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José Pekerman, con LA NACION, a 25 años de ser campeón del mundo en Qatar '95: "Era el camino que debía tomar Argentina para una refundación"
Siempre prefirió el silencio. Un hombre que sin proponérselo llegó al cuadro de honor. Revolucionario como ningún otro en las tres últimas décadas del fútbol argentino. Sin excesos, poses, ni polémicas, su obra se encargó de decirlo todo. Un día, el inolvidable maestro Ernesto Duchini, sagaz en los detalles, ahí donde se mide la sabiduría, le regaló un inmenso elogio: "José Pekerman es el sobre y yo apenas una simple estampilla". José Pekerman todavía se sonroja. Pero él se convirtió en bisagra de una era y, a la vez, en huella eterna.
En tiempos de sobreinformación, con un mundo intercomunicado, disfruta de escapar del ruido. Tal vez porque cree mucho más en la calidez de la intimidad que en la sobreactuación pública. El mundo busca su voz. Las ofertas laborales se suceden y después de casi dos años de descanso tras conducir a Colombia en Rusia 2018, su carrera como entrenador prepara nuevos capítulos. El futuro lo entusiasma, pero ahora lo atrapa un recuerdo. Acepta la invitación de LA NACION y abandona su bajísima exposición porque la Copa del Mundo Sub 20 de Qatar 1995 le enciende el corazón. Hoy es la fecha exacta del título: 28 de abril. Mentira, no pasaron 25 años, Pekerman siente que fue ayer. Ese torneo, quizás, sea la clave de su vida. Y abre la excepcionalidad del encuentro con ese único foco como disparador de mil sensaciones.
–¿Cuáles son las primeras emociones que le despierta aquel equipo de Qatar ‘95?
–Un recuerdo hermoso. Es una sensación muy linda recordar aquel equipo. Fue un plantel que logró volver a abrir el camino de la esperanza. Las selecciones volvían a tener una planificación con vistas al futuro. Un desarrollo. Eso, de a poco, era lo que nos habíamos propuesto instalar como base de la idea. Y ese comienzo fue el que nos dio lugar para tantas cosas que irían llegando después.
–¿Qué le enseñó la derrota en la final del Sudamericano de Bolivia, 0-2 ante Brasil, para tres meses después ganar la final de Qatar..., 2-0 a Brasil?
–El objetivo de ese Sudamericano había sido conseguir uno de los tres cupos para el Mundial. Ese, para nosotros, y para cómo estaban planteadas las cosas, ya era un gran avance. Los tiempos de preparación desde que nos eligieron fueron muy escasos. Teníamos que desarrollar una idea y la fuimos llevando adelante. Hicimos una serie de partidos de preparación en las provincias que nos resultaron muy útiles. Brasil venia de ser campeón del mundo de la categoría, en Australia 1993, y las realidades eran otras. Muchos de sus jugadores ya tenían roce internacional, parecían consolidados en primera división. Nosotros nos fuimos haciendo partido a partido. Insisto, llegamos con dos realidades muy distantes: ellos venían de muchos años de trabajo focalizados en sus divisiones menores. Y además, nosotros, en el encuentro previo a la final perdimos a Sorin por acumulación de tarjetas. Esa final nos dejó muchas enseñanzas que debíamos utilizarlas para el Mundial. Teníamos la certeza de que debíamos recoger esa experiencia para seguir creciendo.
–¿Qué los hacía diferentes, con 18/19 años, a los Sorin, Ibagaza, Biagini, Lombardi, Juan...?
–Ya el hecho de entregarles la camiseta de la selección era reconocerles que tenían capacidades especiales para poder aportarle al equipo. Desde el primero al último que integraron la lista, por algo estaban ahí. Por algo habían sido elegidos. En el caso de ellos, fueron líderes con una gran personalidad, y lo demostraban tanto dentro como fuera de la cancha. Para nosotros, el aporte de un jugador siempre fue muy importante. Y su productividad individual, no solo dentro, sino también afuera del campo. La persona, esencialmente, es muy importante. Sus formas, sus manejos con el compañero, su conducta con la gente...
Su voz, reflexiva, repasa conceptos, conductas y valores. Habla de fútbol el entrenador más exitoso del mundo en categorías juveniles, sí. Habla de fútbol el hombre que tres veces fue elegido el mejor director técnico de América, sí. Destaca la necesidad de aprender a convivir, de trabajar de la mano uno con otro, del respeto por el compañero, de asumir roles dentro de una estructura... Habla de fútbol, sí. Pero el eco de sus palabras llena todos los rincones cuando la pandemia del coronavirus interroga al planeta. Cuando examina su solidaridad y rastrea egoísmos.
–Cuando volvió de Qatar, dijo: "De nada habrá servido el título si de aquí en adelante jugadores como Sorin no se consolidan en Primera". Lo lograron todos los muchachos. ¿Esa fue la verdadera gran conquista?
–Cuando te graduás en la universidad se cumple tu objetivo. Pero ahí comienza tu profesión. En el fútbol juvenil es igual. Ese fue siempre nuestro mensaje.
–¿Aquel título en Qatar fue el ‘espaldarazo’ imprescindible para todo lo que vendría después?
–Para todos los que estuvimos ahí fue un premio, por el que entregamos todo. Era le necesidad de reafirmar una idea. De empezar un camino. Un sueño que se veía lejos. Fue sumar la fuerza que necesitábamos para conseguir la idea del apoyo total para las selecciones juveniles. Que los argentinos volviéramos a creer en las divisiones inferiores como fuente de recurso. Fue un logro, un gran logro, haber conseguido que otra vez se le diese valor al mundo del fútbol juvenil. Sabíamos que era el camino que debía tomar Argentina para lograr una refundación desde los conceptos, como me había encomendado Julio (Grondona) cuando me brindó su confianza.
–¿Qué fue más difícil por entonces: ¿construir un equipo con un estilo de juego definido o instalar una cultura de Fair Play?
–La prioridad era unir a las individualidades como equipo, pero siempre fortaleciendo la disciplina. En ese sentido, no veníamos dejando una buena imagen a nivel mundial. En las competiciones de menores traíamos como país algunos antecedentes de indisciplina y nos pusimos como bandera dejarlos atrás para lograr cambiar esa imagen. Darle un lugar preponderante a la persona, más allá de lo que pasaba en la cancha. Hace poco tiempo hablé con uno de los jugadores de aquel entonces y me dijo: "Ahora que soy entrenador recuerdo mucho ese legado. Y especialmente, una frase que ustedes nos repetían, ‘si te pegan una patada, respondele tirándole un caño’..." Es muy lindo que esos valores perduren, ese es otro logro que me da mucha satisfacción.
–Aquel título fue el quiebre entre ser un desconocido para el gran público y ser popular. ¿Le cambiaría la vida a partir de ahí?
–Sí, es muy cierto. Claro que un logro de tal magnitud te cambia la vida. Pero siempre mantuve la ideología de que aquello sólo se podía sustentar a partir de seguir trabajando y esforzándonos. ¿Para qué? Para seguir sembrando un camino que al fútbol argentino le fuera dando frutos con el correr del tiempo.
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