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Racing vivió una noche feliz y la ilusión sudamericana crece en Avellaneda
El equipo de Gustavo Costas se impuso por 4-1 a Paranaense y buscará la gran final contra Corinthians
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Racing tuvo su noche soñada. Con una gran actuación, venció por 4 a 1 a Athletico Paranaense y se metió en una de las semifinales de la Copa Sudamericana, una instancia a la que no llegaba hace casi tres décadas. Con empuje y fútbol, el equipo de Gustavo Costas jugó una verdadera final que lo encontró victorioso casi desde que el juez colombiano Andrés Rojas pitó el inicio del partido.
El 28 de mayo de 1997, Racing venció a Peñarol por penales, luego de empatar por 1 a 1 en el tiempo regular. Esa fue la última vez que cruzó la frontera de los cuartos de final de un torneo internacional. En el medio atravesó una quiebra, un gerenciamiento, sus hinchas fundaron el Predio Tita, cortó una racha de 35 años sin poder ser campeón local mientras el país se incendiaba con cinco presidentes en once días, retomó su vida institucional, jugó una Promoción con la que evitó el descenso al Nacional B, y el equipo sumó cuatro estrellas más para sus vitrinas locales, entre tantas otras cosas. Pero no lograba pasar la barrera de los cuartos de final en las copas continentales. Y lo intentó.
Tuvieron que pasar 16 competiciones para romper la pared y volver a meterse entre los cuatro mejores de una copa, como lo había hecho con aquel equipo de Alfio Basile en 1997: siete Libertadores (2003, 15, 16, 18, 20, 21 y 23); seis Sudamericana ( 2002, 12, 13, 17, 19 y 22); dos en la vieja Mercosur (1998 y 99) y 1 en la más antigua Supercopa 1997. Hasta ahora. Hasta esta goleada ante Paranaense que ya lo deposita en la llave de los cuatro mejores contra Corinthians.
Racing salió a jugar la vuelta de los cuartos de final con esas ganas que habían quedado atragantadas durante casi tres décadas. Claro, lo demuestra la primera jugada. Apenas cuatro futbolistas locales habían tocado la pelota. A Agustín Almendra le alcanzó para romperle el arco a Mycael, con un derechazo fortísimo que se clavó en el ángulo, a los 18 segundos. El reloj no marcaba ni un minuto y la serie ya estaba igualada.
Fue el inicio de un primer tiempo ideal para la Academia. Costas había decidido no guardarse nada para este partido. A la estructura de siempre, con el regreso de Gabriel Rojas en el lateral izquierdo, la coronó con Juan Fernando Quintero como enlace y los Martínez, Roger y Maravilla, en la delantera. Ya habían dado indicios de que podían ser una dupla temible, con esa chilena que el número 9 tiró por encima del travesaño. A los 24 minutos lo confirmaron. Juanfer lo puso a correr a su compatriota, que envió el centro para el anticipo del ex Instituto. Golazo. Como si se hubieran estudiado de memoria el manual del tridente delantero.
Maravilla Martínez no convertía hacía más de un mes, en la goleada en Avellaneda ante Huachipato, por los octavos de esta misma copa, el pasado 20 de agosto. Había tenido situaciones, pero ese aura que mostró durante todo el primer semestre parecía haberse apagado. Se encendió en el momento indicado. Así llegó a la impresionante marca de 24 goles en 37 partidos, un promedio de 0,65 por juego. A eso, además, le agrega el sacrificio típico de un jugador criado en el Ascenso, de una persona curtida por los golpes de la vida.
Antes de la media hora de juego, Racing ya había revertido el marcador adverso que se trajo siete días atrás de Curitiba. Los nervios se desataron. También la ansiedad. El Cilindro se transformó en una olla en ebullición, con un contagio recíproco entre la tribuna y el césped. Hasta que apareció el cansancio. Un bajón físico lógico después de la intensidad que había mostrado el equipo en la primera media hora de juego. Cuando Athletico Paranaense se adelantó en el campo y peor la pasaba el equipo local, llegó el tercero.
Hay noches en las que todo sale bien. Si no, no hay manera de explicarlas. Además de ese golazo de Almendra en el inicio, a qué adjudicar sino a la fortuna ese resbalón de Gabriel para que la pelota le quede servida justo a Quintero, para comandar el contraataque a su antojo. El número 8 hizo la pausa necesaria para que Roger solo tenga que empujar la pelota para batir a Mycael. 3 a 0 para irse al vestuario. Ni el pronóstico más optimista podía imaginar algo así.
Al minuto del segundo tiempo llegó el descuento brasileño, definición del recién ingresado Nikao. Casi una prueba para demostrar que era verdad que estaba jugando Racing, que algo había que sufrir. Las ganas del equipo, sin embargo, eclipsaron la tensión. Después de 27 años de espera no se le iba a escapar de las manos la clasificación a la semifinal. A la fuerza, con el empuje de sus futbolistas y sus hinchas que entendieron que había llegado el momento de dar el golpe sobre la mesa continental, la Academia logró empujar para cruzar por fin la frontera. Lo que viene después no se conoce. Por ahora, se sabe que hay algarabía. Así se puede ver en la mitad celeste y blanca de Avellaneda.
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