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Por qué Messi llegó llorando y volverá a llorar al irse de Qatar
La última cita del capitán que por primera vez llega campeón a una Copa del Mundo
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Llegó llorando a la selección Lionel Messi. Y de aquí, en la que casi seguramente será su última cita mundialista, se irá llorando. Ya sea por razones vinculadas con la victoria o la derrota, con la alegría o la tristeza, es difícil imaginar que otro puede ser el camino.
Una de las cosas que se le señaló al capitán, en buena parte de su trayectoria con la celeste y blanca, fue su frialdad. Pero si se hace un balance amplio de su carrera se verá que la vinculación en la representación nacional fue mucho más emocional de lo que durante mucho tiempo se pensó.
En su debut, el 17 de agosto de 2005, en la bella Budapest, entró en lugar de Licha López a los 20 minutos del segundo tiempo del amistoso con Hungría. Apenas tuvo tiempo para ubicarse en su posición en la cancha y enseguida buscó asociarse al juego. Se acercó a Andrés D’Alessandro y encaró por el centro de la cancha con la velocidad indomable de sus 18 años. Iba derecho a meterse en el área, algo del espíritu voraz que ya había empezado a mostrar en Barcelona... Pero el defensor Vilmos Vanczák lo tomó de la camiseta para darle la bienvenida internacional. La inexperiencia lógica lo llevó a soltar su brazo hacia atrás, para sacárselo de encima. El árbitro alemán, severísimo, le mostró la tarjeta roja. Un minuto y 32 segundos.
Aguantó las lágrimas en la salida de la cancha durante algunos segundos. Hugo Tocalli le tocó la cabeza, un gesto de consuelo. No sirvió de nada. Se fue derecho al vestuario y allí se quebró por completo. Lo acompañó siempre el masajista, Marcelo D’Andrea. No dejó de llorar ni siquiera 25 minutos después, cuando sus compañeros volvieron tras el triunfo por 2 a 1, con goles de Maxi Rodríguez y Gabriel Heinze.
Lo encontraron aún sin cambiarse, con el rostro enrojecido, los ojos hinchados y las manos sobre la cabeza. Cuando una hora después los jugadores salieron por un camino cercado de vallas que iba desde el vestuario hasta el ómnibus, todavía tenía marcas en la cara de su angustia. Se sentó y el grupo empezó a cantar canciones de cancha para intentar cambiarle el ánimo. Leo Franco, arquero suplente, lo quiso levantar de su asiento para que se sumara al resto. No se movió.
Hubo otros llantos, pero ninguno público, hasta el día de la derrota en la final de la Copa América Centenario, en los Estados Unidos, en 2016. Ese día dijo que abandonaba la selección. Era su cuarta final perdida de manera consecutiva (los torneos continentales de 2007, 2015 y 2016 y el Mundial 2014). “Ya lo intenté mucho. Nadie más que yo quería salir campeón con la selección, pero se terminó y me voy sin poder conseguirlo”, declinó. Pero volvió.
Durante todo ese lapso, el sufrimiento de la selección dejó marcas en el cuerpo de Messi. Se convirtió en un trauma, reflejado incluso en los vómitos nerviosos.
Pese a todo, nunca faltó. Cuando en 2005 Merk lo privó de tener un debut sonriente, le dijo a su compañero de habitación, Pablo Zabaleta: “No me van a llamar más”. A su edad, creía que ese sería su último partido. Diecisiete años después, con 164 encuentros, nadie ha jugado tanto como él. Si llegó con un récord que aún sigue vigente (la expulsión más rápida para cualquier jugador de la selección en la historia), se irá con una docena de marcas históricas.
La final contra Brasil en el Maracaná en 2021 cambió todo. Desde allí algún nudo interior se desató. Así como se emocionó tras la conquista, tuvo el mayor desborde cuando tuvo que irse de Barcelona. Aquello fue desconsuelo. Y volvió a descargarse en el primer partido con público en el Monumental tras la conquista de la Copa América. Ni siquiera estaba lleno el Monumental por las secuelas de la odiosa pandemia. Pero por primera vez sintió la ovación de su público como campeón.
Justo después de marcar tres goles en un encuentro ante Bolivia por las eliminatorias, ese 9 de septiembre de 2021, no pudo completar una serie de preguntas. “Esperé mucho tiempo esto, lo busqué y lo soñé. Es un momento único por cómo se dio, después de tanto esperar. Sufrí mucho…”; y ya no pudo hablar más. Lloró mientras la cancha ovacionaba al campeón.
Sobre esta secuencia de poco habituales expresiones sentimentales, tuvo un reconocimiento en una entrevista, en la que se enfocó fundamentalmente en la selección. “Fueron todas cosas muy significativas: vivir eso con la gente de Argentina… Era la primera vez que había público después de la Copa. Lo había pensado muchas veces ese momento, estar delante de ellos y mostrarles un trofeo como muchas veces lo había hecho en Barcelona y no con mi país. Estoy más grande y más sensible, también”.
Sería apresurado creer que esta puede ser su despedida de la selección. A los 35 años, sin objetivos grandes en 2023, cualquier jugador de su jerarquía daría un paso al costado. Pero el apetito competitivo de Messi, ese que lo lleva a jugar hasta el final partidos que están definidos, aún a sabiendas de que puede poner su físico en riesgo, plantea dudas.
Primero, porque es lógico creer que tamaña carrera tendrá un merecido encuentro de despedida en la Argentina. Pero también está la defensa del título continental, que será en Ecuador, en 2024. Todavía se lo ve muy competitivo como para descartarlo. Además, están los récords. El máximo goleador de selecciones es Cristiano Ronaldo, con 117 tantos en Portugal. Él tiene 91 y parece ser poco probable que llegue a ese número. Pero cruzar la barrera de los 100 sería un objetivo deseable y, en apariencia, accesible.
Hoy está tan cómodo y en un momento de madurez tal que lo lleva a absorber cada momento de manera genuina. No esconde casi nada. Su equipo, la selección que capitanea se volvió el mejor club de amigos. Todo es broma, diversión, apodos, disfrute. Es curioso que alguna vez una expresión tan positiva fuera bastardeada y cuestionada. Cuando a Messi se le acabe este Mundial, sea con buenos o malos resultados, se terminará un poco más que su participación en un torneo. Será el final de lo que se volvió un merecido y gratificante viaje de egresados. Todos saben cómo terminan. Porque así somos, porque así debe ser. Y volverá a llorar.
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