Diego Milito y Carlos Arano estaban por empezar la práctica de la cuarta división en el predio de la UOM en Moreno, el quinto espacio para entrenar que conocían en su paso por las inferiores de Racing. Que estuvieran ahí ya era un buen síntoma: a veces los predios les cerraban las puertas por falta de pago, o el micro no pasaba porque no se había cancelado la deuda. Pero esa sensación duró poco. El coordinador de inferiores, Pablo Centrone, los juntó y tomó la palabra: había que despedirse porque les acababan de comunicar que Racing iba a cerrar. El contexto por el que pasaba la Academia ya los había acostumbrado a muchas cosas, pero eso era demasiado. El grupo se despidió. Había una mezcla de emociones: muchos sentían al club como propio, pero además estaba la incertidumbre por su futuro deportivo. Por su edad ya no les quedaba mucho margen para buscar un nuevo rumbo. "Con mi viejo y mis hermanos vivíamos a unas cuadras. Así que apenas llegué a casa –cuenta Arano, que hoy es técnico alterno de la reserva– fuimos caminando hasta la sede, donde ya estaba juntándose la gente. Lloramos y cantamos como todos porque era una situación difícil de entender. Te desgarraba el corazón". Los hinchas se agolparon en Mitre 934, Avellaneda, a la espera de alguna explicación a las palabras de la síndico Liliana Ripoll. No podían entender que, por disposición de un tribunal que respondía a la demanda de uno de los seiscientos acreedores, el club debía ser clausurado y sus bienes liquidados en un plazo de cuatro meses.
Cuando ya había caído la noche, llegó desde el juzgado de La Plata el presidente Daniel Lalín, el hombre que había decretado la quiebra con continuidad como fórmula para sanear la economía de un club que tenía más de 40 millones de dólares de deuda. Veinte años después, aunque ya no puede ir a la cancha y sus negocios no se inscriben en el fútbol sino en la minería y la industria del petróleo, Lalín sigue convencido de que aquella era la única salida. "Todo lo que dije se cumplió. La quiebra con continuidad era la mejor y única opción. Después lo hicieron otros clubes. Lo que pasa es que yo nunca tuve el visto bueno de Julio Grondona.
¿Sabés por qué? Porque siempre le dije que era un chorro. Y el tiempo me dio la razón. ¿Vos viste lo que fue el velorio de Grondona? Parecía el funeral de un rey. ¡Todos vinieron!", dice Lalín, que a sus 70 años sigue al equipo por televisión y es capaz de mandarle mensajes de WhatsApp a Eduardo Coudet con críticas por sus planteos. Pero aquella noche no pudo dar explicaciones: cuando tomó el micrófono, uno de los miles de hinchas desesperados porque su club cerraba le tiró un redoblante en la cara que le cortó la nariz. El expresidente dice que sabe quién fue: "Me lo tiró el Paraguayo (sic), pero no tengo problemas con él. No lo culpo. A cualquiera que le digan que Racing ya no existe va a querer salir a romper todo".
La síndico Ripoll, que nunca compatibilizó con los arranques extravagantes de Lalín, confiesa que con esa frase simbólica buscó una reacción en la gente para evitar lo que hubiera sido una muerte lenta para Racing. "Ese fallo de cámara no tenía fundamentos. Yo le dije al juez Gorostegui: ‘¿Se puso a pensar qué va a pasar cuando los hinchas se encuentren con el club clausurado? Yo no le voy a poner la faja’. En el recorrido desde el despacho hasta los pasillos, donde sabía que iba a encontrarme con periodistas de guardia, se me ocurrió que tenía que decir algo que produjera una explosión en el hincha".
Si esa fue su lectura, fue acertada. Desde ese 4 de marzo, la gente de Racing se declaró en "estado de movilización permanente". A la manifestación en la sede de la avenida Mitre le siguió una caravana de hinchas al otro día hasta la puerta de la AFA en Viamonte. Tan insólita era la situación por la que atravesaba el club que, según publicó la revista Racing, uno de los referentes de la Guardia Imperial, Juan "El Tano" Scardillo, se entrevistó con Hugo Cotz, gerente de la AFA, para pedir explicaciones. Un día después hubo una nueva concentración en el Obelisco.
Unos mil fanáticos marcharon por Diagonal Norte hasta las oficinas de Lalín y luego hasta Plaza de Mayo, donde entregaron una carta al entonces presidente Carlos Menem. "Somos hinchas de Racing Club y le pedimos que interceda para salvar a la institución a cualquier costo. Lo nuestro es amor –decía el texto firmado por un millón de hinchas– y eso no se compra, ni tampoco se vende. Y, entonces, el club no se cierra". No solo se organizaron marchas sino también colectas: se abrió una cuenta en el Bank Boston a nombre de Gustavo Costas y Fernando Quiroz, dos símbolos en los 90, para juntar fondos. Con el país al borde del estallido social que detonó en 2001, algunos hinchas aportaban más dinero a esa causa que a sus propios hogares. "Te pedimos que luego de depositar mandes una copia del talón del Banco a Radio Colonia, Programa Fútbol Imperial, Riobamba 286, para que puedas participar en sorteos que se van a realizar próximamente. Tomemos conciencia que todo aporte, por mínimo que sea, a Racing le servirá", decía la convocatoria.
Pero el mensaje más contundente llegó el domingo 7, cuando la Academia debía recibir a Talleres de Córdoba por la primera fecha del Clausura 99, que había demorado su inicio por una huelga de futbolistas. Pese a que no hubo partido, los hinchas fueron al estadio. Y también los jugadores. "Fue más gente a Racing que a las canchas donde se jugó la fecha", decía el graph de Crónica TV. Con el tiempo, ese 7 de marzo quedaría institucionalizado como el Día del Hincha de Racing. Más de treinta mil personas llegaron al Cilindro para cantar que su club no cerraba. "El que no es de Racing, el que no pasó por Racing, no siente a Racing como un sentimiento. Pero con el sentimiento de Racing no se juega –dijo entonces Ubaldo Matildo Fillol, campeón de la Supercopa en el 88–. Yo convoco a todos los hinchas a que tomen la sede, a que tomen el estadio, a que tomen todo lo que sea del club y resistan ahí". Al Pato lo acompañaron otras glorias como Juan Carlos "Chango" Cárdenas y Humberto "Bocha" Maschio. Los futbolistas del plantel vieron desde sus casas las imágenes que transmitían por la televisión. Y comenzaron a llamarse por teléfono para ver cómo acercarse al estadio. Se dieron cita en la Shell de 9 de Julio e Independencia y encararon hacia Avellaneda. Fernando Quiroz, Pablo Michelini, Sergio Zanetti, Ángel "Matute" Morales, Jorge "Coco" Reinoso y Gustavo Adolfo Costas pisaron juntos el césped. Fue uno de los momentos más emotivos de aquella tarde.
"El 7 de marzo estuve en la popular con la mayoría de los chicos de mi categoría. Me acuerdo –sigue Chiche Arano– que salieron a caminar los jugadores, llorando y aplaudiendo. Cantamos con el corazón. Creo que la gente tuvo mucho que ver en que el club no cerrara. Participé de todas esas cosas con mis amigos y mi familia. Algo había que hacer para que Racing volviera a jugar". Si la quiebra de la Academia centraba la atención de la opinión pública en esos días, la situación creció aún más después de las imágenes y testimonios conmovedores que dejó ese domingo. Una escena recorrió el mundo: un hincha en cueros, arrodillado, daba la vuelta olímpica al estadio mientras rezaba. Martín Souto, en ese entonces conductor del programa El Aguante, le prestó el micrófono y el tipo se desahogó: "Nunca creí en nada. Nunca le pedí nada a nadie. Lo único que le pido al de arriba es que Racing siga existiendo. Es mi vida. Es la vida de mi señora. La de mis hijas. La de mi vieja. Es todo para mí. Y si Racing no existe, para mí va a existir toda la vida porque voy a morir siendo de Racing".
Esa cobertura de Souto en TyC Sports –"la mejor en diez años de programa, porque la gente nos buscaba para expresarse", dice ahora el periodista– también se volvió icónica para la época. "Las imágenes que conseguimos ese día creo que lograron transmitir la movida que intentaba el hincha para que pudiera lanzarse un salvataje, que apareciera la política. El gobierno entendió que, si Racing desaparecía, había un problema muy grave", recuerda Souto.
Y la política entendió el mensaje. "Para nosotros la palabra ‘cierre’ no existe, es una historia payasesca. Si nos falta algún mango, el Turco Menem o el Cabezón Duhalde nos van a dar algún crédito. O Chupete De la Rúa. ¿No me van a dar seis palos, dos cada uno?", decía Lalín en enero, cuando el año ya pintaba sombrío para la Academia. El presidente del club tenía buenos vínculos con algunos políticos de peso pero no con el poder del fútbol. Se llevaba mal con Julio Grondona y con Carlos Ávila, el dueño de los derechos de televisión en ese entonces. De todos modos, las palabras de la síndico Ripoll y la reacción de los hinchas, en pleno año electoral, provocaron que las personalidades de la política y el propio Grondona comenzar a jugar. "Hace diez minutos estuve con el presidente Menem. Le dije: si quiere terminar su mandato de manera gloriosa salve a Racing. Me miró fijo y me dijo: lo voy a salvar", afirmó al aire Bernardo Neustadt, uno de los periodistas más influyentes por entonces, que habló como un hincha.
Dijo Eduardo Duhalde: "Racing no puede desaparecer. Como gobernador de la Provincia, no me es una situación indiferente. Vamos a colaborar en todo". El vicepresidente Carlos Ruckauf y Carlos "Chacho" Álvarez, que sucedería en el cargo a Ruckauf luego del triunfo de la Alianza a finales de ese año, tuvieron un rol activo en las negociaciones de esas semanas como políticos e hinchas. Finalmente, el Congreso de la Nación votó la Ley de Fideicomiso, que permitía el ingreso de capitales privados en los clubes a modo de gerenciamiento, que era lo que pedían la AFA y la Justicia: inyectar dinero genuino en el fútbol del club. "Que lo salvó la política quedó como parte del mito. En lo único en que se ayudó de alguna manera es que se votó la ley que permitió el gerenciamiento. Sino la solución era muy complicada", afirma uno de los actores importantes de esos meses en el Congreso que hoy prefiere el anonimato.
Las medidas que se tomaron para salvar a la Academia también tuvieron sus críticos. Cuando René Favaloro decidió matarse de un disparo al corazón por los problemas financieros que sacudían al país y, en particular, a su Fundación, alguien dejó un mensaje en la puerta de la Fundación: "Un país que prefiere salvar a un club de fútbol antes que a los científicos no es serio". Gregorio Weinberg, reconocido educador, escribió una carta a la nacion que decía: "Se puede convocar al Parlamento para salvar a un club de fútbol, pero no para auxiliar una obra de bien como la Fundación Favaloro". Para Ripoll, que luego de haber renunciado a la sindicatura de la quiebra de Racing sigue ligada al fútbol trabajando en la AFA desde hace más de 15 años, no hay otra lectura posible. "Siempre trabajé con concursos y quiebras. He visto clausurar empresas que tal vez dejaban en la calle 50, 100, 200 personas. Y nunca vi que un político se moviera para salvarlos. Con Racing hubo un consenso político que no vi en un negocio, en una empresa, en una actividad industrial. Solo en un club de fútbol."
El salvataje funcionó. El fallo de cámara se revirtió al primer día hábil que siguió a aquel 7 de marzo. Al domingo siguiente, la Academia volvió a jugar. Fue en Rosario, ante Central, hasta donde llegaron unos 30 mil hinchas para ver la resurrección de su equipo. Allí también estuvo Arano, que en la semana volvió a entrenarse junto a sus compañeros de la Cuarta división. En el 99, esa categoría dio la vuelta olímpica. Dos años después, Milito y Arano volvieron a campeonar, ya con el plantel de Primera, a cargo de Reinaldo Merlo, cuando el fútbol de Racing ya era manejado por Blanquiceleste Sociedad Anónima. Aunque esa es otra historia.
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