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Riquelme pasó en 120 minutos frenéticos de estar a las puertas de la gloria eterna a un tiempo de replanteos y decisiones
Juan Román Riquelme ya no juega. O al menos, ya no lo hace en el campo de juego. Desde hace poco menos de cuatro años, pisa la pelota como vicepresidente de Boca. Y sus decisiones tienen un nivel de importancia altísimo, casi tanto como cuando hacía pases-gol.
Aunque ya no vista pantalones cortos, este sábado sufrió una derrota fuerte, de ésas que calan hondo y de las que cuesta reponerse. Porque parecía todo guionado con un final feliz. Justo en noviembre, mes en el que en 1996 debutó con la camiseta azul y oro (el día 10) y fue campeón europeo-sudamericano (el 28, de 2000).
Riquelme quedó a las puertas de un hecho inédito: convertirse en el único argentino en coronarse campeón de la Copa Libertadores como futbolista (2000, 2001 y 2007) y como dirigente. Entre el ídolo y el gran logro que sigue negándose desde hace 16 años, apareció Fluminense y derrumbó todo con dos golazos. En las horas posteriores a tamaña desilusión vendrán momentos de análisis y evaluación de todo. Incluida la continuidad o la salida del director técnico Jorge Almirón, al que él llevó en abril de este año para que sucediera a Hugo Ibarra.
En los últimos meses Almirón vivió haciendo equilibrio entre la posibilidad de consagrarse campeón de Sudamérica y la muy mala campaña local, que ubica 10º al equipo xeneize entre los 14 equipos de la zona B de la Copa de la Liga Profesional, a dos puntos del último. En consecuencia, Boca corre serio riesgo de no concretar una obligación del semestre: asegurarse un lugar en la Libertadores del año próximo.
Al mismo tiempo, Riquelme se pondrá en “modo campaña”. Sin candidato elegido para liderar la fórmula oficialista, en la balanza este traspié deportivo jugará en contra, aun cuando todos los actores del mundillo político de Boca dan por casi sentenciada la permanencia de esta dirigencia.
El ex volante siente que tiene las espaldas suficientes para hacer frente a lo que venga. Por caso, siempre las tuvo cuando la pelota estaba en sus pies. Por ejemplo, desafió a Mauricio Macri delante de una Bombonera repleta, eternizando el festejo Topo Gigio después de marcarle un gol a River en 2001, a modo de reclamo silencioso por el bajo salario que percibía. También se enfrentó con los integrantes de la barra brava: no les dio dinero, aunque eso le costara un llamativo silencio de ese sector ante actuaciones suyas destacadísimas.
A lo largo de su carrera puso el pecho a cada batalla que quiso dar. Se fue de Barcelona por discrepar con la visión de juego del DT neerlandés Louis Van Gaal y emigró a Villarreal, club en el que también se cruzó con el entrenador, en ese caso, el chileno Manuel Pellegrini. Renunció en 2006 a la selección argentina porque su madre –argumentó el 10– no toleraba las críticas a su hijo. Confrontó con Diego Maradona, autoexcluyéndose otra vez del equipo albiceleste en 2009 por “no coincidir con el entrenador” y lo expuso en un cabildo abierto en La Bombonera (y ganó esa pulseada en el apoyo de la gente).
Provocó la renuncia del tesorero de Boca, Daniel Angelici, en 2010 porque quería renovar su contrato por cuatro años y el dirigente quería otorgarle dos. Anunció su retiro pocas horas antes de la final de la Libertadores de 2012, generando un cimbronazo interno que afectó al plantel xeneize, luego derrotado por Corinthians en San Pablo. Regresó apenas seis meses más tarde para darle una mano desde la cancha a Carlos Bianchi (“es como mi papá”, dijo alguna vez).
La urgencia de la Copa Argentina
La derrota en suelo brasileño no astilla la pleitesía hacia él. Riquelme ya era desde hacía mucho tiempo uno de los máximos ídolos de la historia de Boca. Incluso, un alto porcentaje del total de hinchas lo ubica en el primer lugar en un hipotético ranking. Y desde ese sitial, reservado para unos pocos, se lanzó a la política y arrasó en la elección de 2019, aunque no tenía experiencia como dirigente.
El mate como extensión de su brazo, el asado como dieta en cualquier momento, el hablar pausado y pensante. La virtud de saber qué decir, cuándo y dónde hacerlo, y la de conocer qué impacto generarán sus palabras. La contundencia de sus frases, por momentos muy lúcidas y por otros, tribuneras. Todo eso forma parte de Riquelme.
Como los grandes íconos, su figura genera controversias. El péndulo jamás se queda quieto. A Riquelme se lo adora o se lo defenestra. Se lo ama o se lo odia. Se lo aplaude hasta que arden las manos o se le minimiza su indiscutible clase.
De ganar Boca en el Maracaná, 2023 habría sido inolvidable en lo personal para Riquelme. En junio el ex 10 disfrutó su postergado homenaje, rodeado por amigos y con Lionel Messi en una Bombonera repleta. Y el cierre se avizoraba a todo lujo: a la posibilidad de ser reelegido como directivo del club se habría sumado un viaje de ensueño a suelo árabe, por el Mundial de Clubes. Pero no. Sus días previos a la Navidad no transcurrirán fuera de la Argentina.
Pero las aguas nunca se calman. Tras esa decisión de apostar a todo o nada por esta final de Sudamérica, ahora la urgencia es ganar la Copa Argentina o sumar los puntos suficientes para clasificarse para la Libertadores de 2024 por la tabla anual. El Boca del Riquelme dirigente no puede privarse de eso.
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