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Antes de ser el mejor arquero argentino de la historia: el debut del Pato Fillol, una tarde de seis goles en contra y el miedo a no jugar nunca más
El universo llegaba por televisión en blanco y negro, el ser humano estaba a punto de pisar por primera vez la Luna y sólo en el pensamiento mágico latía internet. Pandemia, coronavirus y cuarentena no frecuentaban 51 años atrás, claro, el vocabulario del joven Ubaldo Matildo Fillol…
-¿Imaginabas medio siglo atrás esto que estamos viviendo?
-Jaja, ¡qué me iba a imaginar! Ni hace 50 años ni hace 50 días lo imaginaba. Con Olga, mi señora, nos vinimos a San Miguel del Monte el 13 de marzo. Y acá la vamos llevando, los dos solos. Pero estamos bien. Y gracias a Dios los chicos, nuestros hijos y los nietos, están bien allá en Buenos Aires.
Aquel jueves 1° de mayo de 1969, el día de su debut en Primera como arquero de Quilmes, lo lleva grabado a fuego, como esos dolores del alma que terminan dejando -con el tiempo, sólo con la sabiduría que otorga el paso del tiempo- más enseñanza que frustración.
"Fue muy traumático", le dice a LA NACION quien llegaría a ser acaso el mejor arquero de la historia del fútbol argentino. Vuela hacia aquellos días, como lo hacía de palo a palo, y afirma: "Hablé muchas veces de ese momento, pero hay cosas sobre las que no insistí y que las quiero decir".
-¿Qué cosas?
-Te digo que fue muy traumático el debut porque en esa época no era como ahora, que los chicos tienen más contención. Tienen a disposición psicólogos, nutricionistas, fisioterapeutas, kinesiólogos… Y se los va subiendo de a poco hasta la Primera. Yo estaba en quinta división, con 18 años. A tal punto fue doloroso ese día que ni tiempo tuve de avisarle a mi familia. Quise llamarlos a Monte, pero no me pude comunicar. Desde el club me fueron a buscar a la pensión, me llevaron al comedor con los muchachos y almorcé casi en silencio. ¿Con quién iba a hablar si nunca había cruzado una palabra con ellos? Y encima había algunos grandes, yo era un pibito y sentía la diferencia. Me moría de vergüenza. Y después todo eso se vio en la cancha. Lo pagamos con una goleada.
En un puñado de horas recibiría una secuencia de esos golpes que erosionan cualquier autoestima: por la 12° fecha del torneo Metropolitano, Quilmes perdió 6-3 con Huracán, en la Bombonera. El equipo de Parque de los Patricios (local) formó con Navarro; Diez, Dopacio, Cantú y Chazarreta; Mejía, Vilanoba y Brindisi; Tedesco, Olmedo y Giribet. Quilmes lo hizo con Fillol; Touriño, Bertolotti, Siciliano y Laginestra; López, Reguera y Santiago; Leeb, Della Savia y "el fantasma" Benito.
Su invicto como arquero de Primera división duró dos minutos, lo que tardó Miguel Ángel Brindisi en estampar el 1-0. Luego haría uno más. Los otros cuatro tantos fueron de Hugo Tedesco, quien tiempo atrás contó: "Me acuerdo que él lloraba de la bronca. Yo nunca había hecho cuatro goles en un partido, esa fue la única vez, y la ligó el Pato, pobre. Fue un partido extraño, porque ellos tenían buenos jugadores, eran un poco lentos los defensores pero tenían calidad. Yo amo a Huracán, pero soy hincha de River. Y entonces después seguí toda su campaña. El tipo tenía carácter, se superaba y eso es muy importante. Me di cuenta ese día, que fue como que dijo "no me importa, arranco de nuevo". Y arrancó de nuevo.
-¿Cómo llegaste a Quilmes, Pato?
-Uno de los buscadores de jugadores, Tintín Acosta, vino a San Miguel del Monte porque se quería llevar a un amigo mío, Néstor Bustos, "Pandito", que jugaba de 8. Y Pandito me pidió que lo acompañara. Entonces le dije, "pero decile a Tintín que me prueben a mí también". Le dijo y Tintín le respondió: "No hay problema, con tal de que vengas vos, lo probamos…" Era 1963. Quilmes alquilaba el predio del club Maltería, en Hudson y ahí nos vieron el día de la prueba los técnicos Penella y Díaz. Al rato lo llamaron a Dino, un histórico del club, y le dijeron: "Por favor, lleve urgente a estos dos chicos para ficharlos".
Eran tiempos de "delegados" en los clubes. Por eso Ubaldo Matildo Fillol, con la empedernida sencillez de los gigantes, no sólo recuerda a Dino. "También estaban Roberto Mateo, Hugo Romero, el viejito Pérez que andaba con su autito buscando pibes que sobresalían en los potreros de la zona. Ellos fueron los que me apuntalaron siempre". El club les alquilaba una pieza en una pensión a aquellos que llegaban del interior del país. Mientras tanto, el Pato se entrenaba, jugaba y no sólo amasaba sueños con la pelota… "Trabajé en la panadería La Garibaldi, que era de la familia Diéguez, después pasó a ser de la familia Fernández. Y el presidente del club, el Cholo Vázquez, me ayudaba también. En una época me llevó a trabajar a su taller de casillas rodantes".
-¿Y cuánto te ayudó después Carmelo Faraone?
-Muchísimo. A mí me puso en Primera Florencio Doval. Pero después de ese partido con Huracán se fue y llegó Faraone. Y apenas me vio, don Carmelo me dijo: "Pibe, me hablaron muy bien de usted, pero por ahora no va a jugar. Quiero que se quede en el club, ya va a tener su oportunidad. Yo lo voy a seguir viendo en Reserva". Y la verdad, si era por lo que había visto en mi debut, me hubiese soltado la mano. Y los dirigentes me hubiesen dado el pase enseguida. Por eso te digo que sin dudas esa etapa de Quilmes fue un antes y un después para mí. Me salvaron la vida. Después, cuando me fue conociendo, don Carmelo me apoyó mucho, a tal punto que un día me dijo: "Pibe, ¿en qué viene usted al club?" En colectivo. "¿Y qué come?" Claro, veía que me mataba entrenando, que además trabajaba y no me alimentaba bien, aunque para mí la comida de la pensión era la mejor del mundo. Pero igual fue de sorpresa un día a la pensión y le dejó al dueño el menú que me tenía que preparar. El hombre lo miró raro y don Carmelo le dijo medio enojado, "¿qué me mira?". "Es que están atrasados en los pagos…", le contestó. "No importa, yo me hago cargo", le dijo él.
-Cuando debutaste en Primera ya estabas de novio con Olga.
-Sí, desde el año anterior. Ella era de Ezpeleta, tenía 14 años y yo 17 cuando nos conocimos. La vi por primera vez en la galería Elesgaray, ahí en Quilmes. Yo había ido con un amigo a tomar algo a un café que se llamaba San Remo y que estaba dentro de la galería, y ella apareció por ahí con unas amigas. Nos pusimos a charlar y ahí empezó todo.
"Me sirvió de experiencia. Igualmente no pierdo la esperanza de ser convocado otra vez para atajar en el primer equipo", dijo en el vestuario después de aquel fatídico 1 de mayo del 69. En el torneo siguiente, el Nacional 69, no jugó ningún partido. Volvió el 22 de marzo del 70, contra Atlanta, el día en que debutaron en el equipo de Villa Crespo dos de quienes serían sus mayores ídolos: Ruben Cano y Juan Antonio Gómez Voglino. Y Cano no lo perdonó: en 18 minutos de juego le hizo 3 goles en ese partido que terminó perdiendo Quilmes por 5-3. Fillol salió lesionado a los 27 minutos. Ese año tuvo que cumplir el servicio militar para la Fuerza Aérea en el predio de la IMPA, la Escuela de Educación Técnica N°7 Taller Regional Quilmes. Pocos años después llegaría a tocar el cielo con las manos.
¿Cómo atajaba Fillol? Así
Se llama Ubaldo como el abuelo materno y Matildo, como el paterno. La combinación de esos nombres le dio una identidad definitivamente insoslayable, como la que construyó a lo largo de su carrera. Quilmes, Racing, River, Argentinos Junios, Flamengo, Atlético de Madrid, de nuevo Racing y Vélez. Pero, sobre todo, River y la selección nacional; ahí fue en donde se elevó hasta el pedestal de los íconos. El campeón del mundo en Argentina '78 hoy corta el césped y se mantiene en forma con una bicicleta fija dentro de la casa que posee en su ciudad natal. "Además veo muchos videos -detalla- porque estamos haciendo pruebas virtuales de arqueros en River. Y estamos trabajando mucho con la gente de la filial de River en mi ciudad, que lleva mi nombre, juntando alimentos para los más vulnerables. Un amigo, Germán Pereyra, la vez pasada donó carne. Otro, Miguel González, donó varias camas para el hospital de acá, en el que nací. Y vamos viendo las necesidades junto al intendente José Castro, con él nos conocemos de chicos. Yo tengo 69 años, por nuestra edad con Olga no salimos casi nada y por eso varios amigos nos ayudan hasta para hacer las compras. La familia Lezcano, los Chiesa, los Cassese, los Zunino…", no quiere olvidarse de nadie.
El menor de los cuatro hermanos Fillol repasa el cuadro familiar: "Las mayores, Margarita y Carmencita, viven acá en Monte también. Mis padres fallecieron y mi hermano también falleció hace unos años. Por suerte, a pesar de todo este problema de la pandemia ellas están bien". Aquel 1° de mayo de 1969 tuvo la sensación de que su carrera terminaba. Que había sido debut y despedida. "Recién empezaba y pensé que era el final", confiesa. "Pero tanto esfuerzo, tanto cansancio, tenía que dar sus frutos, y el tiempo fue poniendo las cosas en su lugar", agrega. Está claro que después de todo ha comprobado -como escribiera Francisco Luis Bernárdez-, que no se goza bien de lo gozado sino después de haberlo padecido.
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