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Paraguay - Argentina: la selección tiene argumentos para que el empate en Asunción no le siente mal
El 0-0 no se correspondió con un partido en el que el arquero local fue figura, a pesar de que Emiliano Martínez también sufrió sofocones; la Argentina se mantiene en el segundo lugar en las Eliminatorias y el domingo recibirá a Uruguay
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Más jugadas que juego, pero una cadena de situaciones de gol que se verán en loop en los noticieros deportivos durante todo el viernes: la selección argentina fue protagonista de un guion algo cambiante, aunque generalmente favorable, que terminó sin grandes alardes. El del gol, negado repetidas veces por Antony Silva, el arquero paraguayo, se insinuó durante toda la noche en el arco local, aunque también merodeó el de Dibu Martínez en la segunda etapa. Y en ese combo, más allá de que la vara del mereciómetro –si existiera– se inclinó levemente para el lado argentino, el 0-0 tampoco le dará ínfulas a nadie para que vaya a un tribunal a reclamar lo perdido.
Al fin, la selección campeona de América dejó Asunción sin grandes rasguños y no perdió el pulso camino a la clasificación en las eliminatorias hacia el Mundial de Qatar. Porque el empate, además de estirar el invicto del ciclo Scaloni a 23 partidos, mantiene a la Argentina en un cómodo segundo puesto detrás de Brasil. Sin ser nunca brillante, tuvo un piso de regularidad asociado a la repetición de nombres y una idea que no cambia demasiado pese a los estilos distintos de los oponentes. Y, tan importante como lo anterior, ahora afrontará el clásico del domingo ante Uruguay en el Monumental sin nuevos suspendidos ni lesiones preocupantes. Eso, en una triple fecha en desarrollo en una semana, también entra en la balanza de cada quien.
No fue malo el balance para los locales al final del primer tiempo, en términos relativos. La idea de su entrenador, marcar hombre a hombre, no había estado exenta de faltas: 14 en toda la etapa (4 cometió Argentina) fue el resultado de la consigna primordial de no ceder un metro nunca jamás. Y en ese sentido, Anderson Daronco, el árbitro brasileño, administró el tiempo para amonestar: solo Matías Villasanti recibió una amarilla en ese lapso, a pesar de la repetición.
¿Qué hizo la selección para contrarrestar esa táctica poco usada ya en el fútbol de primer nivel? Los mejores antídotos los encontró en el comienzo del partido. Hasta los 30 minutos, cuando llegó un natural desgaste, la movilidad de Acuña y Lo Celso por izquierda y Molina y Di María por derecha habían abierto huecos para las diagonales del incisivo Joaquín Correa, más de una vez encontrado por Messi con pases al espacio. Si Argentina no celebró el gol fue por las buenas respuestas de Silva –dos veces le negó en el arranque el gol al delantero de Inter, reemplazante de Lautaro Martínez, que fue preservado– y por una salvada más de dibujos animados que de fútbol: un tacazo de Alderete, cayéndose sobre la línea, le robó el grito a Di María.
Superado ese impulso inicial con Messi de bastonero por todo el centro del ataque –siempre perseguido por Alderete–, la selección aflojó el ritmo, como si la humedad típica de Asunción (orilló el 80 por ciento) la invitara a bajar un cambio. No llegar al gol que hasta ese tramo había merecido también operó como pausa: a veces, la frustración por no alcanzar el objetivo genera el efecto. Pero definitivamente el partido se jugaba como los dos querían: Argentina con la posesión de la pelota (la tuvo el 79 por ciento en esos primeros 46 minutos), Paraguay jugando al espacio para alguna gambeta de Almirón y una posible aparición de Sanabria entre Romero y Otamendi.
Paraguay, que había acumulado hasta 9 jugadores dentro de su área en algunos repliegues mientras la Argentina movía la pelota de lado a lado buscando un espacio para filtrarla, también pagó un precio. Esas persecuciones individuales empezaron a pesar en sus piernas en la segunda etapa y, de a poco, las marcaciones se hicieron más laxas. Lo que se pareció al primer tiempo fue el mejor arranque visitante. Y otra vez con Messi al mando, aparecieron las situaciones de gol, ninguna como la de Correa, que cabeceó un penal en movimiento tras un centro perfecto de Di María, pero un cruce imperial de Villasanti impidió el grito del atacante. Sus gestos de incredulidad se correspondieron con lo que había pasado…
Del otro lado, Emiliano Martínez cumplió con el rol que debe asumir el arquero de una selección grande: respondió con concentración y manos firmes las dos veces que Paraguay lo empleó a fondo en esa etapa. La segunda, una atajada ante una definición de primera de Sanabria, coincidió con un pequeño giro en el guion del partido: Paraguay dio un paso adelante hacia los 20 minutos, como si el plan hubiera incluido esperar hasta el final para hacerlo. Sanabria tuvo otra posibilidad tras un gran pase de Almirón, pero remató desviado. La rueda de los cambios ya había empezado a girar, y Scaloni había reconfigurado su equipo con Papu Gómez por Di María y Guido Rodríguez por De Paul (Tagliafico había reemplazado a un sentido Acuña, antes).
Así entraron en los últimos 15 minutos ante la expectativa del público local, que superó ampliamente el 50 por ciento de aforo aprobado por el Gobierno local. Nada que llamara la atención de los visitantes… Los dos, a su manera, buscaron ganarlo, con la tensión en aumento y la incertidumbre flotando en el Defensores del Chaco. Faltaba la mejor atajada de Silva, tras un remate de Papu Gómez, y algún encontronazo posterior entre el arquero, ya agrandado, y Otamendi, que simuló un penal. Pero se levantaron y se terminaron dando la mano. Como Argentina y Paraguay, que encontraron razones para no hacer del empate un sufrimiento.
Lo mejor del partido
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