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River, bajo el diluvio, desató una catarata ofensiva ante un Barracas al que Echenique le evitó siete minutos de sufrimiento
El equipo de Gallardo se impuso 3-0, hizo la diferencia a partir de los ingresos de Mastantuono, Pity Martínez y Borja en la última media hora
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Iban 15 minutos del segundo tiempo y de repente, uno de esos partidos que parecen uno más en el calendario, sin mucha carga previa ni con destino a ser inolvidable una vez disputado, le tomó prestada a la épica algunos de sus condimentos. Suena exagerado, sí, pero hubo algo de eso. Confluyeron varios factores. Se desató un diluvio, los hinchas empezaron a alentar bajo la lluvia como si no hubiera un mañana, River no le encontraba la vuelta al mañoso Barracas y desde el banco hubo un triple ingreso simultáneo que terminó por agitar el partido y romper el dique visitante: Mastantuono, Borja y Pity Martínez. Casi sin escalas, se pasó de la tibieza a un punto de ebullición. Una vez más, el fútbol pateaba el tablero con un escenario muy diferente a lo que venía ocurriendo.
Fueron minutos en los que parecía que se estaba definiendo un campeonato que River todavía pelea, cumpliendo –de manera retrasada- con su parte (un triunfo) y esperando que se caigan Vélez y Huracán. Se podría decir que los titulares fueron madurando un partido que el recambio se encargó de transformar en un fruto triunfal.
Por tercer partido consecutivo, River convirtió tres goles. Otra victoria para tomar distancia de ese tramo aciago de un gol en seis encuentros, con la dura eliminación en la Copa Libertadores. Esta vez, la efectividad fue en una ráfaga de 18 minutos, entre los 23 y 41 del segundo tiempo. El aire renovado desde el banco fue como una lluvia ácida para Barracas.
River encontró la contundencia que le había faltado en todo el tramo anterior. Gallardo había dicho el miércoles que Pity Martínez estaba para no más de 30 minutos, hasta tanto retome ritmo tras la larga inactividad. Cuando empezó el segundo tiempo, más de un hincha habrá apurado el reloj para que llegaran los 15 minutos para la entrada del Pity. Lo hizo acompañado por Mastantuono y Borja. Y ya todo fue diferente.
La llave la tuvo Mastantuono, que recostado sobre la derecha martirizó a Barracas con sus gambetas y enganches para perfilarse para su incisiva zurda. Con un centro le puso la pelota en la cabeza a Meza, increíblemente descuidado por la celosa defensa visitante. Al juvenil le salieron bien las dos primeras jugadas que intentó y tomó una confianza que lo hizo incontrolable. Fue el 1-0, el vuelco definitivo. Sobre la izquierda, Pity Martínez abrió otro hueco en la defensa de Barracas, y Borja retomó la pujanza que le faltó en un segmento crucial de la temporada.
Lo mejor del partido
Mastantuono estaba para todo: para pelearle y ganarle una pelota al áspero Insua, aguantar la carga de Ruiz y sacar un remate que Miño despejó a duras penas y Borja empujó para el 2-0.
Unos minutos antes, Capraro había estado cerca del empate con un cabezazo que salió junto a un poste. Barracas había atacado muy poco y raspado mucho, con suela arriba en las pelotas divididas y para ir desde atrás. Así se fue expulsado Demartini. A Miño ya no le daban las manos y se comió el remate de Paulo Díaz en el 3-0.
Antes del chaparrón de arriba y la catarata ofensiva de River hubo otro partido. El sopor de la tarde, cuando se fue el sol y aumentó la humedad, se le pegó a River en varios pasajes del primer tiempo. A eso se le sumó un pegajoso Barracas Central, que cuando no encimaba con la marca en el repliegue sobre su campo, hacía de cada interrupción una larga pausa para reanudar el juego.
Gallardo optó por darle continuidad a una formación en el último ciclo de tres partidos. Cambios, solo por fuerza mayor. Al margen Acuña (desgarrado) y Enzo Díaz (será operado de una hernia inguinal), reapareció Casco en una titularidad cada vez menos frecuente. Al resto, el entrenador le dio un voto de confianza que sus jugadores deben devolver con un rendimiento convincente.
River se encontró con el partido esperado, ante un rival que le achicó espacios en campo propio, redobló marcas y frenó con foules cuando corría el riesgo de verse desbordado. Para romper ese vallado, River necesitaba frescura, coordinación y creatividad. Una batería de recursos que desplegó aisladamente, sin la continuidad suficiente, pero sí con las dosis necesarias para haberse puesto en ventaja en los primeros 45 minutos.
En busca de más garantías, Insua hizo una modificación en el arco que le dio réditos, al menos en el primer período, hasta que llegó la debacle de Barracas. Mandó al banco a Ferrario y puso a Miño, responsable de cinco tapadas en la primera etapa. Estuvo bien ubicado para repeler tres remates de Colidio y dos de Solari. En la única oportunidad que había quedado fuera de acción, Echeverri no pudo empujar debajo del arco un despeje de Miño. Increíble.
La impresión era que River había bajado un par de escalones su producción en comparación con lo hecho en Córdoba frente a Instituto. Su ritmo era más entrecortado y las asociaciones, intermitentes. Colidio y Solari eran los más activos; Echeverri y Meza no encontraban los caminos por adentro, mientras Casco subía para mostrarse por la izquierda y de Bustos no había noticias por el otro sector.
Barracas se desentendió de atacar, pese a que Bruera pivoteaba muy bien los pelotazos que le tiraban; lo acompañaba muy poco Tapia y el resto de los compañeros lo miraba desde no menos de 30 metros de distancia. El segundo tiempo fue la historia contada. Y como siempre que está Barracas de por medio, algo singular referido al arbitraje queda. Fernando Echenique finalizó a los 45 minutos clavados, no adicionó ni un minuto. Insólito. Pasó por alto los 10 cambios y las numerosas interrupciones. Le quitó al equipo de Gallardo la posibilidad de marcar más goles en un torneo en el que el campeón se puede definir por diferencia de gol. Se compadeció de Barracas como no lo estaba haciendo River.
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