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Es un equipo acostumbrado al vértigo del mano a mano, explota su potencial en los cruces directos, cuando se decide el destino. River es una suerte de atleta de 100 metros, rápido, furioso y ganador; deja a sus oponentes con la lengua afuera, sin cruzar la meta final. No se siente cómodo en las maratones, en las carreras de largo alcance: por eso, tal vez, nunca ganó la Superliga. Marcelo Gallardo construyó esa fortaleza: el sabor de la competencia con la carga emotiva del todo o nada. En la historia reciente, suele ser todo. Anoche, en Mendoza, uno de los paisajes que más le agradan, alcanzó un número fabuloso: 50 triunfos en 61 series directas. Y todavía falta computar el choque con Boca, por las semifinales de la Libertadores, que tiene una ventaja de 2-0.
Con destellos de su mejor repertorio, superó a Almagro por 2 a 0 y está en las semifinales de la Copa Argentina; el próximo rival será el triunfador de la serie entre Colón y Estudiantes de Buenos Aires. Se mantiene vigente, entonces, el deseo, la ambición millonaria: conquistar la Triple Corona, más allá de que para el cierre de la Superliga todavía quede un largo camino.
La cosecha numérica del Muñeco es impresionante. El detalle: Copa Argentina, 23 ganados y 3 perdidos; Copa Libertadores, 12 y 2; Copa Sudamericana, 7 y 1; Recopa, 3 triunfos, sin derrotas; Mundial de Clubes, 2 y 2; Supercopa Argentina, 1 y 2 (el único caso con saldo negativo); Suruga Bank, 1 y 0 y cierra la nómina la Copa de la Superliga, con igualdad en 1.
Clase y estirpe mostró River, sin la prepotencia del resultado: pudo ser una diferencia mucho mayor. Rápido, incisivo, con toques como modo de distracción y sorpresa. De la Cruz mantiene su voracidad: es un atleta con velocidad y decisión, el último gran acierto individual de Gallardo. Nacho Fernández juega de 10, de 8 y hasta marca: hace casi todo bien. Del resto, acompañaron todos: sobre todo, Scocco, activo y astuto. Un tiro en el palo y varias hipótesis de riesgo real, hasta que definió con clase en el segundo, de zurda, luego de una asistencia perfecta de Nacho Fernández. River ya estaba 1-0, por otro tanto de Borré, y con un jugador más, por la expulsión de Arrechea.
River está en estado de gracia y Almagro es una formación entusiasta. Hasta Armani fue protagonista, al resolver un mano a mano frente a Suárez, una posibilidad que creó el Burrito Martínez, que tiene nivel para jugar en primera.
A 30 minutos del final, ingresó Juanfer Quintero, recuperado de una seria lesión, 208 días después en una cancha. También entró Pratto, otro de los héroes de Madrid. Y al final, pareció un gesto hacia los hinchas, para que el festín sea completo: Ponzio, el capitán, en lugar de Enzo Pérez, el estratega del quite que le cuida el lugar.
El número 10 estuvo activo, con picardía. Dispuso de un remate, que Limousin envió al córner y de dos tiros libres. El primero fue furioso, el arquero pareció sacar el balón desde adentro y el otro... fue gritado como si fuera un gol. Los minutos finales fueron una excusa perfecta para la comunión entre la gente y el equipo, una suerte de romance que se mantiene inalterable, con la imagen de Gallardo de fondo y el recuerdo de la finalísima de Madrid.
River no baja nunca la guardia. Una ambición convertida en riesgo: dispuso del mejor repertorio, con los intérpretes reconocibles, en un encuentro que, se intuía, no iba a tener equivalencias. Sin embargo, el equipo millonario arriesga, apuesta y gana. Está listo para el zarpazo final en la Bombonera, el desafío que más le interesa. Tiene tiempo para descansar y empezar a pensar en cómo seguir haciendo historia con letras de molde.
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