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Para la selección llega el momento de decidir el estilo y quitarse las inseguridades en la Copa América
La Argentina debe afianzar una búsqueda; darle consistencia a un equipo requiere claridad de ideas de parte del entrenador para saber qué ADN se quiere imprimirle; el rol de Lionel Messi
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La medida de un equipo no la da un partido, sino diez. Ningún entrenador puede hacer un diagnóstico semanal, o guiándose por un único encuentro. Resultaría incluso peligroso juzgar y colocar un equipo en la cancha según los buenos minutos de la última actuación, porque eso también implicaría no tener paciencia cuando las cosas salen mal. Se entraría así en un terreno de modificaciones permanentes, una conducta que conspira contra la estabilidad y la evolución de un equipo.
En ese escenario ha quedado situada la selección tras esta serie de cuatro partidos y, sobre todo, luego del triunfo del viernes ante Uruguay. Es cierto que un director técnico vive sus propios dramas y necesita rendimiento inmediato, lo cual explica que en su cabeza siempre tenga presente la opción de cambiar rápido cuando algo no funciona. Pero armar y darle consistencia a un equipo requiere claridad de ideas para saber qué ADN se le quiere imprimir, confianza para brindarle a los jugadores que se elijan y paciencia para que todo esto fructifique.
El partido ante Uruguay le deja a Lionel Scaloni la misión de pensar qué camino desea tomar y qué necesita la selección para convertirse en un equipo más sólido. Decidir, por ejemplo, si prefiere un volante central como Paredes, más distribuidor e ingenioso, u otro como Guido Rodríguez, con más conocimiento y oficio de las funciones defensivas. Uno que puede hacer un gol gambeteando en el área de enfrente; u otro que muestra más eficacia para meterse entre los centrales, hacer los relevos y simplificar la salida.
No es una decisión cualquiera, porque condicionará a los que están alrededor. Un equipo, en definitiva, se arma en función de cómo van complementándose sus integrantes. De Paul, por ejemplo, se vio en este encuentro mucho más liberado y menos disperso, quizás por tener detrás un 5 que lo sostuvo y le dio referencias para no correr a la deriva. Pero a la vez, el pase más arriesgado de Paredes establece una variante más en la construcción del juego.
Cualquiera que sea la senda que elija el técnico, Argentina necesita además una continuidad de buenos partidos para convencerse a sí misma. A Scaloni, si es que todavía no lo está, y a los propios jugadores. En esa seguidilla está la fórmula para acabar con las oscilaciones de rendimiento que ha mostrado en las recientes presentaciones.
La selección se ha mostrado capacitada para jugar y dominar los encuentros, el guión que mejor se ajusta a las necesidades de los jugadores. La pregunta es por qué no puede sostenerlo. Se me ocurre que es una cuestión mental, un síndrome del pasado, secuelas de una historia con demasiadas frustraciones. El equipo no acaba de apropiarse de los partidos porque siente que lo más importante y urgente es el resultado, un elemento poderoso que es lógico y hasta humano que aflore faltando diez o quince minutos, pero que no debería condicionar la actitud en el minuto 30.
La reiteración de este tipo de situaciones refleja falta de seguridad. Argentina no elige retrasarse en el campo por estrategia sino porque siente la necesidad de resguardarse y, de alguna manera, “sacarse el partido de encima”. Es algo que se puede y se debe entrenar, porque resulta muy peligroso dejar de jugar cuando el silbato final queda muy lejos.
Es utópico pedir que el dominio de un partido dure los 90 minutos, siempre existen momentos negativos, pero también hay conductas que se pueden corregir sobre la marcha para activar la capacidad de reacción. Desde los mensajes lanzados por algunos jugadores señalados hasta recursos futbolísticos, como saltar una línea con un pase largo y achicar 20 o 30 metros hacia adelante para instalarse en campo contrario y aliviar la sensación de agobio.
Al margen de estos análisis colectivos, en estos partidos la selección ha encontrado algunas certezas individuales: un arquero como Emiliano Martínez que brinda seguridad y solvencia; un primer central de garantías como Romero; la determinación inclaudicable de Acuña para disputar cada pelota; la categoría de Lo Celso para enriquecer el juego.
También apareció una duda, centrada en la actualidad de Lautaro Martínez, a quien se ve desconectado, confuso y hasta lento de reflejos. No es la primera vez que atraviesa este tipo de rachas, y en su caso también debe aparecer la figura del entrenador para darle tiempo y hacerle sentir que confía en él. Llegan ahora dos partidos donde la posibilidad de gol parece más factibles, y para un delantero nada como un gol para tranquilizarse, quitarse el apuro en cada intervención y arrancar una serie positiva.
Dejé el final para hablar de Lionel Messi. Solo los muy grandes son capaces de reinventarse una y otra vez, estimulados por su pasión por la pelota y el amor propio que los empuja a querer seguir siendo los mejores. Cada vez más influyente en la gestación del juego, pero también encarando y gambeteando como un chico, Messi no deja de mostrar su carácter excepcional. Su ilusión por querer ganar algo con la selección emociona, contagia y alienta el deseo de lograrlo, aunque en el fondo de esta Copa espere el poderío del imbatible Brasil de ese otro fuera de serie llamado Neymar.
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