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“No podés jugar más porque sos nena”: la historia de Emma, un grito que conmueve las estructuras machistas del fútbol
El caso de Emma Rodríguez, una nena de Guaminí, destapó la lucha de las familias para las mujeres puedan integrarse a las ligas de varones
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Rocío Bueno, capitana de Racing, tiene 28 años y conversa con Emma Rodríguez, de 12, como si la diferencia de edad no existiera. En la cancha, las dos son delanteras. En la vida tuvieron historias similares. Cuando jugaba en el club Canarios, en Mechita, su pueblo natal, la número 9 -que había jugado con varones entre los 6 y los 12- escuchó la frase que hoy, dice, le rompió el corazón: “No podés jugar más porque sos nena”, le dijeron. Dieciséis años después, Emma, que también es delantera y juega en el Club Deportivo Empleados de Comercio de Guaminí, no puede participar en la Liga de Coronel Suárez. Bueno se enteró de la historia de Emma a través de las redes sociales y le escribió a la mamá para que la nena fuese a pasar un día con el plantel de Racing:
-Así que sos delantera vos también -le dice Rocío a Emma en el vestuario del predio Tita Matiussi-. ¿Y te gusta hacer goles?
-Sí, me gusta, pero juego más de volante también. Me gusta dar asistencias.
Afuera llueve torrencialmente. La sonrisa fresca de Emma cuando aparece una pelota o cuando escucha las anécdotas de las futbolistas de Primera es apenas una muestra de la felicidad que le genera jugar. Ella misma, con 12 años y delante de su mamá, Soraya, su papá, Eduardo, y sus hermanas mellizas, Martina y Catalina, le cuenta su propia historia a las jugadoras de Racing: “Siempre me gustó el fútbol. Mi mamá me llevaba a jugar con pollerita y sandalias y yo me llevaba mis botines. Juego en cancha de 11 con varones. Pero no me dejan jugar el campeonato porque soy nena”.
Cree, así como creyó Rocío, que ser nena es el motivo que le impide ser parte de su equipo, pero no: no la dejan jugar porque quienes toman las decisiones son machistas. La carga es inversa. En rigor, los dirigentes que toman decisiones no pueden romper con el rol que históricamente se les asignó a las mujeres en la sociedad. Todavía creen que el fútbol no es para ellas.
Rocío Bueno cuenta que cuando eso le ocurrió se pasó a otros deportes. Hizo básquet, handball, vóley, cestoball. En todos se destacó. En Mechita participaba de los Torneos Juveniles Bonaerenses en cada una de esas disciplinas. Al fútbol siempre lo tuvo cerca: sus amigos del barrio la llamaban y la invitaban a jugar torneos cada tanto. A los 12 la trajeron a Buenos Aires para una prueba en San Lorenzo. “Fui a un negocio que quedaba cerca de mi casa a comprarme botines. Ponele que salían 50 y yo tenía 20 y le dije a la señora si le podía quedar debiendo porque tenía la prueba en Buenos Aires y era con botines. Al final vine y era en una cancha de Futsal”, recuerda y se ríe. Desde aquel “no” a sus 12 pasaron seis años hasta que retomó. Se sumó al club Ciclón de Chivilcoy y en 2012 participó de una prueba en UAI Urquiza y quedó. Pero eligió seguir estudiando el profesorado de educación física y regresó un año después. Tuvo un recorrido entrecortado, moldeado en definitiva por aquellos dirigentes que indirectamente la sacaron del fútbol. Cuando retornó a Buenos Aires se sumó a Boca. Hoy, ya como goleadora de Racing, la mira a Emma hacer jueguitos y dice: “No sé por qué siguen existiendo estas resistencias a que las mujeres juguemos. Parecen de siglos atrás, son decisiones que atrasan. No bien me enteré la llamé a la mamá de Emma para apoyar en lo que sea y que sienta que no está sola”, cuenta Bueno.
Los sueños de fútbol no son nuevos. Así como los tuvo Rocío los tuvieron las Pioneras del fútbol argentino y los tiene Emma, que arrancó a patear a los 3 años y que a los 5, según cuenta Soraya, su mamá, ya le pidió de regalo una pelota a los Reyes Magos. Emma vive en Guaminí, una localidad de tres mil habitantes en el oeste de la provincia de Buenos Aires, a 500 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Allí no hay equipos ni clubes de fútbol femenino, así que, como Emma, quienes quieren jugar van a la escuelita con varones.
Para participar de la Liga de Coronel Suárez le habían dicho a la familia que Emma iba a tener que ser fichada. Que iban a preguntar en el Consejo Federal. Fue ahí que llegó la respuesta: los dirigentes avisaron que AFA no contempla el fútbol mixto. Soraya entonces decidió armar la campaña #DejenJugarAEmma, así como antes había escuchado de otras historias de nenas que se enfrentaban ante esta negativa. “Yo quería hacer algo y cuando vine a Buenos Aires me di cuenta de la fuerza que tienen las mujeres”, dice ahora en el predio Tita Mattiussi.
Hay derecho, no hay legislación
Las resistencias tampoco son novedosas. Sólo que ahora madres y padres organizan acciones para visibilizar eso que, una parte de la sociedad empieza a entender, es violencia. “Los deportes son para todos y todas”, le dice Rocío Bueno a Emma. El Derecho al juego está contemplado en la Convención sobre los Derechos del Niño, un tratado internacional adoptado por la Asamblea General de Naciones Unidas en 1989. Y sin embargo en estos últimos tiempos historias como las de Emma se viralizan. El inconveniente aparece porque no hay legislación sobre fútbol mixto en las entidades que rigen el deporte. Aparece entonces algo similar a un “vacío legal”: en los reglamentos, pensados para el fútbol masculino, no se les prohíbe ni se les permite el fichaje a las mujeres. Ellas no aparecen y esa ausencia invita a que la autorización final -o la negativa- dependa de la voluntad de cada liga. Entre los nuevos debates vinculados al género y el deporte hay que anotar el del fútbol mixto. Las madres se van enterando de las historias y muchas ya comparten grupo de WhatsApp e intercambian estrategias para vencer a quienes algunas de ellas, con algo de bronca y algo de humor, mencionan como “dinosaurios”.
Renata Escola tiene 10 años y juega fútbol mixto en el club San Lorenzo de Villa Gesell. Su mamá, Nadia Díaz, comenzó la campaña #DejenJugarARenata antes de que llegara a la edad que podría marcar su último año en una categoría competitiva. Junto al club realizó un pedido a la Liga Madariaguense para que aumentara el límite de edad de sus categorías mixtas, por lo menos, hasta los trece años. Y consiguió la aprobación. Ahora entonces trabaja junto al club para armar la categoría Sub 16 y que su hija después pueda seguir jugando en el femenino. “Lo importante acá fue que la Liga nunca se opuso. Lo que tenían era el tope de edad”, cuenta.
La traba se da cuando llegan a esa edad: muchas chicas frenan ahí su desarrollo si no encuentran equipos femeninos. Algunas retoman de grandes. Otras quedan en el camino.
En Córdoba, Martina Raspo juega en el club Tiro Federal y Deportivo Morteros y sigue peleando por competir. Se entrena con sus compañeros, pero no juega por los puntos. Junto a su mamá viajaron a la Ciudad de Buenos Aires y fueron recibidas por las autoridades del INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo). La presión sirvió, a medias. En su regreso a Córdoba la convocaron del club para armarle la ficha, pero después no pudo jugar. Les dijeron que cuando la buscaban en la computadora, el nombre de Martina Raspo aparecía con una F que remitía a su género: para la Liga si alguien es “Femenino” no puede competir.
En Salliqueló, a 80 kilómetros de Guaminí, Facundo Ugarte tiene a su hija de 4 años que juega al fútbol y, cuenta, sufre por anticipado. “Cuando llegue a edad de divisiones inferiores vamos a tener problemas porque nos dicen que lo que juega es fútbol masculino y ahí no se va a poder fichar”, cuenta. Y opina que permitir el fútbol mixto cambiaría las posibilidades en ciudades pequeñas: “Es el método más viable para el desarrollo, porque sino las nenas no tendrían nunca acceso a la competencia, algo que pasa en grandes urbes, donde al haber mayor cantidad de población hay mayor cantidad de jugadoras o clubes”. Allí son 10 mil habitantes. Marina Monti es mamá de Fermina, que tiene 8 y que integra la categoría novena del club Jorge Newbery. Puede entrenar con sus compañeros, pero no puede competir porque la Liga Deportiva y Cultural de Tres Lomas no la deja. A la mamá le dicen que se rigen por las reglas de AFA y que la AFA no considera al fútbol mixto.
“Yo no quería que ella jugara porque no me parecía un deporte femenino -cuenta Monti-. Pensé que le iban a pegar patadas y no iba a querer más. Pero le encanta. Y yo respeto a mi hija. Me parece injusto que la dejen jugar amistosos, pero no competir. Está entre sus derechos”. En Río Negro, Lorena Fontao luchó por su hija Ámbar, que tiene 9 años y juega en la escuelita de fútbol de la Asociación Civil, Deportiva y Cultural de Profesionales (ADCP). Cuando a la nena le tocaba pasar del espacio recreativo al competitivo, la Liga Rionegrina le había prohibido su participación. El reclamo de la mamá y el papá sirvió: a Ámbar la habilitaron. Fontao cuenta que a partir de esto se sumaron otras cuatro chicas a jugar.
Mientras tanto, en el predio Tita Mattiussi, Emma cuenta que le gusta usar la camiseta número 10 o la 11. Racing le regala la 10 con su nombre escrito debajo del número. En sus días en Buenos Aires además de compartir la tarde con el plantel de la Academia fue invitada a ver los partidos del club contra el SAT en el Cilindro y contra Boca, en Casa Amarilla. En River se enteraron de que era hincha del club y la recibieron en un entrenamiento. En estos días ya está de vuelta en Guaminí esperando que las resoluciones de los dirigentes respeten su derecho a jugar. En marzo presentaron una denuncia en el INADI y esta semana se reunieron con representantes de la Asociación del Fútbol Argentino para buscar una solución. Cuando los compañeros de Emma fueron a ficharse llevaron también los datos de su compañera: la mirada de los niños no tiene relación con la postura de los adultos. En una de las fechas del torneo ella fue a verlos e intentó sentarse en el banco de suplentes, pero no la dejaron. Una violencia más.
Emma, ahora con la 10, hace jueguitos en la cancha mojada: ya se puso los botines porque no le habían avisado que iba a poder tocar la pelota pero ella, por las dudas, los guarda siempre en su mochila.
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