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Primera D: cómo es jugar al fútbol en un torneo amateur y con cuatro meses de descanso forzado
Liberar nuevamente la adrenalina que genera la competencia se había impuesto como una necesidad. Volver a entrar a un cancha para jugar por los puntos resultaba imperioso. Y el alivio se materializó con el inicio de un nuevo torneo. Es que a lo largo de cuatro meses, los planteles de los clubes de la Primera D habían ingresado en un prolongado período de descanso forzado y pretemporada. En ese lapso debieron optimizar recursos y agudizar el ingenio.
Si las canchas para los entrenamientos estaban lejos de ser las mejores, tampoco había posibilidades de tomar un teléfono y disponer de otro lugar. Los hoteles de cinco estrellas no eran parte del catálogo, claro. Se trató de una etapa de preparación en la que nadie, obviamente, necesitó pasaporte. El material del que se disponía era el que había y no otro. Pero sin negociar el esfuerzo, la exigencia se aferró al amor propio. En la menor de las categorías de la AFA el fútbol se juega con una pelota ajena al negocio.
Atlético Lugano le había ganado 1-0 a Cambaceres en uno de los choques de la última fecha del campeonato anterior. Ese 11 de mayo ambos equipos cerraron su participación en la 46° temporada de la quinta categoría. Desde entonces, se había establecido una pausa desértica para el club naranja y el de Ensenada, al igual que para el resto de los conjuntos que no habían clasificado al reducido. La divisional recién retomó la actividad el primer sábado de este mes, cuando 14 equipos comenzaron a disputar el torneo Apertura.
Entre algunas publicidades, colaboraciones de allegados y dinero aportado por los propios dirigentes, Claypole viajó a Mar del Plata, donde permaneció cinco días como parte de su preparación. En tanto, Yupanqui consiguió un predio en Ezeiza en el cual jugadores y cuerpo técnico convivieron durante una semana. En un receso de más de 100 días, esas concentraciones debieron ser programadas con mucha antelación a partir de que casi todos los jugadores tienen una actividad laboral paralela. Así, lograr el favor del empleador o restar algunos días de vacaciones resultaron caminos ineludibles.
"Son muy pocos los clubes de la D que pueden viajar a hacer una pretemporada. Nosotros, con mucho esfuerzo, logramos llevar a los jugadores cinco días a la costa. Es una satisfacción conseguir estas cosas, porque los futbolistas de esta categoría son muy sufridos, se trata de chicos que todavía no tuvieron la posibilidad de llegar a vivir del fútbol y por eso hacemos todo lo posible para que estén cómodos y tengan posibilidades deportivas", explica Javier Gómez, presidente de Claypole. Una noche en Mar del Plata encontraron un restaurante que se ajustaba al presupuesto con el que contaban y apenas tenía 35 lugares; resultó una cena exclusiva.
En algunas ocasiones, los amistosos resultaron mucho más que un ensayo. Desde hace un tiempo se estableció una costumbre cada vez que un equipo de Primera D consigue medirse con uno de la Superliga: los mejores botines que abundan de un lado son repartidos del otro, donde escasean. De manera individual, también hay futbolistas destacados que ayudan con el calzado a los equipos de la D. Además, los comercios de indumentaria deportiva cercanos a los clubes suelen colaborar con descuentos especiales. Así, se cubren necesidades y amortizan gastos.
Para Juan Palermo, entrenador de Yupanqui, "la mayor diferencia entre la preparación de un jugador de la D y uno de primera es la remuneración y las comodidades, porque después se trabaja de manera similar aunque se trate de amateurismo y súper profesionalismo". Desde esa premisa, el DT asegura que para la gente de la categoría no es una gran sorpresa cuando en la Copa Argentina se dan partidos de igual a igual o incluso con victorias ante equipos de la Superliga. Sin GPS ni material tecnológico sofisticado para ejercicios específicos, Palermo considera que las exigencias en la preparación tienen muchas similitudes en relación a las establecidas en la elite.
Yupanqui había arrancado su pretemporada el 1° de julio, con prácticas tres veces por semana. En paralelo, el cuerpo técnico seguía con las pruebas de jugadores. Los primeros días de agosto trabajaron en Ezeiza y luego siguieron en sus propias instalaciones. Tras el traspié en la primera fecha, intentará ganarle ante Centro Español.
Juventud Unida no se movió de su lugar. "La pretemporada nos dio mucho tiempo para prepararnos, pero que haya sido tan larga también por momentos resultó contraproducente con la motivación, porque era arrancar sabiendo que faltaba mucho para volver a jugar. En el trabajo me ayudan para acomodar los horarios con el fútbol", cuenta Leandro Bonet, que por las mañanas se entrena en el arco del club de San Miguel, a la tarde trabaja como maquinista de trenes y recién por la noche encuentra tiempo para la vida familiar.
En una divisional completamente amateur, la AFA reforzó ese aspecto al determinar que ya no puedan participar jugadores que alguna vez hayan sido profesionales. La restricción se especifica en el punto 10.2 del reglamento publicado en el Boletín Especial N° 5665: "Se entenderá por jugador aficionado aquel que nunca haya formalizado un contrato profesional en el país o en el extranjero". La Primera D es considerada una categoría formativa y por eso en cada equipo solo puede haber seis jugadores mayores de 23 años, estableciéndose además un mínimo de 12 futbolistas por planilla nacidos antes del año 1996. El ingreso de los futbolistas se limita a un viático que oscila en el orden de los 5.000 pesos mensuales.
Se trató de pretemporadas en las que un puñado de días en la costa atlántica o disponer de un predio en el que pernoctar representaron lujos asimilados como tales. Contar con un par de los mejores botines es la excepción a la regla. Las semanas de entrenamientos se acumularon una tras otra hasta que arrancó el torneo. Sobre ese eje gira un universo en el que los jugadores apuran el paso del trabajo a los entrenamientos, en un fútbol que solo firma contrato con el juego. La Primera D está otra vez en marcha.
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