporáneos se encuentra al maestro Carlos Griguol, con siete años en Ferro (1980/87).
A Gallardo lo avaló el éxito de los 14 títulos, con la Copa Libertadores 2018 como gema invaluable, pero también un método que absorbió derrotas duras, que las hubo. Ni en las decepciones se perdió el norte. Tampoco se rasgó el factor humano por el que surgieran miserias, conflictos o un sálvese quién pueda. La integridad siempre estuvo por encima de la contingencia del resultado. Ahí hay también un legado a preservar.
La última función en el Monumental fue con un equipo afectado por una cascada de bajas: Casco, Borja, Zuculini, Simón, Mammana y Paulo Díaz. Con De la Cruz, uno de los motores, en el banco porque físicamente llega con lo justo. Solo siete suplentes en una época en la que los que esperan pueden ser tantos como los que están adentro.
Vaya a saberse si la cabeza del equipo podía estar plenamente en el partido. Armani, tantas veces salvador, con un solo gol recibido en los cuatro partidos anteriores, se complicó solo en un largo y controlable remate en el 1-0 de Véliz.
Gallardo siguió todo el primer tiempo con pose observadora, sin exaltarse tanto, como en las tardes que su equipo no funciona y se desgañita para corregirlo. Un estado de dispersión futbolística en una noche en la que las emociones iban por otro carril, como cuando se golpeó el corazón con un puño para responder al “Muneeeco, Muñeeeeco...”, que acompañó sus pasos al vestuario en el entretiempo.
Para el segundo tiempo ingresaron De la Cruz y Suárez, pero las lagunas defensivas tomaron dimensiones oceánicas en un desborde de Lautaro Blanco -con Herrera fuera de posición y Enzo Pérez superado en la corrida- y el centro que conectó Véliz para el 2-0. Armani quedaba otra vez desenfocado, todo lo contrario a Servio -surgido en las inferiores de River-, seguro y bien ubicado en las pocas ocasiones que fue exigido.
El arquero de Central solo quedó fuera de acción en el cabezazo de Suárez para conectar el centro de Gómez en el descuento. Casi que no lo gritó Gallardo, ensimismado en sus pensamientos y mirada escrutadora. Ni siquiera se contagió del grito de penal del estadio cuando Herrera cayó en el área entre dos defensores.
A la flojera defensiva local solo la salvaba el VAR, con dos off-sides milimétricos para no convalidar dos goles de Central. El cierre del partido tomó su propio rumbo, caótico, ingobernable para Echenique entre los 18 minutos adicionados -primero fueron 12, luego tres y otros tres más-, con Quintero expulsado por empujar al árbitro.
Termina el partido, pero en el Monumental duele más que acabe la era Gallardo. La pantalla gigante trae infinidad de recuerdos, el vacío que empieza a abrirse es tan grande como la obra de Gallardo, que deja en los oídos de los hinchas palabras para empezar a combatir la añoranza: “Muchas gracias, los quiero. Seguramente las vida nos reencontrará en algún momento”.
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