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Raúl Alfonsín y su rol decisivo en la Intercontinental que Independiente ganó en 1984
Raúl Alfonsín y Ricardo Bochini se admiraban mutuamente. Tanto que el máximo ídolo de la historia de Independiente, tan brillante y reconocido en los campos de juego como ajeno al mundo de la política, sorprendió cuando hizo público su respaldo al entonces presidente de la Nación durante la campaña para las elecciones legislativas de 1987.
"Nunca me metí en política, sólo respondí lo que me preguntaron. A mí me gustaba Alfonsín, yo era hincha de Alfonsín... (sic), lo quería mucho y él me quería a mí. Era una persona humilde, que sabía de todo y que agarró el país en una época muy difícil. Para mí, fue uno de los mejores presidentes que tuvo la Argentina", dice Bochini, en diálogo con LA NACION.
Entre sus múltiples ocupaciones, ya fuese como abogado, político, estadista o promotor de los derechos humanos, quien hoy es considerado como "el padre de la democracia moderna" en nuestro país nunca dejó de atender su pasión por Independiente y hasta llegó a cumplir un papel clave en la disputa de la Copa Intercontinental de 1984.
El efecto de la Guerra de Malvinas
¿Por qué? ¿Qué fue lo que sucedió? Cuando Independiente y Liverpool se enfrentaron en Tokio hace 35 años, en la primera edición de la Copa Toyota Intercontinental, el recuerdo de la Guerra de Malvinas todavía estaba fresco. Cientos de jóvenes argentinos habían muerto en las islas y otros tantos habían regresado con las terribles secuelas de los campos de batalla. El clima de desconfianza entre ambos países era notorio. A comienzos de 1984, el gobierno argentino había enviado una delegación parlamentaria al Reino Unido, integrada por los senadores Adolfo Gass y Julio Amoedo y los diputados José Horacio Bordón y Federico Storani, que debió sortear varias "trampas" y algún encierro diplomático del Foreign Office.
En ese contexto, el partido programado para el 9 de diciembre en Tokio, primer enfrentamiento oficial entre un equipo de fútbol de la Argentina y otro de Inglaterra, fue corrido del plano deportivo y se convirtió en un tema de debate geopolítico. En Cancillería, en el Congreso Nacional y en la Casa Rosada se hablaba del encuentro. Y hasta se barajó la posibilidad de suspenderlo.
"Efectivamente no había ningún tipo de relaciones diplomáticas y la cuestión de jugar o no aquella final pasó a ser un tema central. A Independiente le había tocado enfrentarse a un equipo bien inglés como el Liverpool y debíamos tomar una decisión", recuerda a LA NACION Federico Storani, quien presidía la comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados.
La postura más radical la llevaba adelante el entonces subsecretario de Deportes de la Nación, Rodolfo "Michingo" O' Reilly, hombre proveniente del rugby –fue campeón como jugador del CASI y un reconocido entrenador de Los Pumas–, quien aconsejaba no jugar la final y así lo transmitía tanto en cónclaves políticos como en los medios de comunicación.
"Como capitán de Independiente me vi en la obligación de salir a responder. ¿Por qué se podía jugar contra los ingleses al rugby o al tenis y al fútbol no? Ya habían pasado dos años de Malvinas y no había por qué mezclar la política con el deporte", sostiene Enzo Trossero.
Por consejo del presidente de la AFA, Julio Grondona, y con el visto bueno del resto de los dirigentes de Independiente encabezados por Pedro Iso, un grupo de jugadores concurrió al Congreso para manifestarse frente a diputados y senadores. "Fuimos a pedirles que nos dejaran jugar, que no mezclaran las cosas. La mayoría opinaba que no debíamos viajar y nosotros tratábamos de hacerles entender que no era un problema diplomático, que sólo se trataba de un partido de fútbol", precisa Jorge Burruchaga.
La decisión final debía tomarla la mesa chica del gobierno. Se escucharon con atención las opiniones del canciller Dante Caputo, quien estaba a favor de jugar el partido y del vicecanciller Jorge Federico Sábato, quien instruía al resto de los funcionarios sobre la cuidadosa relación que debía mantenerse con Inglaterra. Alfonsín escuchaba. Él tenía la última palabra.
"Desde un principio Alfonsín sostenía que no había que romper relaciones con Inglaterra, nos decía que debíamos estrechar lazos de todo tipo, porque para la cuestión de fondo –que era discutir la soberanía de Malvinas–, iba a ser peor. Encima, él era hincha de Independiente, así que lo comprendían las generales de la ley", agrega Storani, integrante de aquella mesa chica alfonsinista.
Tras analizar los "pro" y los "contra", Alfonsín aprobó el viaje. Hasta, cuentan allegados al expresidente radical, lo terminó viendo como una posibilidad de desdramatizar cualquier encuentro entre argentinos e ingleses, como si el fútbol pudiera terminar siendo una primera vía de intercambio pacífico entre dos países con la confianza astillada.
De todas formas, la gente, los hinchas y algunos jugadores, tenían un sentimiento especial. Las jornadas previas al viaje a Japón estuvieron cargadas de un clima nacionalista. La revista "El Gráfico", por ejemplo, despidió al equipo con un artículo titulado: "El país está con Independiente". Y los jugadores, vestidos con elegantes trajes de color beige y un escudo del club a la altura del pecho, fueron a la Casa de Gobierno antes de su viaje para recibir de manos del presidente el pabellón nacional.
De la "desmalvinización" al recuerdo de los soldados caídos
Si el mensaje de los futbolistas y los dirigentes de Independiente había apuntado esforzadamente a desvincular la guerra de Malvinas con la final de Tokio en los días previos al viaje, la arenga del capitán, Enzo Trossero, en la noche anterior al partido sacudió nuevamente al plantel con el recuerdo de los soldados caídos y el dolor de las familias que no los vieron regresar.
"Somos un grupo de hombres y vamos a demostrárselo a los ingleses. Esto no es una guerra, pero daremos una respuesta como equipo. ¿Quién no tiene un amigo, un familiar o un vecino que no haya llorado por un soldado caído? Yo fui soldado, hice la colimba; me podría haber tocado a mí o a cualquiera de ustedes. Tenemos un país que nos está mirando, que nos está apoyando y no podemos defraudarlo. Vamos a salir ganando de esa cancha o no salimos", alentó Trossero a sus compañeros.
El arquero Carlos Goyén era el único uruguayo del equipo, pero vivió aquel momento con la misma intensidad. "Por más uruguayo que sea, uno no puede estar ajeno a una circunstancia así y mucho menos cuando se trata de un país hermano, latinoamericano y, por sobre todo, un país en el que yo estaba viviendo y que me estaba dando de comer", recuerda Goyén.
"Pero cuando entramos en la cancha no hubo ninguna guerra, jugamos un partido de fútbol. Me hubiese gustado tener mano a mano a un gurka o a un asesino profesional, pero los que estaban enfrente eran deportistas, jugadores de fútbol como nosotros. Nos respetamos mutuamente", resalta el arquero, una de las figuras del triunfo por 1-0 sobre el Liverpool.
Burruchaga y Enrique: el año que vivieron en peligro
"¡Fuck you, men! ¡¿Qué te pasa? ¿Qué me mirás?!", disparaba el "Loco" Carlos Enrique, con rostro serio y la mirada clavada en uno de los jugadores de Liverpool, durante la formación de los equipos previo a saltar al campo de juego del estadio Olímpico de Tokio. Al lateral de Independiente, con sólo 19 años, le costó asumir que no habría venganza en el choque contra los ingleses. En parte por su juventud pero también porque la guerra le dejó sus huellas mientras realizaba el servicio militar en el Batallón de Arsenales 601 de Monte Chingolo.
"Con los años me di cuenta de que había sido una falta de respeto, que no debí hacerlo, pero era muy joven y además venía de vivir situaciones muy tristes durante Malvinas, como no saber si me iban a mandar a pelear o ver cómo un amigo se te suicida dentro del cuartel", cuenta el Loco Enrique. Había sido uno de los primeros conscriptos de 1982, por lo que su destino debía ser el sur, la zona del conflicto. Pero gracias a una gestión de los dirigentes, se lo autorizó a permanecer en Buenos Aires para poder entrenarse con Independiente y también con el seleccionado juvenil.
"Un día nos alistaron a todos en el patio, nos hicieron armar los bolsos, cargar los lanza granadas en la espalda y nos subieron a los camiones. Estuvimos ahí varias horas, lo único que quería era poder llamar a mi exmujer y decirle: "Cuidate y cuidame a la nena". Y hablar con mis viejos", relata.
Julio era uno de sus protegidos dentro del cuartel, un joven silencioso e intelectual. "Era un buen pibe, calladito... y en la colimba a veces te agarran otros que son más salvajes. Yo les decía: "Al que lo quiera gozar, lo c... a trompadas". El 2 de abril, cuando comenzó la guerra, mi hija cumplió su primer año. Un par de días después, fui y me dijeron que Julio se había disparado con un fusil. Mirá que soy un negro fuerte y orgulloso, pero me acuerdo y se me caen las lágrimas", se conmueve el Loco.
Cuando José Omar Pastoriza le dio la orden de marcar a Craig Johnston, la figura del equipo inglés, el "Loco" tardó seis segundos en tirarse en plancha sobre su tobillo. "El Pato ya me había mandado a marcar a Renato Portaluppi en la final de la Libertadores. 'Si lo marcás bien, ganamos la Copa', me había dicho. Contra Liverpool, me pidió que hiciera lo mismo con Johnston. 'Quédese tranquilo, que no la va a tocar', le respondí".
A Burruchaga le tocó cumplir con el servicio militar en el Regimiento de Infantería "1" de Patricios. Autor de goles históricos, como el de la final de la Libertadores ante el Gremio o aquella corrida interminable en la definición frente a Alemania en la final del Mundial de México '86, debía recibir la baja cuando estalló el enfrentamiento bélico en Malvinas. Pese a los esfuerzos de la dirigencia de Independiente, quedó "a disposición de la Patria".
"Me llamaron de nuevo, me cortaron el pelo y quedé a disposición durante toda la guerra. Estaba obligado a ir a firmar al regimiento y después me iba a entrenar. La verdad es que tenía un miedo enorme", admite el mediocampista, que sería vendido al Nantes de Francia tras la Intercontinental. '¿Te acordás de fulano?', me preguntaban; falleció...". Yo estaba en el juvenil, en un sudamericano o en medio de una copa. Fueron momentos terribles", rememora.
Sin embargo, Burruchaga nunca catalogó sus triunfos ante a los ingleses como una venganza. "De ninguna manera trasladé aquella copa o el partido de cuartos de final en México '86 a lo que pasó en la guerra. Nunca lo sentí como una recompensa respecto de una guerra tonta, injusta, absurda y en la que murieron muchos chicos que fueron a algo para lo que no estaban preparados", afirma.
La final de Tokio y el "gol del mundo"
Lejos de las especulaciones, el partido fue correcto. A los 6 minutos del primer tiempo, José "Mandinga" Percudani sacó provecho de un pase largo de Claudio Marangoni y definió ante la salida de Bruce Grobbelaar, una de las figuras del Liverpool.
"Hicimos ese gol tempranero y después jugamos a nuestro ritmo. La diferencia en el marcador fue mínima pero el resultado fue justo. Independiente tenía un equipo bárbaro, nos conocíamos de memoria", destaca Burruchaga.
Percudani, autor del "gol del mundo", jugaba de niño a que era Daniel Bertoni. Y su hermano Walter simulaba ser Bochini. Su papá Alberto les había inculcado desde siempre ese amor por Independiente y hasta su madre Isabel estaba involucrada en esa simpatía por el Rojo. En su casa de Bragado, se hablaba del "Chivo" Pavoni, de Semenewicz, de "Pancho" Sá...
"Estaba predestinado, mi familia es fanática de Independiente. Y gracias a la confianza del Pato Pastoriza pude quedar en la historia, porque yo no venía siendo titular. Había perdido el puesto con Bufarini, que jugó la Copa Libertadores, pero ante Liverpool decidió ponerme por mi velocidad y terminé convirtiendo el gol", se enorgulle Percudani.
Trossero sostiene que el Rojo había llegado como "punto" y que para la mayoría Liverpool era el favorito. "Decían nos iba a pasar por arriba, que tenían un equipo muy poderoso, que contaban con figuras como Grobbelaar, el central Alan Kennedy, Johnston, los delanteros Kenny Dalglish y el gales Ian Rush. Pero les ganamos con mucha autoridad", afirma.
"Aquel tanto ante el Liverpool y mi hija Constanza, que tiene 6 años y por supuesto ya es hincha del Rojo, fueron los mejores goles de mi vida. Me dicen "Mandinga" e hice el gol del mundo para Los Diablos ante los ingleses incluso antes que el de Maradona en el Mundial", se jacta Percudani.
El brasileño Romualdo Arpi Filho pitó el final del encuentro y los jugadores de Independiente desataron su festejo. Se abrazaron, cantaron y saludaron a sus derrotados colegas del Liverpool. En la zona de vestuarios, Dalglish se acercó a Trossero e intercambiaron sus camisetas, en uno de los gestos como los que podía haber imaginado Alfonsín.
Argentinos e ingleses se habían enfrentado en un partido de fútbol sin ir más lejos. A su regreso al país, los campeones fueron recibidos en la Casa de Gobierno con la copa. Es que de alguna forma, aquel hombre con sus decisiones había jugado también una parte importante de la final Intercontinental de 1984.
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