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Paulo Dybala y José Mourinho, una metáfora de la vida: la Joya encontró en Roma y en el DT que lo cautivó el despegue definitivo, más allá de la consagración en Qatar
El cordobés lleva 16 goles y 8 asistencias en 33 partidos en el equipo de la Ciudad Eterna; cómo es la relación con el entrenador, el otro artífice de su volver a brillar
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El fútbol es un deporte: apenas resulta una parte de la realidad. Se convirtió, en las últimas décadas, en un negocio millonario: también es cierto, pero su influencia económica representa solo un apartado. Pasiones, desbordes, táctica, juego: todo eso. Y además, algo superador: representa, como ninguna otra actividad, una extensión indeleble de la vida. El ejemplo es Roma. O, mejor dicho, la relación fraternal entre José Mourinho y Paulo Dybala. El genial (cascarrabias, docente, díscolo) portugués y el talentoso (un crack romántico), cordobés es de esos que precisan una palmada sobre la espalda.
Lo explica ahora Mourinho: “Dybala encontró la alegría perdida. Hay un buen grupo, un entrenador que lo comprende y una afición que lo ama. Se nota en la cancha. Es cierto que puede jugar en los equipos más fuertes del mundo, pero halló un gran amor en Roma”.
Dybala fue un 10 determinante, en ráfagas fulminantes, en Juventus. Durante años, se lo ninguneó por aquella frase (maquillada de lógica brutal), de que era “muy difícil jugar al lado de Messi”. Fue parte de los despistes no tan lejanos de la selección y era, por sus condiciones y su mirada perdida, uno de los más castigados. Se lo señalaba en la pandemia por sus recaídas por el Covid y sus días y noches en pareja, por sobre su figura deportiva, un zurdo de los que no abundan.
Pareció estar de paseo en el Mundial hasta que encontró, en dos decisiones, el mundo a sus pies. El rechazo con alma y vida, como si se tratara de un rústico defensor, cuando Francia se acordó (por fortuna, demasiado tarde), que estaba jugando una final mundial. Su despeje fue, de algún modo, una obra de arte. Al rato, le pegó fuerte al medio (justamente, como le pidió Dibu Martínez, un especialista en el arte de la razón y la pasión en los penales) en uno de los tiros decisivos, los que llevaron a esta generación (más allá de Leo Messi) al corazón definitivo de los argentinos. Al fin: de todos los argentinos.
No entró por la ventana a la nómina definitiva (al fin de cuentas, ahora hay que llegar a los 26), pero nunca fue un número puesto. Por un lado, una de las tantas lesiones que lo agobiaron en parte de su carrera. Además, su parecido a Leo, sus opciones recortadas en la selección, la explosión en Palermo y en Juventus que no se trasladaban en el seleccionado. Dybala, sin embargo, siempre estuvo. Mucho antes de la decisión lógica de Lionel Scaloni: fue el Patón Bauza, en su breve estadía en el predio de Ezeiza, el que le dio la confianza definitiva. De todos modos, era una (hábil) moneda al aire.
La Joya cumplirá 30 años el 15 de noviembre próximo: evidentemente, ya no es un niño. Pero necesita del abrazo, de la contención, de un hombre, un entrenador, que oficie de padre. Cuanta la historia que le había prometido a su papá, Adolfo (falleció en septiembre de 2008 por un cáncer) que sería futbolista profesional. “Hace poco estaba yéndome a dormir. Hablamos con Oriana...Y fue la primera vez que lloré pensando en la Copa, pensando en mi viejo. Si alguien merecía estar ahí conmigo era él, por el esfuerzo que hizo en llevarme a cada entrenamiento. Le agradezco por lo que me dio”, contó emocionado el cordobés, en el último partido de la gira de celebración del seleccionado en nuestro país.
Cuando tuvo en sus manos el trofeo más preciado miró al cielo para recordar a su padre. “Las emociones son muchas. Trabajé mucho para llegar al Mundial. Cuando me tocó, por suerte pude rendir y hoy somos los más felices del mundo. Cuando entré sabía que era para los penales… Por suerte pude estar frío para ese momento. Fue algo increíble, porque yo me había lesionado justo pateando un penal...”, contaba, incrédulo. Para que se entienda: el fútbol como metáfora de la vida.
Describía hace unos años en una entrevista con Sportweek: “No había día que no me acompañara a los entrenamientos. Cuando falleció, pedí permiso a Instituto para volver a Laguna Larga. Estuve seis meses jugando en el equipo del pueblo. Luego volví y me quedé en la pensión, la residencia del equipo; nadie podía ya llevarme y traerme en coche. Me encerraba en el baño y lloraba. Fue duro, pero aguanté porque quería cumplir el sueño de mi padre”.
Roma es la ciudad de las pasiones eternas. Se consagró en la Conference League hace una temporada (un título de tercer orden europeo) y Mou, el querible y odiado Mou, no paraba de llorar. Como un niño. Los hinchas llenaron las calles, las plazas, el Coliseo, esa noche fue asombrosa. Roma es un gigante dormido. Dybala rompió el récord de CR7 de más camisetas vendidas en un solo día en Italia. Llevó a la Roma a las semifinales de la Europa League por tercera vez en su historia. Está en puestos de Champions, según sugiere la Serie A. Lleva 16 goles y 8 asistencias en 33 partidos. Y es el “protagonista directo” en tantos (24), un rubro moderno. Todo eso, porque tiene un padre futbolero. Que lo contiene, le habla al oído, lo reta. Le exige cada día ser más grande.
Decía el entrenador, de 60 años, que por su edad perfectamente podría ser su padre: “La motivación es suya, llegó aquí motivado, con un sueño que se cumplió al llegar bien al Mundial y haberlo ganado. Se siente importante porque… lo es para nosotros. Además, se ha encontrado en un grupo de chicos muy empáticos y en un club en el que cuando jugás en casa se siente el amor de la afición. Yo solo intento ayudar en la gestión de su cuerpo, es todavía un jugador joven, pero con un pasado difícil en la Juve a nivel de lesiones”, decía.
“Pienso que todo esto hace que, no digo haya renacido, pero que sea un nuevo Paulo en sus motivaciones. Soy feliz porque además del jugador que conocemos, es un chico fantástico, humilde, sencillo y que merece este cariño que siente aquí en Roma”, contaba, semanas atrás. El punto central no es su posición sobre el campo, ni siquiera sus asistencias, mucho menos su clásico festejo con los ojos claros relativamente cubiertos por su mano izquierda. Es algo más profundo. “En su último año en la Juve, en mi opinión, había perdido un poco la alegría y aquí la volvió a encontrar. Encontró un buen grupo, un entrenador que lo entiende, un público que lo quiere y un espacio en el campo para ser líder por su calidad y personalidad. Ahora pensará que tiene calidad para jugar en los equipos más fuertes del mundo y, si es así, lo está haciendo bien, pero aquí ha encontrado la alegría”.
Dybala lleva rubricada una cláusula de salida de 20 millones de euros, un monto que resulta tentador para los principales clubes del planeta. ¿En dónde va a ser más feliz? ¿Los mayores desafíos deportivos pueden eclipsar su estado de gracia? ¿Su renovada alegría? Insiste Mou, un puñado de días atrás, en la antesala del choque de este lunes con Atalanta, por la 31ª fecha de la Serie A: “Halló un gran amor en Roma”.
El fútbol, exactamente como la vida.
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