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Por qué puede ganar River: lo bien que juega el principal ausente
Nadie entra como un erudito a la dimensión desconocida. Por más antecedentes a favor y en contra que unos y otras esgriman, el carácter inédito de este Boca-River borronea el peso de lo anterior. Pero no lo disuelve del todo, y tal vez allí haya que buscar el elemento que impulsa al equipo visitante: el pasado inmediato. Que se resume en lo que sucedió en los últimos cuatro años y medio, causalmente el tiempo que lleva Marcelo Gallardo como jefe de la expedición.
River va a la Bombonera montado a la fe ciega que todos sus integrantes tienen en el líder de la manada. Con una paradoja: esta vez, el hombre no estará en el lugar de los hechos, confinado por una justa sanción de la Conmebol a ser un espectador televisivo. Desde Cardales, a 71 kilómetros del estadio, Gallardo será un líder presente aun en su ausencia. Fue él quien le dio a River un status internacional que no había alcanzado antes, no al menos con semejante regularidad. "Que la gente de River crea", pidió inmediatamente después de la derrota de local en la ida de las semifinales, ante Gremio. Al fútbol, como en cualquier deporte, no se gana solo con ese plus. Pero resulta imposible quitar del análisis ese factor invisible a los ojos.
River aprendió a jugar esta clase de partidos como ningún rival en este tiempo. Y eso trasciende a todos los nombres, excepto al de su entrenador. De hecho, ninguno de los titulares en la final que le dio el primer título en la era Gallardo (ante Atlético Nacional de Medellín, en diciembre de 2014, que valió una Copa Sudamericana) repetirá en la cancha de Boca . Saber jugar estos mano a mano relativizó los nombres propios, aunque no se pueda desconocer el valor de varios de los que ahora tiraron del carro en esta Libertadores.
El de Armani es el primero: el que estaba parado en el arco de los colombianos aquella noche iniciática es ahora el guardián más respetado de América. Decisivo en la ida ante Independiente en cuartos de final, clave ante Gremio en Porto Alegre en el peor momento, su colección de atajadas es más que un spot de TV: lo elevaron a la condición de respetado por todos los rivales. Hoy no es fácil hacerle un gol a Armani. Cerca suyo se mueven Maidana y Pinola. La pareja de centrales, al límite de que una amarilla los excluya de la revancha, forma con Armani un trío más confiable que Rossi-Izquierdoz-Magallán: River recibió apenas seis goles en sus 12 partidos en la Copa.
En los dos clásicos de 2018, River le ganó a Boca en el resultado y también en los principales duelos individuales. En ambos, Pity Martínez resultó determinante –en el último, incluso, a pesar de haber jugado solo 23 minutos, en los que hizo un golazo–. Su gambeta, pero sobre todo su inteligencia para saber desde dónde partir, desacomodaron a Boca, empequeñeciendo incluso a Barrios, uno que suele agigantarse en el medio campo de Boca. La posición de Martínez –diferente en aquella Supercopa de marzo a la que ocupó en la Bombonera en septiembre– ambientó también una victoria táctica: River (Gallardo primero, sus jugadores después) leyó mejor que Boca la ruta a transitar. Y así empezó a ganarlos. Esos detalles, entre dos equipos muy igualados, suelen resultar decisivos.
Un último elemento: a River lo asiste también la íntima convicción de que no necesita una victoria en la Bombonera, algo que a Boca se le antoja impostergable. El Monumental fue donde selló sus dos principales conquistas de esta era, la Sudamericana y la Libertadores. Saber que la final de todos los tiempos se resolverá en su estadio le da un pequeño margen que podrá administrar en la primera instancia. Esa templanza puede jugar también a su favor.
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