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River-Binacional, por la Copa Libertadores: el equipo de Gallardo ganó por paliza pese a fallar dos penales
Ocho goles en silencio, de festejos contenidos y gestos de trámite resuelto, más que de alegría desatada. Hay heridas que no se curan de un día para el otro y menos ante un rival poco menos que invisible, por más que el marco sea esta Copa Libertadores que ejerce una atracción perenne.
River se resiste a quedar tumbado por la cuarentena en que entró desde la noche que empató con Defensa y Justicia. Está convaleciente todavía, intentando dar con la receta que lo saque del mareo y la conmoción que le provocó despilfarrar la Superliga en las últimas dos fechas. Le dolió tanto la imagen que devolvía su espejo como las que le llegaron desde la Bombonera.
De pronto, y casi sin aviso, tuvo que asimilar una postal infrecuente en los últimos años: Boca lo postergaba, se burlaba y lo amenaza con un cambio de época, con un "hasta acá llegaste". Se le movió el piso a River, se sintió desestabilizado, de una manera diferente, más fuerte que otros remezones, como fueron la final de la Libertadores contra Flamengo o aquella semifinal frente a Lanús.
En el fútbol ningún equipo está inmunizado para prevenir grandes decepciones. La diferencia la hacen los que generan anticuerpos para reactivarse. Lo que seguía a la desoladora excursión por Tucumán se asemejaba bastante a una penitencia: partido sin público por la sanción del TAS al Monumental, la lluvia que hacía todo más lúgubre, los empleados de maestranza sacando agua hacia los costados con los secadores.
River debía hacer de una noche fantasmal una jornada productiva, no reivindicativa porque eso quedará para exámenes de más enjundia que la que opuso este Binacional debutante en la Copa Libertadores y de escasos recursos, que son más evidentes cuando sale de los 3825 metros de Juliaca (Perú). Igual, la derrota por goleada contra Liga Deportiva en Quito no le permite muchos más descuidos a River en una zona que también integra San Pablo y se adivina de resolución apretada.
Hay pecados recurrentes en River. El de los penales alcanza la dimensión de trauma. Antes de que el partido se abriera a la goleada, el arquero Raúl Fernández –adelantándose casi tres pasos- le atajó un penal a De la Cruz y al rato Nacho Fernández estrelló otro contra el travesaño. La rueda de ejecutantes se repite y la ineficacia se alarga. Gallardo adhiere a la teoría de que no tiene mucho sentido practicar penales porque no se pueden reproducir las condiciones ambientales de un partido. Bueno, el entorno de anoche era lo más parecido a un entrenamiento, y ni aun así se encontró justeza.
Los 90 minutos fueron un monólogo que dependieron del acierto y la lucidez de River. Le llevó un buen rato afinar esos dos atributos. Con una defensa de cinco hombres y otros tres plantados unos metros más adelante, Binacional solo aspiró a aguantar. Lo hizo por unos minutos, mientras River erraba penales, buscaba demasiado por el medio y se apuraba cerca del área rival.
Para un partido que terminó 8-0, bastante se demoró en llegar el primer gol. Fue a los 37 minutos del primer tiempo, con Casco entrando en esa posición de N° 10 que tanto frecuenta desde que el esquema con tres zagueros lo obliga a ser más volante que defensor, y cuando el adversario es inofensivamente amateur.
Había parado la lluvia y en la segunda etapa se abrió la catarata de goles, inclemente sobre Binacional. River no se apiadó, como si estuviera liberando bronca contenida, como si en cada gol quisiera exorcizar los demonios que lo vienen acosando. No tuvo indulgencia ni siquiera cuando el conjunto peruano, que ya había hecho los tres cambios, debió mandar al arco al volante Leudo por la lesión del arquero. Le cayeron dos tantos más al guardavallas improvisado. Muchos jugadores se River se dieron el gusto: hubo definiciones de delanteros (Suárez, Borré), de volantes (Nacho Fernández, el ingresado Carrascal), de defensores (Casco, Rojas, Paulo Díaz).
Tras no haber encontrado muchas respuestas en el banco en los partidos anteriores, Gallardo empezó una nueva búsqueda. El primer cambio no fue Juanfer Quintero ni Pratto ni Scocco. Entró Carrascal, quizá el señalado por el Muñeco para intentar una ligera renovación, algo que se intuye inevitable en el mediano plazo. Por lo pronto, River debía evitar que el virus del desaliento empezara a ser crónico. A los que le diagnostican debilidad, les respondió que está furioso.
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