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Patria, improvisación, violencia y fuego: cuándo y por qué nació la Copa América
En América del Sur se juega el torneo de selecciones más antiguo del mundo. Hasta 1967 conocido como Campeonato Sudamericano de Selecciones, la Copa América , que este viernes iniciará en Brasil su edición número 46, tiene un origen vinculado con un hecho patriótico. Y una primera realización condimentada con la improvisación y la barbarie.
Todo comenzó de manera oficial en 1916, con el objetivo de celebrar el centenario de la Independencia argentina con un certamen de fútbol y la participación de cuatro equipos: la Argentina, Uruguay, Chile y Brasil. Entre partido y partido se dieron también reuniones de dirigentes que, apenas unos meses después, constituyeron la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol).
Eran tiempos muy distintos. El amateurismo reinante encadenó una serie de acontecimientos que, por desprolijos o insólitos, parecen extraídos de un cuento. Pero sucedieron.
En el partido inaugural, jugado el 2 de julio, ya hubo escándalo. Uruguay goleó 4 a 0 a Chile. Después del encuentro, directivos del país trasandino hicieron una denuncia donde afirmaron que sus rivales habían incluido a "dos africanos profesionales". Los señalados eran el mediocampista Juan Delgado y el delantero Isabelino Gradín, que tenían la tez morena y eran hijos de esclavos, pero que habían nacido en Uruguay. Gradín, que se coronó como el goleador de aquella primera edición con tres conquistas, era además un reconocido atleta y poseedor del récord sudamericano en los 400 metros llanos.
El debut argentino, el 6 de julio, fue sin sobresaltos: contundente 6 a 1 a Chile. Pero algo particular ocurrió cuatro días después, cuando la Argentina enfrentó a Brasil. Antes de que los futbolistas salieran a la cancha, un dirigente de la Asociación Argentina de Football se dio cuenta de que había solo 10 jugadores: Alberto Ohaco, delantero de Racing y una de las grandes figuras de la época, se había retrasado en su trabajo y no había llegado a tiempo al vestuario del club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires.
Todo indicaba que el seleccionado albiceleste jugaría con un hombre menos. Pero la rapidez de un dirigente resolvió el problema: de urgencia, fue a buscar al delantero José Laguna, que aguardaba el comienzo del partido sentado en la tribuna, como un espectador más. El hombre de Huracán no solamente jugó, sino que apenas unos minutos después de cambiarse y salir a jugar anotaba el 1 a 0. Más allá de la situación insólita, el partido culminó 1 a 1.
Además de esos resultados, Chile igualó 1 a 1 con Brasil, que a su vez cayó 2 a 1 con los charrúas. Después de cinco jornadas, el primer Sudamericano tenía una final que prometía mucho. El 16 de julio, la Argentina y Uruguay debían definir el título. Con el empate, los campeones eran los Celestes.
Sin embargo, la falta de previsión alteró los planes. Se acercó muchísima gente a la sede de GEBA en Palermo. La venta de entradas, que comenzó en las boleterías del club dos horas antes del inicio del partido (programado para las 14.30), fue caótica. Según las crónicas de LA NACION, La Razón, La Prensa, y La Vanguardia que compiló el periodista Daniel Balmaceda, "la gente se apretujó en torno de ellas a partir de las 12.30 en una lucha a codazo limpio para llegar hasta las ventanillas". Se calculó la presencia de unos 30.000 hinchas que quisieron entrar a un estadio con capacidad para 20.000.
Apenas once policías intentaron controlar a una masa de público estimada entre 30.000 y 40.000 fanáticos. Sin ningún éxito, claro. "A la 1.10 hubo varios millares que optaron por renunciar a la lucha frente a las boleterías y arremetieron, en cambio, contra los guardianes de las puertas de acceso", escribió un cronista. En el intento atropellaron a un policía y su caballo, los dos primeros heridos de aquella jornada. "Una multitud se desparramó por la tribuna oficial, trepando en tropel a las gradas y ocupando los sitios disponibles en los palcos, que a esa hora estaban en su casi totalidad ocupados por familias. Estas pasaron, por cierto, un instante poco agradable".
La ecuación derivó en otro aspecto impensado en la actualidad. Colmados los lugares en las tribunas, el excedente de público se acomodó en el propio campo de juego. Ante ese escenario, cuando los equipos salieron a intentar jugar, volvieron rápidamente a los vestuarios, se quitaron la indumentaria deportiva, y se vistieron para irse a sus hogares. Entonces, se resolvió que en esas circunstancias jugarían un amistoso, y que el partido por el título se reprogramaba para el día siguiente.
La improvisación volvió a ser protagonista: los futbolistas se cambiaron una vez más, salieron al campo de juego y colaboraron con la Policía para correr a la gente que había invadido el campo de juego. Los hinchas quedaron apenas a medio metro de las líneas laterales.
A las 15.30, una hora después de lo previsto, el árbitro chileno Carlos Fanta (que al mismo tiempo era el entrenador del seleccionado trasandino), dio comienzo al amistoso. Pero todo duró un suspiro: a los dos minutos llegó el primer lateral. Un uruguayo intentó hacer el saque con la gente casi encima. El campo de juego fue invadido una vez más y los futbolistas se retiraron definitivamente al vestuario.
Muy lejos de que esa situación resuelva algo, fue entonces cuando todo se descontroló. un testigo escribió: "Algunos de los manifestantes más audaces se dirigieron a los dos arcos y los arrancaron". También sacaron las redes. Uno de los arcos fue llevado hasta el medio del campo, justo delante del palco oficial, donde los dirigentes de ambos clubes eran espectadores directos del primer gran hecho de violencia en un estadio argentino. Los salvajes incendiaron una de las redes y las tribunas populares de madera.
Solo un milagro puede resumir que no haya habido víctimas fatales durante semejante barbarie. Los bomberos tardaron casi siete horas en controlar las llamas. De las tres tribunas populares no quedó absolutamente nada. Sólo se salvó el palco oficial. Y hubo apenas cuatro detenidos.
Finalmente, el 17 de julio, Uruguay y la Argentina igualaron 0 a 0 en el viejo estadio de madera de Racing, en Avellaneda, y los charrúas se coronaron campeones del primer Sudamericano. Para evitar una situación similar, los organizadores dejaron de vender entradas una vez que consideraron que las tribunas ya estaban lo suficientemente colmadas.
Patriotismo, improvisación, violencia y fuego, condimentos de la primera edición del torneo de selecciones más antiguo del mundo: la Copa América.
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