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¿Para qué vamos a la cancha? Para compartir fiestas y naufragios... y para ser testigos de Messi
Volvemos a la cancha por las razones que fueran. “Están mi mamá, mis hermanos en la tribuna”, llora Leo Messi, mientras el Monumental lo ovaciona y él se desencaja. No puede seguir. Leo recuerda sufrimientos previos. Además de las finales perdidas, diez años atrás, en ese mismo estadio y ante el mismo rival, Messi, y la selección argentina toda, habían salido silbados tras terminar 1-1 por eliminatorias. Unos meses antes Messi ya había sufrido los primeros silbidos de su vida, en Santa Fe, jugando una Copa América pobre para la selección. Así es el público en un estadio. Condena o diviniza. Como sea, siempre será mejor que un estadio vacío.
Ya cuarenta minutos antes del partido miles de personas fueron al Monumental para cantar otra vez que “de la mano de Leo Messi todos la vuelta vamos a dar”. Ése, exactamente a las 19.53, fue el primer canto “oficial” tras un año y medio de canchas sin hinchas. El coro duró poco (como sucedió con la mayor parte de los cánticos). No importa; pareció eterno. Eran miles otra vez los que cantaban juntos en una tribuna. Veinte minutos después, con la selección otra vez en los vestuarios, Messi recibió la segunda ovación al anunciarse la formación. En ese momento, unos pibes se amontonan a metros de mi pupitre de prensa. Pregunté quién era el personaje. “Sebas, un youtuber”, me ayudó un colega, que aprovechó él también y le pidió a Sebas un videíto “para Santi”, su hijo.
La gente también puede volver a la cancha (cuando juega la selección) para cantar otra vez que “el que no salta es un inglés” y recordar al “10” a los 10 minutos del partido. Diego Maradona murió sin gente en las canchas. Tres minutos después de que la memoria popular cantara “Maradóóóó”, Messi, caño y golazo, respondió con arte en vivo. Todos jugaban. El “Meeeessi” con reverencia de los hinchas hizo recordar al Leo “catalán”. “Lo extraño”, me escribió en ese instante un colega desde Barcelona. “El Camp Nou hoy es un tanatorio”. Volvemos también a la cancha porque, tal la puja de intereses entre clubes europeos y federaciones, no sabemos cuánto tiempo más podremos seguir disfrutando de la selección con sus mejores jugadores. Sólo en Brasil pueden permitirse la tontera de prohibir un partido con Messi, y Neymar, en una cancha. Allá ellos.
Volver a ir a la cancha permite confirmar en escena la importancia en el equipo de Rodrigo De Paul (jugando bien o mal). Hubo merecida ovación para el “héroe” del Maracanã. Y también al goleador, Ángel Di María, y al DT Lionel Scaloni. Argentina estuvo lejos de jugar un partido excepcional y Bolivia, que llevaba 59 partidos sin ganar como visitante en eliminatorias y que está cerca de despedir al DT venezolano César Farías, no podía amargar la fiesta, más allá de algunos regalos de la defensa local. El triunfo anterior (3-1 a Venezuela) fue contra el otro peor equipo de la serie. No importa. Algunos cronistas ya imaginan a Argentina campeona en Qatar. ¿Y por qué no?, pensaban los hinchas en las tribunas mientras recordaban México ’86. No tenía nada que ver, pero apenas después del triplete de Messi la gente volvió a cantar “el que no salta es un inglés”. Cancha argentina.
Vamos a la cancha para eso. Para compartir fiestas pero también naufragios, como diría Eduardo Galeano. Y vamos también para estar otra vez juntos. Mezclados. Para nuestros ritos colectivos y conversaciones públicas. Y vamos para ser testigos de Messi.
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