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Orígenes exóticos: los futbolistas que vinieron de Dakar, Lagos y Honolulu para ser profesionales en la Argentina
Para llegar al sur del conurbano bonaerense no tomaron la autopista General Paz, ni avanzaron por la avenida Hipólito Yrigoyen. Tampoco se subieron al tren Roca. Los barrios que entremezclan trazas asfaltadas con calles adoquinadas y edificios altos con chalets de tejas rojas se les presentaron después de que recorrieran larguísimos trechos. De Dakar a Lanús, de Lagos a Banfield y de Honolulu a Temperley.
Para Ousamane Ndong, Feyiseitan Asagidigbi y León Morimoto el destino ansiado era el fútbol argentino. Los tres juveniles asumieron el desafío de vivir lejos de sus afectos, sus costumbres y sus países y trasladarse a una cultura que desconocían. La convicción era un impulso que diluía los miedos. En algún caso dejaron atrás una realidad social extremadamente compleja y en otro prescindieron del confort para ajustarse los botines en la tierra donde germinaron los talentos de Alfredo Di Stéfano, Diego Maradona y Lionel Messi.
Al incorporarlo como contacto de Whatsapp, Ousamane Ndong aparece con otra identidad. En la aplicación, junto a su número de teléfono, se lee "Papa Ramos". La primera parte de esa presentación remite a su origen: al compartir nombre con su abuelo, ese apodo le puso su padre. La otra es personal y en homenaje a su ídolo futbolístico, Sergio Ramos. Como el defensor de Real Madrid, este senegalés que acaba de cumplir 20 años es zaguero, aunque en el fútbol africano se había afirmado como volante central. Titular en la reserva de Lanús, reparte 194 centímetros de estatura en 85 kilos, una contextura física que le otorga presencia en el juego aéreo sin quitarle agilidad para cubrir espacios.
"Estoy muy contento y muy cómodo en Lanús. Rodrigo Acosta [DT de la reserva] y Pablo Sánchez [preparador físico] me ayudaron muchísimo. Mis compañeros, también, sobre todo con el idioma", cuenta Ndong para LA NACION. Aterrizó en Ezeiza sin saber pronunciar una palabra en español, pero con el anhelo de cimentar un futuro que modificara la realidad de sus seres queridos: "La vida en Senegal es muy difícil, tenemos muchos problemas. Yo vine hasta acá con la intención de ayudar a mi familia. Todo lo que pueda conseguir en Argentina será para ella en Senegal", comenta quien en diciembre pasado regresó a Dakar para compartir unos días con sus parientes.
Se instaló en la Argentina hace poco más de 18 meses, cuando el esquema de captación mundial de Marcelo Simonian, su representante, lo trajo al país. La estructura de Dodici Sports Management hizo que la vivienda y los traslados a las prácticas no fueran un trastorno. Ousamane no tardó en incorporar mejores hábitos alimenticios; extraña algunos sabores, pero descubrió otros: "La comida de Senegal es más rica, pero la de acá es más sana. Estoy muy bien, muy feliz, y el sueño es debutar en la primera: no veo la hora de que llegue ese momento", reconoce. Ndong todavía no fue convocado por el director técnico Luis Zubeldía, aunque sí es incluido regularmente en los entrenamientos del plantel profesional.
Feyiseitan Asagidigbi, hijo de un futbolista que se desempeñó en la liga nigeriana y en Arabia Saudita, ya había pasado por seleccionados juveniles de las Águilas africanas cuando le ofrecieron viajar a la Argentina. Un amigo de su padre lo contactó con un representante que tenía la llave para probar jugadores al otro lado del océano Atlántico. Aferrándose a esa ilusión subió a un avión. El primer destino estaba pintado de amarillo y azul: Rosario Central. Al no tener lugar para vivir en Rosario, tuvo su siguiente escala en Banfield. El Taladro lo incorporó y le dio un lugar en la pensión Darío Cvitanich, del predio de Luis Guillón.
"Progresé mucho en los tres años que llevo en el país, como futbolista y también en lo personal. Conocí gente y aprendí otro idioma, algo que va a servirme para toda la vida; además de lo que pude crecer como jugador", contextualiza quien en la reserva actúa como extremo o como acompañante del centrodelantero; la pegada y el desequilibrio en el uno contra uno son sus mejores argumentos. Este año fue convocado para la selección Sub 20, pero quedó fuera de la nómina que participó en el Mundial de Polonia.
En el anterior ciclo de Julio César Falcioni, Feyi –así lo lo apodaron en Banfield– se entrenó en la primera; ahora, sin embargo, se mantiene en el grupo de la reserva. Domar la ansiedad es todo un desafío. "Mi ilusión es debutar en primera, y si Dios quiere, ya se me va a dar", confía él. Espera el receso de diciembre para viajar por segunda vez a Lagos, con el deseo de reencontrarse con los afectos y de haber convertido en realidad el sueño del estreno.
La filosofía japonesa, la idiosincrasia hawaiana y la impronta argentina se acomodaron como un rompecabezas en la personalidad de León Morimoto. Su padre, amante del fútbol, y su madre, jugadora de béisbol, migraron de Tokio a Honolulu en un proyecto familiar que contemplaba que sus hijos naciesen en ese otro archipiélago para tener dos ciudadanías: la japonesa y la estadounidense. Mientras juega en Temperley, el año próximo, cuando cumpla 18, deberá optar por uno de los dos pasaportes. Pero la aventura del fútbol argentino lo hizo dar un salto de más de 12.000 kilómetros desde un lugar paradisíaco y sin carencias.
"Juego como lateral izquierdo en la quinta división, aunque en Hawái lo hacía en el mediocampo. Sé que lleva tiempo y hay que tener paciencia, pero mi objetivo es convertirme en profesional", relata con entusiasmo. El fútbol lo atrapó tanto como el sentimiento de pertenencia que le generó el país: "Argentina es un lugar increíble y su gente tiene orgullo. Venir me cambió la vida y acá quiero quedarme a vivir", asegura quien esquiva el mate pero encara con devoción la parrilla.
La pensión del club gasolero es el hogar de León, que cursa el secundario en la escuela Héroes de Malvinas, de Turdera. "Al principio me costó bastante, extrañaba a la familia. Hawái y Argentina son muy distintos. Hoy estoy muy adaptado y me siento argentino", narra. Llegó a los 14 años y jugó en Independiente; quedó libre y halló lugar en Temperley. Con posibilidades económicas –su padre trabaja en una empresa de turismo, y su madre, en organizaciones de acontecimientos sociales–, regresa a Honolulu cada fin de año para celebrar entre los fuegos artificiales que iluminan una de las bahías más famosas de Polinesia.
Ousamane Ndong, Feyiseitan Asagidigbi y León Morimoto arrastran en la pronunciación del castellano los orígenes, pero también en cada modismo incorporado la identificación con el país al que sienten propio. El fútbol fue la puerta de entrada a una experiencia que resultó un quiebre en sus vidas. Desde Senegal, Nigeria y Hawái eludieron con pelota dominada las barreras de fronteras y prejuicios para ser parte de tres clubes del conurbano. El futuro acaso les guarde algo aun más grande.
Banfield, sin fronteras
Un mástil con la bandera de la República Popular China y 28 juveniles asiáticos alineados frente al estandarte: una imagen que de repetida se hizo común en el predio de Banfield, en Luis Guillón. La ceremonia era parte de las jornadas de una delegación de futbolistas que se acopló a un programa de desarrollo por el cual los futbolistas de Beijing Sports University se instalaron en el sur del conurbano –el proyecto empezó a gestarse en 2017– y cumplián un ambicioso plan de perfeccionamiento, al igual que los entrenadores. El convenio implica un movimiento de 2.000.000 de dólares anuales, fue firmado hasta 2020 y tiene posibilidades de renovación.
Diez años atrás: Orode y Evans, nigerianos en Boedo
Las presencias de Félix Orode y Chukwunonso Evans Ugwunwa revolucionaron a San Lorenzo. Dos nigerianos se sumaban al plantel azulgrana que entrenaba Diego Simeone. El primero debutó en el Ciclón, pero en 2010 inició un derrotero por diferentes conjuntos del ascenso, entre ellos, empezó en Nueva Chicago; actualmente se desempeña en Gimnasia, de Mendoza (Primera Nacional). Ugwunwa tuvo menos suerte –se entrenó en la reserva– y cuando Ramón Díaz tomó el control del plantel, fue desafectado.
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