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River acapara la atención con los cracks emergentes: una vidriera ineludible para los clubes de Europa
De las joyas de los 50 a la actualidad, el equipo millonario atraviesa una historia de figuras precoces con récords en el mercado y el riesgo de la patria potestad
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El fútbol argentino siempre representa una vidriera ineludible para los clubes de Europa. No sólo por la materia prima de los jugadores en términos de condiciones técnicas y gen competitivo, entre otras virtudes, sino también porque se trata de un mercado que al no tener los mismos recursos económico-financieros del Viejo Continente permite incorporar por cifras de menor envergadura en relación con las que habitualmente se manejan en la elite.
Cuando desde Europa depositan la mira en la Argentina, River es el club que mayor atención acapara gracias a su filosofía histórica de juego, un semillero inagotable y la exigencia que demanda para cualquier protagonista, dejándolo preparado para cualquier desafío que se le presente en su carrera deportiva.
Las joyas de River implican una gran tentación, con ejemplos de sobra en distintas épocas. Desde la década del 50, cuando Alfredo Di Stéfano y Enrique Omar Sívori fueron transferidos a Real Madrid y Juventus, respectivamente, hasta el presente con Claudio Echeverri, una de las grandes figuras del Mundial Sub-17 en Indonesia, pasando por Ariel Ortega, Pablo Aimar, Javier Saviola, Andrés D’Alessandro y Julián Álvarez, entre tantos otros.
Para la tesorería de River siempre la aparición emergente de los cracks significó una disyuntiva porque los ingresos de dinero son un alivio, pero al mismo tiempo el riesgo es doble cuando se trata de futbolistas jóvenes al desarmar planteles competitivos y, peor aún, sufrir el riesgo de que los padres ejerzan la patria potestad, una vía legal que hace cuatro años a la institución de Núñez le arrebató a Tiago Geralnik, su mayor promesa de aquel momento.
El foco hoy está puesto en el Diablito Echeverri, cuyo contrato se vencerá el 31 de diciembre de 2024, con una cláusula de rescisión que hoy quedó corta (25 millones de euros netos) y es una ganga para gigantes europeos como el Barcelona.
Aunque en diálogo con TyC Sports el presidente de River, Jorge Brito, aseguró que el talentoso enganche de 17 años firmará la renovación del vínculo porque así se lo prometió su representante, Enzo Montepaone, las alarmas se encendieron en Figueroa Alcorta 7597, donde no quieren perder tiempo para blindar al diamante en bruto que apenas reúne cinco partidos oficiales en el primer equipo. Es que todavía está latente la salida de otra joya como Benjamín Rollheiser a mediados de 2022, luego de las negociaciones frustradas para extender la duración del contrato. El zurdo, quien se marchó libre, actualmente es una de las figuras de Estudiantes de La Plata y está cerca de ser vendido a Benfica, sin rédito alguno para River más allá de los derechos formativos.
Otra experiencia traumática, pero con un mecanismo diferente, fue la partida inesperada del mencionado Geralnik. A principios de 2020, el mediocampista ofensivo, quien había sido suplente tan sólo una vez en la reserva, armó las valijas y se fue con su padre a España para incorporarse a la cantera del Villarreal, donde hoy integra el equipo filial. El rosarino, de apenas 16 años en ese momento, no había firmado contrato profesional pese a las gestiones iniciadas. Incluso Marcelo Gallardo, cuyo hijo Matías era compañero de categoría de Geralnik, reflexionó al respecto al ser consultado en una conferencia de prensa: “Tengo entendido que se tomaron decisiones con Tiago, a quien conozco como a muchos de los chicos de las inferiores, para poder retenerlo a él y a su familia. Pero muchas veces, por más que el club haga todo lo que está a su alcance, la responsabilidad cae en su familia y ante eso no podemos hacer demasiado”.
A contramano de ambos casos citados, River tuvo éxito desde los números con las transferencias de Ortega, Aimar y Saviola, sus tres cracks promovidos por las divisiones inferiores en los ‘90. Con 17 años, el Burrito hizo su debut oficial y durante cinco temporadas deleitó a los hinchas del Millonario. Era una época donde los montos de los pases eran enormes, pero ostensiblemente por debajo de las sumas actuales. Por eso los 12.100.000 dólares acordados para la salida del jujeño al Valencia español fueron un récord para el fútbol argentino.
El mismo destino tuvo Aimar a principios de 2001, luego de que el conjunto ibérico desembolsara unos 18 millones de dólares. Si bien la operación fue positiva, River no tuvo demasiado margen de maniobra. “Es imposible retener a un jugador que se quiere ir”, expresó David Pintado, el presidente de la entidad de Núñez en ese entonces.
La partida de Saviola, el diamante en bruto del fútbol argentino en 2001, fue compleja. Enterado de que la Comisión Directiva rechazó el primer ofrecimiento de Barcelona, el Conejo, quien había hecho su estreno con 16 años el 18 de octubre de 1998 bajo la dirección técnica de Ramón Díaz, hizo pública una carta en la que aseguraba que su padre, enfermo, podía conseguir una medicación en España. Unos meses después, cuando ya vestía la casaca blaugrana en agosto de 2001, al cabo de una transacción récord que dejó 25 millones de dólares limpios en la tesorería, el delantero sufrió la pérdida de Roberto, que tenía 59 años.
Tampoco duró demasiado el primer nombre fuerte surgido de las inferiores en el Siglo XXI. Es que D’Alessandro, cuyo debut fue con Américo “Tolo” Gallego como DT, el 28 mayo de 2000, se marchó al Wolfsburgo a mediados de 2003. El club alemán invirtió 10 millones de dólares por el enganche zurdo, quien retornaría 13 años después, a préstamo desde Inter de Porto Alegre.
No sólo las presiones de los jugadores provocaron salidas prematuras. La crisis financiera y deportiva de River cuando descendió en 2011 llegó acompañada de decisiones apresuradas para no devaluar a determinadas joyas. El caso de Erik Lamela quedó en el recuerdo porque se marchó a la Roma por 12 millones de euros. Apenas había disputado 36 partidos oficiales.
En los últimos 10 años, con una situación económica-financiera que empezó a enderezarse paulatinamente en la institución, River pudo negociar de una manera más eficiente a sus jugadores. Por ejemplo, logró la venta récord de Enzo Fernández al quedarse con el 25 % luego de transferirlo a Benfica, que unos meses después lo vendió a Chelsea en 121 millones de euros. Un tiempo antes, sin demasiado lugar para maniobrar al estar atado por una cláusula de rescisión que no pudo incrementar, se desprendió de Julián Álvarez, a cambio de 21.411.500 euros brutos.
Acostumbrada a recibir llamados desde el otro lado del Océano Atlántico en cada mercado de pases, el desafío de la dirigencia de River es encontrar la manera de sostener a los cracks emergentes del club como Franco Mastantuono, que al día siguiente de cumplir los 16 años de edad fue blindado con el primer contrato laboral y una cláusula de 30 millones de euros, y Echeverri para que sus planteles profesionales sigan nutriendo las vitrinas del club, sin la urgencia ni la presión de concretar la transferencia tan solicitada por los jóvenes y sus representantes.
Ante ese escenario, hay un condicionante que funciona como una suerte de manta corta: para elevar la cláusula de salida el monto debe tener cierto grado de relación con el dinero acordado con el futbolista en la firma de su contrato. Y en tiempos donde los intermediarios conocen en detalle cómo es la dinámica del mercado, resulta un obstáculo extra.
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