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Nos esperan años llenos de partidos de fútbol sin significado
La intoxicación del fútbol argentino es infinita. Rige la arbitrariedad: las reglas son incumplidas, las pautas cambian cada año; se puede salir, entrar, subir, bajar, hacer, deshacer, y al final todo pasa y todo sigue. Me pregunto quién puede creer que de esta manera un negocio llegará a ser redituable e imagino el hastío del hincha genuino, su sensación de impotencia, de percibirse como un mero cliente, o peor aun, como un personaje prescindible.
La pandemia que nos toca vivir está ayudando a escribir nuevos capítulos de esta historia degenerativa, como la eliminación de los descensos durante dos años, la consecuente ampliación del número de equipos en la primera A y las demoras en el pago de los salarios a jugadores de la mayoría de los clubes en todas las categorías.
Me cuesta encontrar un término para definir la anulación de los descensos. ¿Torpeza? ¿Irresponsabilidad? ¿Denigración del juego? El fútbol argentino lleva años explicando sus presuntas bondades por la competitividad. La incertidumbre previa es un ingrediente de esa competencia. Saber que el equipo pobre puede ganarle al rico genera emoción durante la espera y hasta tiene cierta connotación social. Eliminar los descensos atenta justo contra esa cualidad, casi la única que tapa la mediocridad imperante en el juego.
Si existe un tema tabú en la agenda futbolística argentina es el descenso. Perder la categoría es vivido con rabia, con odio, con vergüenza. El miedo a padecer lo que consideramos una tragedia obliga entonces a aumentar la responsabilidad y la imaginación, a armar mejores equipos. Sin ese estímulo, la competencia no será la misma.
El aumento en el número de participantes recorre el mismo camino. Si las ligas más poderosas y redituables del mundo tienen 18, 20 equipos, ¿por qué nosotros lo desafiamos inventando reglas que además sabemos insostenibles?
Un campeonato de 26, 28 o 30 equipos impacta negativamente en el nivel de fútbol, en su calidad. Jugarán en la primera A futbolistas que por algo estaban en una categoría menor y serán promovidos pibes que quizás todavía no estén formados para afrontar esa exigencia.
La explicación de la decisión es económica. "Hay que salvar a los clubes", dicen los mismos dirigentes que son los primeros en incumplir las reglas y que no explican cómo puede ser que vendan jugadores por muchos millones de dólares y al mismo tiempo generen pasivos casi por el mismo valor. Hoy, la pandemia les sirve como escudo.
Para pensar en un futuro próspero primero habría que cambiar la naturaleza de esta clase de dirigentes. Necesitamos gente seria, responsable, transparente, que honre los compromisos contraídos y que, por ejemplo, no emplee el discurso demagógico del rendimiento deportivo de un jugador para decidir si le paga o no el contrato. Su deber es cumplir lo que firmó; la evaluación viene después.
La promesa de que la creación de la Superliga acabaría con este tipo de conductas resultó un maquillaje más, un divino marco teórico no muy diferente al que se esgrime para destacar que los clubes son de los socios. Ninguno impide que se siga cometiendo actos ilícitos. Las filosofías deben estar sustentadas en realidades, y no es lo que ocurre.
Los futbolistas quedan atrapados e indefensos en este juego de poderes e intereses. Messi, Cristiano Ronaldo y los jugadores de Boca y River no son parámetros para medir lo que ocurre. La mayoría sobrevive. Cobra cuando puede y está presa de un sistema en el que es el último eslabón. Vive al día, a expensas de las circunstancias del momento, las decisiones del dirigente de turno y los consejos de sus representantes.
La fuerza actual del gremio es por otra parte muy limitada. Todo está en el aire: no hay fútbol, no se sabe cuándo volverá, ni siquiera el sistema del campeonato es seguro. Entonces, las medidas tradicionales de presión no funcionan. Si los jugadores amenazaran con no jugar, les dirían que van a poner a los pibes. Total, no hay peligro de descenso.
No quiero ser tremendista, pero nos esperan años llenos de partidos sin significado. Este tiempo de reflexión debería ser útil para recuperar al hincha que fue alejándose del fútbol porque dejó de creer aquello que le ofrecían. No es este tipo de medidas lo mejor para combatir el desinterés.
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