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Proyecto Haití
Un grupo de entrenadores argentinos está a cargo de las selecciones de fútbol del país caribeño, en un contexto inhóspito
El fútbol de Haití estaba en estado virgen, borrado del mapa mundial. Y un día, Yves Jean-Bart, presidente de la Federación Haitiana de Fútbol, decidió dejar las selecciones nacionales en manos argentinas para sacarlas de su ostracismo, tras aquel efímero paso por una Copa del Mundo, en Alemania `74.
En septiembre de 2001 se eligió al entrenador Jorge Castelli, que se hizo cargo de la selección mayor. Con él arribó Claudio Frean, el preparador físico que había acompañado a Castelli en Platense, Racing y Ferro, entre otros equipos. Poco después, Frean se convirtió en coordinador general de las selecciones de Haití, mientras que en septiembre último, Castelli dio un paso al costado y Cayetano Rodríguez tomó el mando de la mayor.
Así las cosas, el destino del fútbol haitiano, que se nutre del presupuesto otorgado por la FIFA y el gobierno de ese país, quedó librado al criterio de este grupo criollo , que ayer observó el empate 2 a 2 entre el Sub 20 de la nación caribeña ante la reserva de River, en Ezeiza.
El proyecto viene sosteniéndose pese a la falta de recursos básicos; el Sub 20 se clasificó para la última etapa de las eliminatorias con vistas al Mundial 2003 de la categoría, en Arabia Saudita. Y la selección mayor ya obtuvo un triunfo resonante ante Ecuador por 2 a 0, en enero último, por la Copa de Oro. Ambos conjuntos están en la Argentina, en un plan de entrenamiento intensivo. Pablo Erbín, ex jugador, se sumó al trabajo del equipo juvenil durante la gira en el país.
Frean está afincado desde hace un año en Haití, uno de los países más pobres de América. "La vida allí es dura. Hay una desocupación del casi el 70 por ciento y la gente vive del dinero que envían sus familiares desde los Estados Unidos. Al margen de la tremenda pobreza, la gente es amable y agradecida. Y no es un lugar peligroso: la Argentina es Camboya en comparación con la tranquilidad de allá."
En la liga de Haití, que es semiprofesional y cuenta con 16 equipos, se viven situaciones imposibles. "Excepto el Estadio Nacional, el resto de las canchas no tiene alambrados y el público se ubica sobre la línea de cal. Para efectuar un saque lateral, el jugador tiene que dispersar a la gente. Y cuando hay un gol, los hinchas ingresan en el campo y se lo llevan al goleador en andas, por lo que el partido se interrumpe", cuenta Castelli, que se desvinculó porque creyó que no podía avanzar más en el proyecto.
¿Un motivo de suspensión en Haití? Los dirigentes de los clubes van con armas de fuego a la cancha; en un encuentro hubo tantos disparos al aire que se forzó el final anticipado.
"Los futbolistas haitianos tienen un talento natural, aunque existen deficiencias tácticas que queremos inculcarles. Además hay que cambiarles la alimentación y el descanso. El broche de oro del trabajo sería la clasificación para el Mundial de 2006, en Alemania", dice Frean, que controla la mayor, la Sub 20 y la Sub 23.
En el entretiempo del partido con la reserva de River, Pablo Erbín es escuchado por los jugadores -que hablan en creol pero entienden el español- durante la charla del DT del equipo Sub 20, Harold Edma. "Les faltan picardía, mayor presión y práctica de jugadas con pelota parada. Con su físico reemplazan algunos errores tácticos", apunta el ex futbolista de Temperley, River, Boca, Huracán y Estudiantes.
Según Castelli, el promedio de impuntualidad de una cita con un haitiano es de una hora y media: "Arrancábamos las prácticas con tres jugadores y el resto llegaba mucho después. Con algunos cambios terminaron viniendo todos en horario".
Las canchas en Haití son de tierra y los jugadores no se duchan ni se vendan. Más: los equipos de la capital, Puerto Príncipe, tienen que trasladarse en lancha hasta el estadio de Roulado, el último campeón, que está en una isla, sobre una montaña. El problema es que la lancha sólo tiene capacidad para 60 personas y se suben 200. Otra postal exótica para un grupo de argentinos que quiere dejar una huella.
Un país convulsionado
Haití, una de las naciones más pobres del hemisferio occidental, con el 80% de su población debajo de la línea de pobreza, estuvo signado por la violencia política durante la mayor parte de su historia. Más de tres décadas de dictaduras de François "Papa Doc" Duvalier y su hijo Jean-Claude "Baby Doc" Duvalier, seguidas de un gobierno militar, terminaron en 1990 cuando el religioso Jean-Bertrand Aristide fue elegido presidente de este país de 27.750 kilómetros cuadrados y siete millones de habitantes, que ocupa la porción oeste de la isla que comparte con la República Dominicana.
La mayor parte del mandato de Aristide fue usurpado por un golpe militar liderado por Raoul Cédras, pero con ayuda internacional el mandatario pudo recuperar la presidencia en 1994 y propiciar el ascenso de un allegado suyo (René Préval) al poder, en 1996. Aristide ganó un segundo mandato en 2000 y a comienzos de 2001 asumió como presidente de una nación en la que la economía se contrajo aproximadamente un 1,2% en 2001. En Haití hay un extendido desempleo y subempleo: más de dos tercios de la fuerza de trabajo no tiene ocupación formal.
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