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Nuestros mejores mundiales
La final de Italia ’90, que cumple hoy treinta años, provoca recuerdos más emotivos en el país subcampeón que en el campeón. En Alemania, el primer título, de Suiza ’54, es símbolo mítico de la recuperación tras la Segunda Guerra Mundial. El del ’74 fue en casa y guarda el sello futbolero de la generación de Sepp Maier, Franz Beckenbauer y Gerd Müller. Y el último, el de 2014, fue el del 7-1 a Brasil y la conquista inédita en Sudamérica. Italia ’90 (en medio de una euforia mayor, que fue la de la caída del Muro y la unificación) apenas provocó estos días entrevistas de rigor y poco más. Tampoco el equipo dejó mucho. En los octavos de final, Alemania jugaba tan mal ante Checoslovaquia que el DT Franz Beckenbauer agarró una pelota fuera del campo y le dijo al recogepelotas si no quería jugar él. "No entendió el alemán; si no, lo ponía", dijo luego.
En Argentina, en cambio, Italia ’90 tiene ya dos nuevos libros. Cientos de notas. Y la TV que recupera imágenes. Como la de Carlos Bilardocantando feliz en el balcón de la Casa Rosada. El DT que sólo valoraba el triunfo, hoy con su salud deteriorada, le dice entonces al cronista de TV que está viviendo "el día más feliz" de su vida deportiva. Y fue segundo.
Italia ’90 coronó a un Beckenbauer que había llegado a la selección sin tener siquiera título de DT, pero sí el de "Kaiser", que se ganó en sus tiempos de jugador brillante. En pleno Mundial, Beckenbauer dio día libre al plantel. Karl-Heinz Riedle, atacante suplente, visitó a sus padres. Le pidió el auto al jefe de prensa, Wolfgang Niersbach. Manejó mil doscientos kilómetros hasta Baviera. Salió de Italia en pleno Mundial. La FIFA no se enteró. En la final, consciente de que Diego Maradona no era el del ’86, Beckenbauer liberó a Lothar Matthaeus y Alemania (aun con un penal polémico) fue justo campeón. Maier, entonces entrenador de arqueros, único del plantel con cámara filmadora, bailó en calzoncillos en el jardín del hotel hasta que se hizo de día. Beckenbauer, campeón-jugador y campeón-DT, llegó exultante a la conferencia pospartido. "Ya somos el número uno del mundo", dijo. "Seremos invencibles por años. Lo siento mucho por el resto del mundo".
Alemania tardó veinticuatro años para volver a ganar. El propio Beckenbauer me confesó en 2010 que aquel día no quiso ser arrogante, sino que había bebido demasiado en el vestuario con el premier Helmut Kohl y que había llegado a la sala "algo borracho". Pero me dijo también que Alemania sí volvería a reinar pronto. Y lo hizo al Mundial siguiente, en 2014. En Brasil, Beckenbauer ya no era el mismo Káiser. Algunos negocios raros habían arruinado sus ambiciones de presidir la FIFA. Pero celebró el título con toda Alemania.
Para nosotros, ese subcampeonato en Brasil fue y sigue siendo todavía un recuerdo difícil, bien distinto al de Italia ’90, que convierte hasta en broma la vergüenza del bidón. Nuestra lista es liderada por México ’86, por Diego Maradona y su doblete contra Inglaterra. Argentina ’78 fue el primer título y fue aquí. Horror incluido. Como lo vio en persona el jugador holandés Wim Rijsbergen, que, como recordó una gran serie reciente de la agencia Télam, fue a ver a las Madres de Plaza de Mayo en pleno campeonato. Igual que el periodista Frits Barend, que además sorprendió a Videla en la cena final. Le preguntó por los desaparecidos.
En junio-julio cada país elige su Mundial más entrañable. Brasil, único pentacampeón, recordó el medio siglo de México ’70. La selección tricampeona del fútbol platónico. El DT Mario Lobo Zagallo movía botones para explicarle a su selección de cinco números diez que, cuando el equipo perdía la pelota, debía haber siempre tres o hasta cuatro jugadores en el medio. El propio Tostão, clave para Zagallo, resalta hoy la belleza de aquel equipo, pero, contra los nostálgicos, dice que el fútbol moderno del mejor Barcelona o Liverpool actual es mejor. "Ofensivo, creativo y eficiente. Prosa y poesía". Pelé, héroe del "tri", dijo tiempo atrás que la mejor selección brasileña de la historia no fue la de México, sino la de Suecia ’58, en la que él también deslumbró, con apenas 17 años. Didí fue premiado como el mejor jugador de ese Mundial. Pero la sensación fue Garrincha.
Así como nosotros tenemos los cinco minutos gloriosos de Diego y sus goles a Inglaterra, Brasil guarda los tres preciosos del debut de Garrincha contra la URSS. Veinte segundos de partido y primera gambeta al pobre Yuri Kuznetzov. Segunda, a los 25 segundos. Tercera, a los 27, y cuarta, a los 30. Estadio de pie. Otra gambeta a los 32. Doble gambeta a los 34. Rusos al piso. Tiro al palo a los 40. Travesaño de Pelé a los 55. Y a los tres minutos, gol de Vavá. Un baile. El psicólogo Paulo Machado de Carvalho desaconsejó su inclusión. Garrincha no sabía el himno y fue visitante asiduo de las jóvenes suecas que pasaban el verano a metros de la concentración. "¿Tan pronto la final?", preguntó Mané tras el 5-2 ante Francia. La definición contra Suecia también fue 5-2. Su padre, Amaro, vio el partido invitado por el presidente Juscelino Kubitschek. Amaro vistió su mejor gala, puñal incluido. A la vuelta, Garrincha huyó de la fiesta en Río y se fue a su pueblo de Pau Grande. Pasó por los bares e invitó bebida para todos. Durmió poco. Al día siguiente le regalaron una vaca. Y subió al morro a jugar descalzo con sus amigos.
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