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¿Quién manda en Boca?
Hace tiempo que en Boca el problema son los límites: ¿hasta dónde estirarlos? No hay, nadie los pone. Se conceden atribuciones que condicionan la intimidad del grupo, se complacen antojos, se satisfacen pedidos de divo, no se gestiona con la misma vara según el apellido... Un viejo relato entre vanidades, liderazgos, algún rey que se siente imprescindible y varios súbditos que hacen una distribución gallinácea y rastrera de sus enojos. Una olla de presión... que cíclicamente registra explosiones. Boca se las ingenia para reabrir las puertas de su cabaret una y otra vez, una y otra vez.
Riquelme cree que está por encima del club y eso genera conflictos que suelen derivar en dramas puertas adentro. Algunos compañeros no lo soportan, pero tampoco lo enfrentan. Le temen al monstruo de mil cabezas que los domingos perdona o ejecuta desde la popular. Tampoco lo adora esta dirigencia, que elige sobrevivir esquivando el tormento popular antes que conducir desde sus convicciones. En el enésimo ejemplo, anoche Román tomó el club para trasladarle un ultimátum a la prensa. ¿Los dirigentes? Evaporados. Boca vive en la distorsión, por eso jornadas como la de ayer le estallan frente a sus ojos.
El poder desmedido que le han servido a Román sembró irritabilidad. Abrió distancias. Hoy es Orion el apuntado; ayer fueron Julio César Cáceres, Migliore, Cellay, Albín, Erviti o Lucchetti. O el impenetrable silencio de Palermo. Los que se animan a hablar sólo lo hacen cuando están a muchos kilómetros de la Bombonera. Callan por supervivencia, para no ser devorados. Habitualmente, cuando hay una alta dependencia del juego y de los caprichos de una estrella, ese club se acostumbra a transitar por etapas de autodestrucción.
En la Ribera todos son responsables de una inusual sinrazón y hasta del desgobierno. Un club tan desarticulado que, en horas agitadas, la primera que reacciona para pedir explicaciones es la barra brava, que se regodea con su vergonzante impunidad por el playón. Carlos Bianchi es una leyenda viviente en Boca. Se merece una estatua en el club. Anoche se comportó como tal: ausente, pese a estar ahí. Su figura es inmensa para reducirla a un instante decorativo. Daniel Angelici ni apareció; es más, se marchó con custodia cuando el vestuario ardía. Silencio fue la respuesta institucional ante dos empleados que resolvieron odios y rencores a las trompadas. Angelici, el mismo hombre que hace algunos días se jactó de que no le temblaría el pulso para tomar decisiones terminales con Bianchi?, ayer se alejó viendo cómo crecían las llamas.
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