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Odio en la Bundesliga
Dietmar Hopp, patrón del Hoffenheim, uno de los hombres más ricos de Alemania, insultado desde 2008 en las canchas, dice que ya basta. Está con su nieto en el estadio y aparece otra vez la pancarta amenazante que lo muestra con su rostro apuntado. Y miles de hinchas vuelven a cantarle que es un "hijo de puta". "Todo esto –denuncia Hopp– me recuerda a los capítulos más oscuros de la historia alemana". Es una historia que incluye a su propio padre. Emil Hopp fue oficial de las tropas de asalto del partido nazi. En 1938, en la Noche de los Cristales Rotos, quemó la sinagoga de Hoffenheim. Y echó a la calle a la familia Mayer. Los padres fueron asesinados en Auschwitz. Los niños Manfred y Heinz, de 9 y 6 años, sobrevivieron en orfanatos. Hay libro y documental. Mientras recorren el campo de exterminio, Fred dice que hasta Dios murió en Auschwitz. "Mi Dios –le responde su hermano– no estaba allí". Los hermanos leen la pregunta que la madre les hacía en cartas que les escribía desde el horror: "¿Florecen los árboles donde están?".
Hopp justifica a su padre. Dice que cuando le ordenaron quemar la sinagoga Emil ya tenía tres hijos y no podía perder el trabajo. Él y sus hermanos entablaron una relación profunda con Manfred y Heinz. Hopp pagó la traducción del libro al alemán. Pidió, sin éxito, que no fuera citado su padre. "Si las víctimas tienen nombre, los victimarios también". Se alivió al leer la última página, donde los hermanos Mayer escriben que los niños no deben rendir cuenta por los crímenes de sus padres. Hopp puso una placa en el edificio donde en 1940 fueron secuestrados los dieciocho niños judíos de Hoffenheim. Su fundación es una de las más caritativas de Europa, con donaciones por 600 millones de euros, cerca del diez por ciento de la fortuna que hizo con SAP, un gigante tecnológico que es patrocinador de la Federación Alemana de Fútbol (DFB). Pero los hinchas alemanes no cuestionan a Hopp por su padre nazi ni por su fortuna. Lo insultan porque millonarios como él, dicen, ponen bajo peligro la gran cultura del fútbol alemán de respeto a las luchas de sus hinchas.
La regla alemana de que los clubes deben ser de los socios admite excepciones como Wolfsburgo (propiedad de Volkswagen) y Leverkusen (Bayer) y otra más nueva que sí provoca protestas furiosas (Red Bull Leipzig). Pero Hopp es patrón personal en Hoffenheim, donde jugó de niño y al que aportó en treinta años unos 350 millones de euros. El equipo de pueblo de 3500 habitantes subió primero a la Bundesliga (2008) y luego a la Champions (2017-18). Son claves el elogiado director deportivo Ralf Rangnick y el joven DT Julian Nagelsmann. Pero el odio histórico contra Hopp se agravó hace dos semanas, después de que la Federación rompiera un acuerdo e impusiera sanciones colectivas contra los hinchas del Borussia Dortmund, los más duros contra la cultura Hoffenheim. La sanción, como se reflejó el último fin de semana en diversos estadios, agravió al resto de las hinchadas, que sintieron vulnerado su derecho histórico a la protesta y renovaron insultos y carteles. Avisados, la DFB y Bayern Munich planificaron la respuesta.
La mira apuntó al sector que ocupa Schickeria, un grupo de hinchas que ataca en sus carteles a racistas, xenófobos, homófobos y ultraderecha. Schickeria empujó al propio Bayern Munich a rescatar la figura de Kurt Landauer, histórico presidente judío del club, perseguido por el nazismo. Ahora cuestionan los vínculos del club con Qatar. Al minuto 77 del partido que Bayern Munich ganaba 6-0 el sábado a Hoffenheim, el árbitro Christian Dingert escuchó insultos. Vio el cartel de "Hurenson" (hijo de puta) y comenzó a aplicar el protocolo "antirracismo" de tres pasos previsto en los reglamentos. Advertencia, suspensión provisoria y suspensión definitiva. El tercero no hizo falta. Pero lo que sucedió fue aún más impactante. Al reanudarse el juego, los equipos decidieron no atacarse.Se pasaron la pelota hasta el final. Y todos, jugadores, árbitros y dirigentes, rodearon a Hopp dentro del campo. Fue histórico.
No se había aplicado el protocolo tres semanas antes cuando hinchas del Schalke se burlaron con gritos de mono contra el defensor del Hertha Jordan Torunarigha. Peor aún, Torunarigha reaccionó nervioso y fue expulsado. Tampoco en diciembre pasado, cuando los Sub 16 de Hertha, que ganaban 2-0, abandonaron apenas antes del final su partido ante Auerbach, cansados de insultos racistas del rival. A Hertha se le dio por perdido el partido. Y fueron los propios hinchas los que el 17 de febrero pasado obligaron a expulsar de la tribuna, al grito de "Nazis fuera", a un racista que se burlaba de un jugador negro en un partido de tercera división en Munster. Pocos se imaginaban que las autoridades terminarían aplicando por primera vez de modo tan severo y planificado el protocolo antirracista para proteger a Hopp. Ayer, Schalke 04 amenazó que se retiraría del partido de Copa ante Bayern Munich al primer insulto contra el magnate. No hizo falta. Los hinchas protestaron con carteles contra la Federación ("Fussballmafia DFB"). Y una ironía: ¿Si ponemos una pancarta que diga hijo de… se termina el partido y vamos directo a los penales?". Pero sí cantaron hijo de puta. Fue contra el arquero Manuel Neuer, ex Schalke.
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