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River-Boca: padres, hijos, amigos y amores que conviven más allá de la grieta superclásica
Son el ying y el yang del fútbol argentino. Ambos se necesitan. Se extrañan. No podrían vivir sin el otro. Ni el más grande, ni el único grande. Ni River dejó de existir cuando descendió a la B Nacional en 2011 ni Boca se murió en Madrid, cuando perdió la final de la Copa Libertadores 2018 frente a su eterno rival. Más allá del folklore. Y desde esta noche protagonizarán otra serie decisiva de un torneo continental.
El experimento es tangible y cercano. Todo hincha de River es familiar y/o amigo de alguien que es de Boca y todo fanático xeneize tiene en su círculo íntimo gente muy querida que alienta al Millonario. Familiares, amigos, amores. Relaciones inquebrantables que conviven con pasión pero en paz, más allá de los colores.
Ángel y Ricardo
Lunes 4 de noviembre de 1985. Boca recibe a Chacarita en horario nocturno. Angel Izykowsky, hincha de River, lleva a su hijo Ricardo, fanático de Boca, por primera vez a la Bombonera. "Este es el camino. Te tomás el 152 en Santa Fe, te bajás en Almirante Brown y Brandsen, caminás estas cuadras y listo. Y volvés con el mismo colectivo". Fue la primera y única vez que fueron juntos a ver al Xeneize. El partido, nocturno, terminó 2 a 2.
"De contrera nomás. No hay otra explicación", le dice Ángel, jubilado, a LA NACIÓN ante la consulta acerca del origen del fanatismo de uno de sus hijos por la camiseta azul y oro. E intenta explicar lo inexplicable: "Yo era socio de River, jugaba en el campeonato interno de fútbol. Y todos los domingos iba a la cancha. Luego fui con Esteban, mi hijo mayor, y más tarde se sumó Ricky. Y él, en el medio de la tribuna, haciendo peligrar la vida de su padre, decía que era de Boca. Y yo le decía: '¡Callate, que nos van a matar!'. Y se hizo de Boca nomás. Iba a ver a River siendo de Boca. ¡Y era chiquito! Tendría seis o siete años."
Íbamos seguido a ver a River. Y él, en el medio de la tribuna y 'haciendo peligrar la vida de su padre', decía que era de Boca. Yo le decía: '¡Callate, que nos van a matar!'. Pero se hizo de Boca
"Yo de chiquito era de Chacarita por Carlitos Balá. Pero me hice de Boca por mi tío Rocco y por un amigo de mi viejo que me decía que tenía que hacerme de Boca", recuerda Ricky, empleado y a su vez papá de Thiago, bostero como él.
Cada domingo, la dinámica familiar se repartía entre un estadio y otro. Y en las jornadas de superclásicos a veces iban y volvían juntos. Pero cada uno ingresaba en la tribuna correspondiente.
La llegada de Germán, el tercer hermano, fue como un botín de guerra. Alternadamente, Esteban y Ricky le regalaban caramelos a cambio de que se haga de River o de Boca. Se hizo millonario e inclinó la balanza, para alegría de Ángel.
Las cargadas no estuvieron nunca ajenas. Ángel recuerda: "La convivencia era un desastre, al menos entre hermanos se mataban. Cuando ganaba River, él entraba muy serio y se encerraba en su habitación, para evitar que lo gastemos. El que perdía se iba derecho a dormir. Y cuando ganaba Boca desde la puerta ya gritaba: ‘¿Dónde están las gallinitas?’, algo que sigue haciendo por teléfono. La que aportaba paz era mi mamá, Aurelia, que cuando había superclásico quería que empaten."
Por momentos, el clima se tensiona. De hecho, cuando el año pasado se suspendió la final en el Monumental, la discusión entre Ricky y Germán llegó a tal nivel que estuvieron a punto de dejar de hablarse, algo que solo evitaron por el amor que los une a su papá y su mamá, Nelly.
Me arrepentí de no haberlos cargado tanto cuando se fueron a la B. Yo fui muy respetuoso y no jodí a nadie. Hasta que ellos empezaron a ganarnos y a joder. Y entonces volví a gastarlos con eso.
"Me arrepentí de no haberlos cargado tanto cuando se fueron a la B. Yo fui muy respetuoso y no jodí a nadie. Hasta que ellos empezaron a ganarnos y a joder. Y entonces volví a gastarlos con aquello", narra Ricardo. Y amplía: "¿Sabés de los grupos de Whatsapp que me salí?".
En la actualidad siguen con una extraña tradición, que extenderán esta noche. Jamás vieron un superclásico por TV juntos. "Cuando éramos chicos, yo lo escuchaba por radio en mi habitación o iba a la cancha. Y mi papá o mis hermanos, lo mismo", detalla Ricky. Se adoran, pero la pasión por los colores opuestos puede provocar discusiones tan ásperas como temporarias, que consideran más saludable evitar.
Alejandro y Gustavo
Domingo 26 de junio de 2011. River define su suerte en la Promoción con Belgrano. Alejandro Balmore sufre. Su Millo querido está al borde del abismo. Su gran amigo Gustavo Cardozo, boquense hasta la médula, no lo ayuda en nada. "En 90 minutos te vas a la B", le escribe por SMS apenas comienza a rodar el balón. Y cada 10 minutos le actualiza la cuenta regresiva. Hasta que sentencia, a la distancia: "Te fuiste a la B".
"Y se fueron nomás... Fui muy cruel", reconoce Gustavo, jefe de logística de una empresa. Y amplía: "Al otro día le empapelé la oficina. El ascensor, el teléfono, el auto. La verdad es que me zarpé."
Se conocen desde hace más de 20 años. Y desde el primer día consideraron que la rivalidad era algo muy bueno para la relación. "Creo que la amistad sigue es tan fuerte porque se dan estas situaciones. Cuando River le gana a Boca al primero que tengo ganas de llamar es a él", valora Ale. Y luego chicanea: "Y él sentirá lo mismo. Hace mucho que él no me llama a mí (se tienta), pero ojalá que algún día vuelva a ocurrir."
Cuando River le gana a Boca al primero que tengo ganas de llamar es a él. Y él sentirá lo mismo. Aunque hace mucho que no me llama. Ojalá algún día se le dé.
"Todos estos últimos años me sirvieron para volverlo loco. Porque además lo sostengo durante días. Me levanto y le tiro algún mensajito. Es mi venganza a aquello que me hizo en 2011", tira Alejandro. Y Gustavo devuelve: "Yo cada 26 de junio le mando esa famosa tapa con el estadio incendiado y el hincha llorando. Pero últimamente soy más cauto, porque tengo poco retruco. Pero en algún momento se dará vuelta. Es así, y ahí está lo divertido de todo esto. Lo loco es que últimamente no hubo alternancia. Hubo un ciclo grande de Boca ganador. Y ahora le toca a River. El retruque es más divertido cuando las victorias se reparten."
La amistad es de roble. Gustavo es padrino de Olivia, hija de Alejandro. Y él tiene como ahijada a Tomás, primogénito de su amigo bostero. Incluso, vieron varios superclásicos juntos. "Recuerdo haber visto en la casa de su papá, Ernesto (otro gallina) el partido de la gallinita de Tevez. Me la banqué como un campeón. Se gritaron los goles, pero con respeto", cuenta Gus. "El respeto es cara a cara. Por whatsapp somos descarados. Ahí no hay filtro", aporta Ale. "Él es mala persona", agrega Gus. Ambos se ríen.
La amistad es de roble. Gustavo es padrino de Olivia, hija de Alejandro. Y él tiene como ahijado a Tomás, primogénito de su amigo bostero. Incluso, vieron varios superclásicos juntos, entre ellos la semifinal de 2004.
Los dos coinciden en que la noche del gas pimienta, en 2015, y la tarde de los piedrazos, en 2018, fueron lamentables. "A mí esas cosas no me van. Yo me caliento porque el salame ese que tiró el gas me sacó la posibilidad de jugarlo e intentar ganarles.", analiza Gustavo aquella jornada en la Bombonera. Y compara: "Y lo mismo el día del ataque al micro de Boca. Porque esa tarde Ale estaba con su papá sentadito en la platea esperando una fiesta, y estuvieron 6 horas sin saber qué pasaba, y 70.000 personas se perdieron la oportunidad de ver la final."
Alejandro opina en sintonía: "Tener que ganar una serie de esa forma, lejos de una cancha, no está bueno tampoco. Así como el hincha de Boca en su momento pedía los puntos y decían que iban al TAS, era una lástima que se definiese de esa manera. Se desfigura lo que tendría que ser una fiesta. Y esta semifinal, va a ser una posibilidad de revertir de todo eso. De demostrar, de una vez por todas, que puede haber una serie entre River y Boca, que termine como corresponde, que uno de los dos gane y que no haya escándalo."
Los dos se ríen cuando vuelven a recordar los minutos posteriores a la final en Madrid. "Lo llamaba, lo llamaba y no me atendía. Hasta que lo hizo", narra Ale. Gustavo continúa: "Lo escuché y listo. Pasa que yo estaba en un momento delicado. Porque quería agarrar el televisor y explotarlo contra la pared, pero tengo dos hijos, y al mismo tiempo tenía que hacer de padre y contenerlos y consolarlos. O sea que yo estaba mal". Ale agrega: "Hubo un golpe bajo, que para mí en eso tuvo falta de códigos, porque me tiró un ‘acá están los nenes llorando’. Y eso me frenó. No jodí más porque mi ahijado lloraba. Eso no se hace."
Cuando terminó la final de Madrid yo quería explotar el televisor contra la pared. Pero mis dos hijos lloraban y tenía que consolarlos. Cuando me llamó se lo planteé y me dijo que no tenía códigos.
Gustavo sigue enojado con lo que ocurrió en diciembre: "La mayor bronca es que el copero era Boca. Es como si Estudiantes y Gimnasia llegasen a una final de América, y gane el Lobo. Esa es la mayor calentura. Porque Boca expuso mucho más que River. Y bueno, ganaron ellos."
Sobre la serie que comienza esta noche, ambos coinciden en que "ni de casualidad" es una revancha de lo sucedido hace casi 10 meses, y que es "apenas una página más en la historia". Y los dos se ilusionan con lo que viene. "Reconocer que tu rival es superior futbolísticamente es algo fuerte. Pero al mismo tiempo es inteligente a la hora de plantear un clásico. Veo un trabajo que hizo River, que nosotros tuvimos la fórmula hace 10 años y la tiramos por la ventana. Los dirigentes hacen política muy bien. El técnico ni hablar. Tiene líderes positivos. Y los jugadores juegan a lo mismo. Eso es laburo", destaca Gustavo.
Alejandro también confía: "Tengo mucha fe en definir en la cancha de Boca. A pesar de que la estadística no es favorable a River, creo que a Boca le va a pesar muchísimo definir ante su público."
Marina y Wenceslao
Domingo 9 de diciembre de 2018. Mediodía en Buenos Aires. En poco menos de tres horas, River y Boca definen la Copa Libertadores en Madrid. A miles de kilómetros de distancia, en Congreso, Wenceslao y Marina definen qué almorzar. Él, bostero, le propone cocinar unas milanesas. Ella, fanática gallina y embarazadísima, las va a buscar para descongelarlas. La jornada se altera por un hecho inesperado. Marina descubre que debajo del paquete con milanesas, en el freezer hay un papelito pequeño. Lo toma y lo lee. Dice "Marcelo Gallardo". "¿Me podés explicar qué es esto?", le recrimina al inminente padre de su hijo. Él no ofrece resistencia. Sabe que el rito que intentó para quebrar la racha millonaria se derrumbó con ese hallazgo. Ella, respira aliviada por haber quebrado a tiempo la macumba. Y almuerzan, conscientes de que el destino ya está escrito.
Cuando la conocí nunca creí que iba a ser tan grande su pasión por River, pero lo tengo asumido y aprendí a convivir con ella, aunque no entienda que irse a la B es peor que perder una final
"Cuando la conocí, hace seis años, nunca creí que iba a ser tan grande su pasión por River, pero lo tengo asumido y aprendí a convivir con ella", introduce Wenceslao Bonelli, editor y asistente de producción en medios audiovisuales. Marina Arbetman, estudiante de filosofía, se ríe y lo mira con dulzura. Y chicanea: "Uno de los primeros partidos que vimos juntos fue el 5 a 0 en Mendoza. Mal recuerdo. Pero yo digo que es mi amuleto, porque desde que lo conocí, River ganó todo contra Boca."
Más allá del conflicto por el papelito congelado, la final que jugaron River y Boca en Madrid fue un superclásico muy especial por un motivo infinitamente más importante que una copa Libertadores. "Yo estaba embarazada, ya en el último mes de gestación. Lo vivimos juntos, pero en habitaciones diferentes. Yo lo vi en un celular, donde todo me llegaba más tarde, como para escuchar primero por la calle lo que ocurría y después verlo, y que todo sea de un modo más tranquilo. Por el bebé."
La llegada de Rocco, el primer hijo de la pareja, minimizó las cargadas. "No somos de gritarnos los goles en la cara, pero yo creo que un poco de regocijo interno después de una victoria así, y una derrota, se nota en la cara", dice Marina. "El silencio dice mucho. Pero cada tanto un puntazo le metés. Ella no entiende que irse a la B es peor que perder una final", chicanea Wenchi.
Cuando nació Rocco, familiares de la pareja llevaron flores azules y amarillas, y blancas y rojas. Y para evitar polémicas, en la puerta de la habitación colgaron los escudos de River y de Boca.
"Esa es la eterna discusión. ¿Cambiás irte a la B y ganarle a tu clásico la final de la Libertadores o no?", pregunta Marina. Y Wenchi responde: "Es que no hay revancha de irte a la B. En cambio, tarde o temprano habrá revancha de una final de Libertadores.
La pasión genera situaciones insólitas. Antes de que naciera Rocco, ella se fue varias veces a ver los partidos de River con su suegro, también hincha del Millonario. Incluso, cuando se casaron hubo cotillón repartido. Ella se calzó el gorro de River, y él, el de Boca.
La charla, cordial y en paz, se pone tensa. Es cuando se habla de Rocco, que con sus ojazos mira a sus padres ajeno a la presión que tendrá en unos años. "Cuando nació, mi cuñado llevó a la clínica flores azul, amarillas, rojas y blancas. Y en la puerta estaban los escuditos de ambos equipos", recuerda Wenchi. "Solo tiene medias de River y de Boca. Todavía nadie se animó a comprarle una camiseta", comenta Marina, que al mismo tiempo sentencia: "En mi familia somos todos de River, y Rocco continuará con la tradición. "A veces decimos, ‘Que se haga de Huracán’, que queda cerca de casa y podemos acompañarlo a la cancha. O que no le guste el fútbol", resuelve el padre.
Rocco nació el 12 del 12, el día del hincha de Boca. Es una anécdota divertida, pero no significa que vaya a ser hincha de ese club. Será la única satisfacción futbolera que le dará a su papá.
Suelen gastar a sus amigos del otro club por Whatsapp, e incluso polemizar entre sí durante horas. "Es divertido porque podemos caminar cuadras y cuadras discutiendo sobre lo mismo, y no llegar a un acuerdo. Y está todo bien", comenta Marina. Y agrega: "Y solemos ver los partidos del equipo del otro. Yo la acompaño a ver partidos de Boca, y ella de River. Sí hay alegría interna, pero no se manifiesta, cuando gana el rival de Boca."
La elección del nombre del primer hijo también estuvo signada por Boca y River. "En un momento se iba a llamar Martín. Y yo quise agregarle Ariel", recuerda la madre. Y Wenceslao remata: "Y yo dije que Ariel ni loco. Así que buscamos otro."
Marina recuerda: "Rocco tenía fecha para nacer el 20 de diciembre de 2018. Y Wenchi le decía a la panza: 'Rocco por favor nacé el 12 del 12', por el día del hincha de Boca. Recuerdo que ese día rompí bolsa, y mientras me aprontaba para ir a la clínica me di cuenta que era 12 del 12. Es una anécdota muy divertida, pero eso no significa que vaya a ser hincha de Boca". "El chico eligió desde el primer día. Es lógico que sea bostero", devuelve Wenceslao. Pero ella sentencia: "Fue campeón de América dentro de mi panza, lo vivió a través de mi sangre. Y tres días después le dio esa satisfacción al padre. Que lamentablemente será la única que le dará vinculada al fútbol."
Tres historias. Entre miles y miles similares, en donde la rivalidad es apenas una anécdota o un motivo para cargarse, unir lazos y marcarlos a fuego y para siempre. Más allá de lo que pase dentro de un campo de juego, cada vez que River y Boca se enfrenten con un balón de por medio.
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