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¿Quién frena a River? Tiene la fórmula: minimiza a los rivales con su fútbol y agranda la ilusión en la Liga Profesional
Venció 2-0 a Independiente y pudo golear por nivel individual y colectivo; octavo triunfo consecutivo para ratificar su liderazgo
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Desfila River en la Liga Profesional. Se escapa en las posiciones y los rivales lo sienten inalcanzable cuando lo tienen enfrente. Este Independiente no estuvo en condiciones de ser una oposición de riesgo, como lo podría indicar un clásico que tiene fama de ser el de mejor juego del fútbol argentino. River estuvo a la altura de esa consideración, pero Independiente anda por los bajos fondos, en una dimensión muy inferior.
El Monumental vivió una fiesta. Se sacó las ganas por un nuevo triunfo, el octavo consecutivo por la Liga Profesional. Se regodeó por otra valla invicta, la octava en fila. Un equipo de arco a arco, bien cosido en el medio. Si algo le quedó atragantado fueron algunos gritos más de gol, porque el 2-0 se quedó corto, no fue el fiel reflejo de las amplias diferencias entre ambos conjuntos.
River pudo golear y expuso a Independiente en sus carencias, disimuladas hace una semana ante Racing. No hay voluntarismo que alcance para contrarrestar a este River que transita por el círculo virtuoso de las victorias, el buen juego, la confianza y el entusiasmo para demostrar todo de lo que es capaz.
Esequiel Barco es uno de los exponentes del último Independiente que le dio alegrías a sus hinchas. Campeón de la Copa Sudamericana 2017 en el Maracaná ante Flamengo, su éxodo a la MLS de los Estados Unidos formó parte del progresivo vaciamiento del club, que continúa hasta estos días. Barco ahora es una pieza cada vez más importante en este River coral, creativo, de una sostenida vocación por el juego, dominante a partir de la pelota. Propositivo a tiempo completo.
A Barco le tocó llevar al marcador la superioridad que River estableció desde el comienzo. A los 17 minutos, tomó en el balcón del área un defectuoso despeje visitante de un córner; el derechazo entró como un obús por el arco de Rey. Barco no festejó el gol, juntó y levantó las manos en señal de disculpas para los hinchas de Independiente que seguían el partido por televisión. Independiente está corto de todo, pero todavía hay agradecidos que son comprensivos con sus pesares.
Lo mejor del partido
Así como River junto mediocampistas –cinco- y laterales para elaborar juego y quitarle referencias al rival con una continua movilidad, Independiente dispuso un esquema 5-4-1 para aguantar y achicar espacios en campo propio. Con poco tiempo de trabajo y un plantel limitado, a Zielinski no le quedó más remedio que adoptar una táctica más conservadora que cuando venía al Monumental con Belgrano, Atlético Tucumán o Estudiantes.
Barco le sacó más lustre a su muy buena semana, con el antecedente cercano de los dos goles a Sporting Cristal por la Copa Libertadores. Es uno de los jugadores que dieron un paso al frente respecto del nivel promedio que tenía con Gallardo. Además de todo lo genera en el uno contra uno y con un cambio de ritmo difícil de controlar para el rival, Barco también se hace notar por su eficacia. Fue su sexto gol en 17 partidos (ocho de titular) en este año.
River movía la pelota con autoridad, se sentía dueño del desarrollo. Todos los índices, posesión, cantidad de pases (en total fueron 625, contra los 250 de Independiente) y remates al arco, le eran ampliamente favorables. Rodrigo Aliendro se constituía en un engranaje clave del funcionamiento. El lubricante que hacía fluir los movimientos por su generosidad para mostrarse por diferentes sectores. Una continua descarga para el compañero que busca un receptor. Y también un generador de avances por su visión para el pase. Su trotecito no parece decir mucho, pero su despliegue esconde un motor diésel que no para nunca. Un auténtico jugador de equipo, un facilitador para cada compañero. La auspiciosa actualidad colectiva de River no permite hablar de irremplazables, pero si hay un jugador que merece estar siempre es Aliendro.
Al gol de Barco le siguieron un par de lesionados que sacaron al partido del ritmo que traía. Se fueron Luciano Gómez, en Independiente, y Paulo Díaz, en River. Con dificultades para recuperar la pelota, Independiente solo respiraba cuando se tomaba tiempo para reanudar el juego. El arco de Armani le quedaba a varias lunas. No había noticias de Marcone y Cauteruccio es la clase de delantero que se las arregla con lo poco que le puedan acercar, pero sin el más mínimo abastecimiento quedó desconectado. Ni siquiera el habitualmente explosivo Cuero conseguía estirar al equipo con alguna corrida.
El nudo del encuentro estaba en la capacidad de River para ajustar y finalizar los ataques. No había ida y vuelta ni golpe por golpe. El desarrollo era unidireccional, para sufrimiento de Independiente, condenado a perseguir rivales.
El segundo tiempo fue otro monólogo de River. Se jugaba en campo de Independiente y las llegadas eran constantes. Hacía méritos para marcar el tercer o cuarto gol antes que el segundo. Entre las tapadas de Rey, los postes y alguna definición deficiente, el segundo gol se demoraba. “Me voy muy conforme, a veces la gente espera una goleada, pero el fútbol argentino es parejo y difícil. Destaco que no nos inquietaron”, analizó Demichelis. A veces estos despilfarros se pagan caro con algún descuido aislado. No fue el caso, porque Independiente no inquietaba. Y mucho menos desde la expulsión de Damián Pérez a los 15 minutos.
Demichelis sumó artillería ofensiva con dos tanques: Salomón Rondón y Miguel Borja, buscados continuamente por una línea de volantes que no se cansa de tirar pases ni de sorprender con los cambios de orientación. Fue el colombiano Borja el que estiró el triunfo. Aguantó la furibunda carga de Barreto y definió con un remate cruzado. Un envión anímico para un delantero que andaba algo decaído porque tiene menos minutos de los que cree merecer.
River redujo el clásico, que supone paridad y porfía, a un partido sin equivalencias. No está habiendo antídotos para su fórmula: minimiza rivales y agranda su ilusión.
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