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Riquelme defiende su juego
Hay futbolistas especiales. Su juego y sus conductas lo apartan del rebaño. Se distinguen en la multitud, su paso es distinto, y su huella más profunda. Riquelme pertenece a esa casta, minoritaria, que convive a diario con la desmesura.
Para bien o para mal, con ellos siempre se exagera: les tributan elogios y cariños cada vez que visitan las cumbres -y lo hacen con frecuencia-, y se los golpea brutalmente si alguna vez caen al suelo. Es el tratamiento habitual que reciben los símbolos que el medio convierte en mercancías. Venden mucho, siempre que se los presente cerca de la excelencia o del fracaso.
Ellos no pueden hacer nada para evitar esa lógica de mercaderes; simplemente los invade, sin lugar a una legítima defensa. No hay un justo proceso, ni siquiera un juicio. Están condenados a rebuscárselas como puedan, a integrarse al sistema concediendo lo mínimo e intentando disfrutar lo máximo. Nada fácil.
Aún así, sobreviven. Entonces el objeto de crítica es la supervivencia. ¿Por qué alguien con tanto talento se empeña en no sacarle todo el provecho?, nos preguntamos con arrogancia segura todos quienes ni siquiera pasamos cerca del barrio de los destacados. Pero es una pregunta funcional al modelo del éxito. Sin esa clase de planteos, Riquelme no sería un rebelde.
Con semejantes condiciones, Riquelme pudo ser Zidane, aún podría estar jugando en las principales ligas del mundo y multiplicar sus ingresos; podría haber comprado un piso en Champs Élisées... Podría haber hecho todo eso y más. Pero no, se puso en situaciones incómodas, cometió errores, y renunció a un sinfín de objetivos que el auditorio hubiera aplaudido. No quiso eso para él. ¿Alguien puede atreverse a culparlo por elegir cómo y dónde vivir su vida de futbolista? Siempre ha tomado sus decisiones con independencia. Ni el más fabuloso de los contratos ni las luces ni las presiones pudieron cambiarlas.
Tampoco ahora, en esta despedida de Boca. No estaba a gusto; vacío, dijo. Suficiente para él. En un mercado donde cada acto se define por al análisis de los costos y los beneficios y nunca nadie renuncia a nada sin antes cuantificar las pérdidas, que alguien decida no seguir adelante simplemente porque no tiene ganas, es contracultural. Da igual si estamos de acuerdo o no. Lo que no da lo mismo es calificar negativamente ese acto. Está tan seguro de su decisión, que ni la pena de no hacer lo que más le gusta (jugar) la puede cambiar.
No todos tienen el "don" de la diplomacia. Alguna gente comunica las cosas como le salen, no sin pensarlas, no sin saber las consecuencias, pero sin que la tentación del confort interfiera. La corrección tiene más afiliados en el mundo público, pero no suele ser un atributo de los geniales, habitualmente señalados por todos los que sí caminamos en el rebaño, mansos, prolijos, perfectos modelos de la medianía.
Riquelme siempre ha dejado la sensación de disfrutar el juego, sus secretos y sus rituales. En cambio, siempre pareció tener que sobrellevar todo lo otro que el fútbol tiene de industria. Si ya no encontraba placer ni en el juego, entonces no le quedaba nada. Y Riquelme nunca administró el negocio, siempre fue un jugador de fútbol.
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