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River: el boom de Miguel Borja, un golpe para medir el verdadero valor de jugadores y técnicos en un equipo de fútbol
El análisis del centrodelantero millonario comparado con Benedetto, Sand, Copetti, Boselli y Pratto
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Vivimos un tiempo en el que cualquier cosa que sucede dentro de una cancha parece depender de los entrenadores. Su influencia ha sido consagrada de tal forma que se le asigna participación directa en todo, desde la estrategia general al detalle más ínfimo. Así pasan a ser héroes, villanos, magos o culpables con independencia del valor de los jugadores. Sin embargo, una mirada hacia el potente, y tal vez prematuro, efecto que desató la actuación de Miguel Borja en el triunfo de River ante Aldosivi parece desmentir esa creencia, y viene bien para calibrar en su justa medida los roles que desempeñan futbolistas y entrenadores en la composición de un equipo.
El conjunto “millonario” tiene muy bien definidos la idea y el estilo que pretende imponer en los partidos, lo cual sin duda es un mérito de Marcelo Gallardo, pero cuando por un lógico desgaste su funcionamiento se desacomoda necesita un ajuste, que siempre viene dado por la búsqueda de intérpretes que sepan encontrar las mejores soluciones para ejecutar las jugadas que su técnico imagina.
Que para establecer diferencias el mejor técnico de la Argentina en determinados momentos se vea obligado a empujar a su club a hacer grandes erogaciones para traer futbolistas de primer orden (dentro de lo que permite nuestro mercado) y lo mismo les ocurra a Pep Guardiola, Diego Simeone y cualquier otro establece una pauta muy clara. Todos necesitan jugadores de elite, porque por más impacto que sus enseñanzas sean capaces de provocar en sus dirigidos hay cosas que no se pueden transmitir. Existe una verdad indiscutible: cuando un futbolista tiene jerarquía, la tiene y punto. No estaría entonces de más moderar las opiniones hacia los técnicos y devolverles a los jugadores el auténtico valor de sus cualidades.
Por ejemplo, River ha perdido a Julián Álvarez y lo va a extrañar. Los futbolistas como él, agitadores permanentes del juego, escasean. No es sencillo dar con un delantero que intervenga en el penúltimo pase, en el último y en el gol; que tenga desmarque, gambeta y remate, que tire paredes por dentro y se mueva por afuera, y que todo lo haga en dosis exactas y con un altísimo porcentaje de eficacia, y no encontrará lo mismo en Borja. El colombiano es un jugador fino con la pelota y apto para buscarlo con pases largos, que puede retroceder para ejercer de pivot y dejar a un mediocampista de frente al arco, y va bien de cabeza en el segundo palo, pero es un 9 más clásico, de esos que reconocen su hábitat predilecto en el área.
Las diferencias entre uno y otro permite suponer cierto cambio de funcionamiento en el fútbol del equipo. Cabría esperar un juego más directo o más volcado hacia las orillas para aprovechar los desbordes y centros de Pablo Solari o las apiladas y pases interiores de Esequiel Barco, pero también es cierto que con cierta clase de jugadores la adaptación a los sistemas se da de manera casi natural.
Borja cuenta con muchos factores a su favor para exponer sus virtudes y el principal es que llegó a un entorno ideal para un delantero. River procura dominar de manera permanente y tener la pelota en campo rival el 60 o 70% del tiempo, lo cual le garantiza al hombre más adelantado una participación frecuente y activa y le brinda cuatro o cinco llegadas claras por partido, incluso cuando en un mal día del equipo. A cambio, le exigirá un máximo de justeza en la definición para abrir los partidos y permitir que el equipo despliegue lo mejor del estilo que marca su técnico.
En este aspecto, Borja le saca cierta ventaja a la mayoría de los centrodelanteros de nuestro fútbol. El puesto de 9 es muy dependiente de la oferta que le brinda el conjunto y sus chances se recortan si aquel se mueve al contragolpe, contempla una idea más especulativa o no tiene bien claro qué hacer. Le ocurre por ejemplo a Darío Benedetto, quien más allá de una autoimpuesta condición de líder que no parece favorecerle, no rinde igual en esta etapa que en la primera que vivió en Boca, cuando contaba con volantes como Fernando Gago y Pablo Pérez a sus espaldas.
Lo contrario puede decirse de Enzo Copetti, a quien potencia el juego que propone Racing, con buenos pasadores y gente que desborda por afuera para que él pueda imponer el ímpetu y la prepotencia que tiene para jugar. Le falta, por una cuestión de edad, el oficio, la maña, la sabiduría y la picardía que solo aporta la experiencia y que vemos en José Sand, Mauro Boselli o Lucas Pratto, delanteros que superaron los 35 años y han aprendido a explotar sus recursos para rentabilizar al máximo los esfuerzos físicos.
La carrera del nuevo goleador de River es rica en altibajos y todavía debe superar el desafío de la perseverancia. He conocido grandes jugadores que rinden muy bien los primeros 3 o 4 partidos y después, una vez perdida la motivación inicial, lentamente van “normalizando” su aportación hasta terminar desinflándose. Ahí sí la capacidad del entrenador para detectar cualquier signo de desvanecimiento y rescatar al jugador adquiere un rol fundamental, y para eso, nada más indicado que el inconformismo perfeccionista de Gallardo. Sin duda, será interesante observar la evolución de Miguel Borja.
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