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River campeón: un trébol de cuatro hojas que explica la armonía del juego del equipo de Marcelo Gallardo
Los roles decisivos de Paulo Díaz, Enzo Pérez, Agustín Palavecino y Julián Álvarez en la estructura del conjunto millonario que conquistó el Torneo 2021 con antelación
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No por esperado, el campeonato conquistado por River en el torneo local deja de resultar interesante para el análisis. Siempre es tentador en estos casos poner el foco en rendimientos individuales, pero en este River es especialmente necesario realizar algunas salvedades previas para no simplificar en exceso lo conseguido futbolísticamente por los dirigidos por Marcelo Gallardo.
En primer lugar, porque hablamos de un equipo armónico donde los conceptos están muy definidos y lo más visible es el funcionamiento, la idea. Puede faltar un jugador que el juego mantiene la misma dinámica. Es decir, no hay dependencias, nadie es imprescindible.
Otro detalle importantísimo es el coraje. En un partido intervienen muchos factores psicológicos y emocionales que se relacionan con lo que va sucediendo, impactan en el desarrollo del juego e influyen en el comportamiento de un equipo. Uno de ellos es el muy humano instinto de conservación. Cuando se está consiguiendo la meta que se persigue -ganar el partido-, la tendencia es cuidar lo obtenido, sostenerlo hasta el final esperando no estropear la obra, aunque eso implique cambiar el modo habitual de actuar. En River eso no sucede. Pasa por encima de esa puja contra el instinto de cuidarse, lo cual indica una personalidad definida muy difícil de lograr que es propia de un gran equipo.
Todos los goles de Julián Álvarez en el título
Justamente, si estamos en presencia de un gran equipo o si las distancias que establece con el resto del fútbol argentino están ligadas con los males de los demás es otra cuestión que merece un párrafo. Hay una suma de ambas cosas. Sería injusto resaltar los problemas que vive el resto sin ponderar lo bueno que viene haciendo River. Mientras que unos han intentado tomar atajos para gambetear la inestabilidad permanente que provocan la marcha constante de jugadores y las eventuales derrotas, River sostuvo lo suyo sin dejar que esa dinámica cambiante, común a todos, le impacte en exceso.
¿Es la suya una fórmula replicable? Tal vez, pero no es sencillo, porque depende de múltiples factores -incluido el azar, ¿qué hubiera pasado si Emmanuel Gigliotti marcaba aquel penal en 2014?-, pero sobre todo de las personas. Y es aquí donde volvemos a los jugadores que condujeron a River al contundente éxito de este año.
Queda claro que Enzo Pérez es el eje, el dueño del GPS y el que sabe leer el juego. En su tarea se funda la evolución futbolística de River. Pasar de un 5 más defensivo a otro con mayor capacidad de juego fue un gran cambio. El volante mendocino interpreta, sabe cuándo acelerar, ir hacia los costados o filtrar un pase entre líneas, y a la vez ha mejorado la estructura defensiva general. El equipo de Gallardo se emparenta con el mítico Barça de Pep Guardiola en el trabajo de recuperación de la pelota. La acción de estrangular al rival compactando todo el equipo en 40 metros para construir ataques a partir del robo del balón es una señal distintiva de River, y en esa tarea Enzo Pérez es el abanderado para estar en las coberturas y en los quites. Desde ya, respaldado por una defensa parada diez metros a sus espaldas y por delanteros que saben cambiar automáticamente el chip para cumplir el rol de peones en esa misión.
Aquí aparece la otra gran figura del torneo, Julián Álvarez, un delantero que expresa como ninguno la mentalidad del técnico. Sus goles podrían decirlo todo, pero sería un error quedarse solo con eso. Álvarez reúne la constancia, energía y voracidad necesarias para ir a atorar a los centrales o al arquero; el movimiento incesante para desmarcarse; la capacidad para bajar a recibir y autogestionar su propia jugada de gol; y la presencia para llegar a empujar la pelota abajo del arco. Es defensor, mediapunta, volante, el delantero que se desmarca y el 9 de toda la vida. Y cuenta además, con el colchón de un proceso de estabilización en Primera de casi tres años, un tiempo de maduración ideal para explotar como lo ha hecho.
Junto a ellos me parece importante resaltar lo que significó el aporte de Agustín Palavecino para darle más calidad a los ataques. River era un equipo demasiado vertical. Precisaba algo más de talento, de pausa, de cambio de ritmos de tres cuartos de cancha en adelante para no precipitar ni agotar las jugadas. La visión tan especial de Palavecino para tocar de primera le hizo muy bien al conjunto, porque es un chico que produce fútbol y lo que hace se replica en el contenido del juego.
Completan el cuadro la seguridad y presencia siempre confiable de Franco Armani en el arco, y el liderazgo no prepotente de Paulo Díaz a la hora de defender a 40 metros de su arco. Muy atento a los achiques, con velocidad para ir a los cruces y un gran pase en la construcción del juego, al chileno le llevó poco tiempo hacer olvidar a Lucas Martínez Quarta y convertirse en uno de los jugadores predilectos de Gallardo.
River es campeón por contar con esta clase de futbolistas, pero sobre todo, porque cada integrante del plantel, titulares y suplentes, conoce a la perfección los conceptos y el rol que debe cumplir para ser funcional a una idea bien definida. Por eso marca las diferencias con el resto del fútbol argentino.
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