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Pizzi en San Lorenzo: no hay peor resultado que no llegarles a los jugadores
Trece partidos. Ese fue el tiempo que duró el ciclo de Juan Antonio Pizzi en San Lorenzo. Demasiado poco. Casi lo mismo sucedió con Sebastián Beccacece en Independiente: 16 partidos. El fútbol argentino siempre fue exigente y nada detuvo, hasta aquí, los efectos de la silla eléctrica en los bancos. Y dos ciclos que habían despertado expectativa en clubes grandes duraron un suspiro. Ni los torneos largos, ni los cortos, ni tener "espaldas" o conocer los "pasillos del club", ni tener experiencia o ser (desde la proyección) el candidato que se disputaban varios equipos. Pizzi había sido campeón en el Ciclón, Beccacece era codiciado por varios equipos cuando finalmente lo contrató el Rojo. Y el domingo se dará el caso curioso de que el clásico entre Independiente y San Lorenzo se jugará con dos técnicos interinos, Berón y Monarriz, respectivamente.
Pizzi se despidió con agradecimientos en la carta que les escribió a los hinchas de San Lorenzo, aunque no debe haber nada más frustrante para un entrenador que no llegarles a los jugadores. Él logró conformar el plantel y tuvo la posibilidad de contar con mejores refuerzos de los que pudo conseguir Almirón, aunque la diferencia de jerarquía entre unos y otros (hasta aquí) tampoco fue sustancial.
Pero, más allá de que en las primeras cinco fechas había conseguido cuatro triunfos y un empate, le costó encontrar la columna vertebral del equipo. Se notó de entrada una clara vocación ofensiva que pretendía nacer desde sus laterales, pero defensivamente dio ventajas incluso en los partidos que desde el resultado sacó adelante y el equipo terminó muy desdibujado, flojo y sin reacción desde las respuestas físicas y anímicas.
Muchas veces el mensaje puede no llegar, las consignas tácticas no aplicarse, las recomendaciones individuales no causar efecto desde la toma de decisiones y las ejecuciones, pero si ni convertir un gol no bien comenzado el partido logra activar una reacción… Ese gol en contra de Delgado debió aportarle calma y tranquilidad en un Nuevo Gasómetro lleno de tensión, pero el principal problema futbolístico de San Lorenzo (y es lo que recibirá el próximo DT) es un equipo que no marca, o que marca mal, que no ofrece oposición, que retrocede sus líneas haciéndolo en bloque, aunque sin presionar, sin disputar la recuperación. Incluso salvo Coloccini, los defensores y volantes con mayor responsabilidad en la marca hacen sombra, se dejan anticipar o la velocidad con la que giran los delanteros adversarios es siempre superior.
Jugando 4-2-3-1 o 4-3-3, Pizzi tampoco logró generar sociedades ofensivas que le garanticen situaciones de riesgo. Quizá la mejor fue la que tuvieron con los centros de Salazar –hasta que se lesionó– y las llegadas (por el otro lateral) de Bruno Pittón porque muchas veces atacaban a la par. Contó con cuatro N° 9, aunque dos no los consideraba demasiado por una cuestión de gustos (Blandi y Gaich) y los otros dos, sus preferidos, (Bareiro y Alexander Díaz), no le dieron los resultados esperados.
El entrenador apostó fuerte por la recuperación de Belluschi y no tuvo tanto en cuenta a Oscar Romero, que fue suplente o, si ingresaba como titular, era la primera pieza de cambio ante una dificultad, que podía ser una expulsión o un resultado en contra. Ante la crisis de sociedades, fue raro que no haya recurrido más al conocimiento entre los hermanos Romero, aunque Pizzi debe haber analizado que el regreso de un futbolista que viene de China necesita de otro tipo de preparación y adaptación para insertarse en la Superliga argentina. Juan Ramírez es un zurdo con características ofensivas interesantes, pero tampoco fue muy utilizado por Pizzi. Otra falla que sufrió el equipo es que Menossi, que pudo dar ventajas defensivas, ofensivamente tampoco fue ese nexo que unía líneas con criterio y una alta eficacia en los pases en Tigre.
En defensa, nunca encontró al socio de Coloccini. Sufrió la venta de Senesi en medio del torneo, Vergini quedó expuesto con un par de flojos rendimientos, Cachila Arias no fue solución y Ferrari trató de no desentonar. Y cada contraataque San Lorenzo lo sufría como un penal. Por esa vía recibió 6 de los 18 goles en contra que suma en la Superliga, pero también hubo muchas chances de los rivales, generadas de contraataque, que no fueron goles de milagro. En ese déficit, se contabilizan los que recibió y los otros tantos que pudo haber recibido.
Pizzi meneaba la cabeza desde el banco, una imagen repetida ante Defensa aunque también en partidos anteriores. En el último acto vio que ni un gol desde los vestuarios le pudo cambiar la ecuación y que los hinchas le criticaban hasta al arquero Navarro. El cuadro de situación era adverso, pero la mayor derrota fue otra. Sintió que no le llegaba y se fue.
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