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Periodismo deportivo: el show del futuro
“El príncipe William es el calvo más sexy del mundo”. El titular apareció a fines de marzo pasado hasta en las webs de los diarios más “serios”. Twitter, claro, se burló de inmediato: “El príncipe William es ‘el calvo más sexy del mundo’ según afirma un estudio pagado por el príncipe William”. Pero ni siquiera se trató de una operación de marketing de la monarquía británica para mejorar su imagen. Fue, simplemente, una búsqueda manipulada vía Google de una empresa de trasplante capilar. La tontera recibió categoría de “noticia”. Y así la publicaron desde Buenos Aires a Nueva Delhi. ¿Cuántas otras “noticias”, superficiales pero también más importantes, circulan así todos los días? Unos meses atrás, el periodista español Gerardo Tecé lo graficó de modo simple y algo brutal: “Si la prensa se limita a decir que la Tierra es plana y otros creen que es redonda, ¿para qué carajo sirve la prensa?”. El periodismo vivió seguramente tiempos mejores. El deportivo también.
Fue muy comentada las últimas semanas la réplica del joven y popular streamer español Ibai Llanos al periodista Gustavo López después de que el colega de ESPN lo despreció, enojado porque el primero lograba entrevistas exclusivas con el Kun Agüero o con Paulo Dybala, entre otros. “¿Quién es Ibai? ¿Seis millones de seguidores tiene? ¿Y a mí qué me importa?”.
Especialistas de las nuevas plataformas fueron impiadosos. Dijeron que el periodismo tradicional vive atrapado en la nostalgia de su viejo éxito y no supo ver que a los cracks les resulta hoy mucho más amable y hasta conveniente compartir charlas y seguidores con youtubers y streamers que, además, no les piden sangre ni títulos. Puede que no sea periodismo, es cierto. Pero tampoco es periodismo amenazar a un DT recién asumido o ponerle a otro fecha de salida y hasta dar el nombre del supuesto reemplazante, en línea con el dirigente que quiere echarlo. O criticar a la fallida Superliga europea por atender sólo a los clubes poderosos e ignorar al resto, lo que en rigor hace precisamente buena parte del periodismo tradicional, como escribió el mexicano Mauricio Cabrera. Desesperada por la caída del rating, nuestra ya vieja TV de cable recurre a periodistas que simulan hoy ser caballeros de la Edad Media o raperos transgresores, todo lo que sea necesario para atrapar (o espantar) al público joven de Ibai.
“Guste o no”, según Cabrera, el escenario “será cada vez más semejante a la WWE”, ese circo de lucha libre de la TV de cable en el que importa más “el show” que “la calidad del deporte”. Y con nuevos comunicadores que son una marca en sí mismo, tanto o más divos que las estrellas del deporte. Allí está Logan Paul, un youtuber estadounidense de 26 años, dueño de una comunidad cotizada en 19 millones de dólares, listo para boxear el 6 de junio en Miami contra el formidable ex campeón Floyd Mayweather. Aun con toda su mugre, el boxeo tradicional –sus golpes, su arte y su coraje– es algo definitivamente más serio que ese circo futuro. Con todo su salvajismo, también hasta suenan casi infantiles los viejos insultos de cancha comparados a los linchamientos modernos que dominan las redes. Facebook, Twitter e Instagram precisaron una locura como el asalto de cientos de lunáticos en enero pasado a la Casa Blanca para frenar a Donald Trump. Las redes están llenas de personajes menos famosos, pero que instigan el mismo odio en tiempos de desigualdad y polarización.
En Inglaterra, figuras, clubes y hasta la propia Premier League y algunos medios de prensa, desconectaron hace diez días sus cuentas en un boicot inédito. Exigieron que cese el abuso y pidieron una ley que responsabilice a las plataformas. Burlarse de un jugador negro por una derrota deportiva no es folclore: es racismo. Los dineros obscenos de esas nuevas plataformas, eso sí, parecen decididos a cambiar la estructura misma del deporte. La fallida Superliga europea es un aviso de un escenario que algunos, tarde o temprano, describen como inevitable (hasta que sale la gente a las calles y dice que no). Atento a los intereses del poder, pero más cerca de la calle, hay claros ejemplos en el periodismo –documentales formidables, grandes investigaciones, podcasts, guiones– que muestran que las buenas historias siguen teniendo lugar.
El show, eso sí, no tiene fronteras. En Colombia, donde el fútbol busca hoy cuál es su espacio en medio de tanta sangre, el presidente Iván Duque, siempre optimista, pidió hace un año al popular relator William Vinasco Ch. que le narrara un gol de la selección colombiana contra el coronavirus. “Procedente de China”, inició Vinasco su relato, “intenta atacar el Covid”. El periodista, que tiempo atrás coqueteó con la política y en 2002 fue jefe de debate del ex presidente Alvaro Uribe, subió el tono de su relato para destacar la defensa de Colombia “con unión, con solidaridad”. Y celebrar finalmente que Colombia, de contragolpe, termina haciéndole un “gol” a la pandemia. En 2018, Duque visitó el estadio Santiago Bernabéu. Acompañado del presidente Florentino Pérez, comenzó a hacer “jueguito” con la cabeza y le preguntó al ex crack Emilio Butragueño si él hacía “cabecitas” con la pelota. “Yo la cabeza –respondió el Buitre– la utilizaba para pensar”.
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