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River - Boca y el último triunfo millonario en el Monumental en el torneo local: el goleador impensado, el interinato confirmado y el DT que renunció en el hotel
Fue en un estadio colmado de hinchas millonarios; el equipo llevaba siete partidos sin ganar
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Van ocho minutos del segundo tiempo. Erik Lamela tira un córner desde el vértice izquierdo de un Monumental repleto. River lleva siete partidos sin ganar, en la semana perdió a Ángel Cappa como entrenador y confió en Juan José López, un ídolo de la casa, para el superclásico con Boca. La apuesta parece dar resultado: los millonarios son mucho más que su rival de toda la vida, dirigido por Claudio Borghi. La pelota viaja por el aire de Núñez, teledirigida a la cabeza de Jonatan Maidana, ex jugador xeneize que debuta en esta clase de partidos con la camiseta de la banda roja.
El zaguero cabecea de pique al piso. Javier García, reemplazante de Christian Lucchetti en el arco de Boca, no encuentra respuestas. Hasta ese momento era la figura del encuentro. La pelota se incrusta en su arco. Gol. Festejo para la historia con los compañeros. Los de adentro, los de afuera. La hinchada delira. Borghi dirá que su ciclo no va más, pero la noticia sólo se confirmará en el hotel de concentración. Le hará honor a un código no escrito: los entrenadores de Boca no renuncian en el vestuario de River.
Era el 16 de noviembre de 2010. La AFA había puesto el superclásico en el infrecuente horario de las 19.30, un martes. Boca y River llegaban en horas bajas. El equipo millonario merodeaba en la zona baja de la tabla de los promedios. El descenso (o la promoción) se agigantaban en su espejo retrovisor. Se le acumulaban los partidos con derrota o empates inservibles. Necesitaba empezar a sumar. La fecha anterior había perdido con All Boys en Floresta. Adiós a Cappa. Bienvenida a JJ López, secundado por Héctor Pitarch y otro ídolo millonario, Ubaldo Matildo “Pato” Fillol. ADN bien de River para sacar al equipo del pozo.
Hubo volantazos en la previa. Cambio de esquema: defensa de tres. Matías Almeyda, inoxidable, como estandarte en la mitad de la cancha. Dos rapiditos por las bandas: Erik Lamela y Roberto Pereyra. Arriba, Mariano Pavone con Ariel Ortega. Potencia y gambetas en partes iguales. River tenía el arco de Boca entre ceja y ceja. Sería la última vez que le ganaría al rival de siempre por el torneo local. Era la ocasión perfecta: Boca también llegaba maltrecho. Borghi, su entrenador, tecleaba producto de apenas cinco victorias y seis caídas en 13 fechas. En la semana había discutido con Lucchetti, el arquero titular. Lo reemplazaría el joven García y sería una de las figuras del partido, en el que Boca casi ni atacó. Ni siquiera sabiéndose en desventaja.
Juan Román Riquelme llegaba disminuido por una tendinitis. Su voluntad por jugar siempre hizo que arrancara de titular. Once minutos le bastaron para resentirse. Siguió en el césped del Monumental, pero Boca no pudo encontrarlo nunca. Ni a su dínamo de fútbol ni a su delantero estrella, Martín Palermo, en su última función en Núñez (se retiraría en junio del año siguiente). River justificó el triunfo por 1-0 desde el principio del juego: más ambicioso, concentrado, presente en todos los sectores de la cancha. Boca, en cambio, tuvo una marcha menos en casi todo el partido.
Ese cabezazo imposible para García decantó el resultado a favor del Millonario y desató la celebración de un estadio colmado cuando el árbitro, Héctor Baldassi, señaló el final del encuentro. “Festejé con mucho respeto, uno sabe que Boca me dio oportunidades, pero ahora me debo a River”, dijo Maidana sobre su gol. Había llegado esa temporada desde Ucrania. Con el tiempo, el calvo defensor se transformaría en uno de los jugadores franquicia de un entrenador que haría historia: Marcelo Gallardo. Por entonces, el Muñeco se recuperaba de una rotura en el tendón rotuliano. Estaba activo: jugaba en Nacional de Montevideo, allí donde iniciaría su carrera como DT a mediados de 2011.
El resultado en el superclásico, sumado al nivel de algunos futbolistas y a que Boca se quedó sin entrenador, hizo que River se encomendara a JJ López para lo que restaba del torneo. Su misión estaba clara: había que salvarse del descenso. Nada de pelear por el título. El campeonato de River estaba en la tabla de los promedios. López fallaría en aquella fatídica promoción con Belgrano en junio de 2011 y el equipo millonario bajaría a la B Nacional. Aquel superclásico en el Monumental sería el único recuerdo dulce de una temporada negra. La más negra de su historia.
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