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Por qué Rosario Central dejó pasar la chance de ser un líder más firme
En Bahía Blanca, en una cancha pesada y envuelto en una lucha de excesos físicos, el líder de la Zona 1 exhibió una imagen impropia de su estirpe, en el intenso 1 a 1 contra Olimpo
Es una pintura perfecta de nuestro fútbol. Tal vez, de nuestra esencia. Eso de resolver los problemas en el último suspiro, cuando ya es inevitable. O tratar lo urgente y dejar lo importante para más adelante. Atar la vida con un alambre. El fútbol doméstico lleva una vida con lo justo, con lo puesto, a pesar de que el dinero sobra en el profesionalismo: hay que saber, eso sí, dónde y cómo utilizarlo. Por ejemplo, en la casa. No hay nada más valioso que tener la casa en orden.
Durante largos días, la polémica estuvo salpicada por el estado del campo de juego del estadio Mario Alberto Kempes, maltratado por pelotas y recitales, antes del arribo estelar de Leo Messi. La previsión no es un bien preciado en nuestro espacio. Lo de anoche, en Bahía Blanca, es parte de la misma crónica. Llovió mucho, es cierto. Litros de agua sobre el escenario llamado Roberto Natalio Carminatti, un pulmón futbolero noble y austero, para unos 25.000 hinchas. Más allá del clima –cayeron unos 32 milímetros–, hace falta prevención. Porque la imagen que Olimpo brindó al mundo –o, en realidad, el fútbol todo–, era la de un entusiasta sobre una máquina recorriendo los costados del campo de juego para reforzar las líneas, desaparecidas por el temporal. Con los jugadores en el campo de juego, la figura fue el hombre sobre un motor recorriendo la escena, pintura blanca al acecho. Siete minutos más tarde, los futbolistas bahienses y de Rosario Central (uno de los mejores equipos del torneo), se dedicaron al juego brusco, la discusión y la patada sin destino claro. Tal vez, víctimas del pesado campo. Acaso, porque es más difícil crear una buena historia.
Una tarjeta roja a los 15 minutos del primer capítulo, por dos desatinos físicos de Quiroga, un defensor propenso a este tipo de situaciones al límite de la lógica. Más tres amarillas. Rosario Central no fue menos en el arte de la destrucción, con seis cartones amarillos. Y Musto, expulsado en el cierre. Lo peor, sin embargo, para el equipo rosarino, fue su imagen futbolera, sin valentía, sin precisión, sin fundamentos de candidato. No hay espacio para la disculpa del maltratado césped o la pequeña dimensión del escenario. Central actuó durante casi todo el desarrollo con un instrumento más y le sobran jugadores de jerarquía. Lo Celso y Cervi, en la (supuesta) creación. Ruben y Herrera (en teoría), en la prepotencia del área rival. Jugó con un nudo en sus botines y con un permanente dolor de cabeza. Ni por arriba, ni por abajo, el líder de la Zona 1 arrastró su presencia ejecutiva en una versión de sótano.
Christian Díaz le imprimió a Olimpo orden, rigor táctico y una dosis desatada de fe. Con todo para perder (un jugador menos, un equipo sin figuras y una dosis exagerada de desaliento por la deslucida campaña), se puso en ventaja, con un cabezazo de Figal, contra la lógica del sentido común. El fútbol suele recompensar a los atrevidos: cualquier cosa puede pasar.
También, claro, que Rosario Central –uno de los mejores equipos de nuestro medio en una de sus peores noches– logre el empate con un suspiro de creatividad. Porque no sólo fue un centro y cabezazo de Lo Celso y Ruben. Los gestos técnicos de uno y otro tuvieron una pequeña porción de arte y convicción.
Central creyó en una corazonada. No supo cómo ganarle a un equipo corajudo, que se sintió más cómodo en un escenario pesado, pequeño, indescifrable. Típica imagen de nuestro pasional y traumático fútbol argentino.
La fuerza de la confianza
Olimpo es uno de los peores equipos del torneo, por números, por su pasado. Rosario Central, en cambio, es uno de los más poderosos, por su foja de servicios, que excede lo numérico. Sin embargo, en una noche intensa, el equipo bahiense fue más resistente, aún con un jugador menos. Cuando no se puede jugar al fútbol con las armas habituales, hay que luchar. En ese rubro, el equipo local fue superior.
Un exceso de impulsos
A los 15 minutos, Quiroga fue expulsado en Olimpo, por una doble amonestación. Más tarde, hubo un espectáculo del desatino. Un mar de tarjetas amarillas, producto del exceso de energía mal entendida. Néstor Pitana, el riguroso juez, estuvo a la altura del contexto.
Otro segundo tiempo
Los entrenadores les exigieron a los jugadores otra actitud, más amable con el espectáculo, durante la segunda mitad. Y así fue: hubo mejor juego y menos violencia. No alcanzó, eso sí, para crear un buen espectáculo.
Una estrella del tenis
Guido Pella, fanático de Olimpo, recibió una plaqueta con el número 39, su posición en el ranking ATP.
El gol de Figal
El empate de Marco Ruben
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