
Nicolás Frutos, el goleador que hizo carrera en Bélgica, se retiró del fútbol a los 28 años y se ganó la admiración de Diego Maradona luego de rechazarle una invitación
Santafesino, sobresalió en Independiente antes de jugar y formar familia en un país que tiene 70 días de sol por año y otra cultura; el fin abrupto de su carrera y una iniciativa antiadicciones para chicos
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El termómetro marca un registro bajo cero. Las precipitaciones abundan y el sol escasea. La escarcha es moneda corriente. En Waterloo, al sur de Bruselas, Nicolás Frutos, aquel delantero de melena rubia y 1,92 metros, disfruta de un país que le abrió las puertas en 2006, cuando firmó su contrato con Anderlecht, uno de los clubes más importantes de Bélgica.
Goles, trofeos y reconocimiento se entremezclaron con la aspereza de un clima gélido e intimidante. “Experimenté una ambigüedad de sentimientos entre el amor por un lugar que me dio tanto deportivamente y me trató como si hubiese vivido toda la vida acá, y el espacio de tristeza que se ve reflejado en el clima: la tristeza de lo gris, de la falta de sol. Es un clima muy duro para un latino. Había un contraste tremendo”, expresó Frutos en diálogo con LA NACION.
Fuera de la Argentina, Frutos tocó fondo y también se consagró. En el 2004, después de un paso sin pena ni gloria por Nueva Chicago, el delantero armó las valijas para jugar en Las Palmas, de España. Lejos de sus seres queridos y desencontrado con el gol que, tiempo más tarde, le daría un reconocimiento inusitado en Bélgica, el delantero recibió un llamado de Carlos Ischia, que estaba por asumir en Gimnasia y Esgrima La Plata y pidió por sus servicios. “Al día de hoy me gustaría preguntarle a Carlos por qué me eligió”, aclaró, aún sorprendido por aquel ofrecimiento para volver al fútbol argentino desde España, donde jugaba por Las Palmas. Con el soporte emocional de su papá, Oscar, que le pidió a la distancia que no claudicara, Nicolás aceptó la oferta del Lobo y su carrera se relanzó.

“De los 19 a los 23 años participé en 120 partidos e hice 13 goles; de los 23 a los 28 jugué la misma cantidad de partidos e hice 85 goles. El mismo jugador, la misma persona. La cabeza y el método son todo”, graficó Frutos sobre la confianza que le inyectó Ischia al hacerlo conformar un tridente con Lucas Lobos y Claudio Enría. Posteriormente, su trayectoria siguió en Independiente, para el que hizo tres goles a Racing en un clásico, y culminó en el Anderlecht, donde se propuso conquistar el paladar exquisito de los hinchas.
“Ni mi estilo de juego ni mi capacidad técnica tenían que ver con la historia de Anderlecht. Acá es paladar negro, fútbol champagne y juego de posesión. Yo era un jugador aguerrido y la gente se sintió identificada con el esfuerzo. Fue raro”, explicó Nicolás, que a los 28 años sintió un fuerte impacto al conocer que su carrera se había terminado. Dos cirugías en un tendón de Aquilés le fragilizaron el cuerpo. Se sentó en una camilla, sintió un escalofrío y debió aceptar el diagnóstico. “Tenía que ser de esa manera. Cuando me lo anunciaron... Fue una experiencia de vida”, añadió.

La tristeza de lo gris. El fin de una carrera. Muestras de cariño infinitas. Una señora que le tocó la puerta y lo abrazó, compungida, empatizando con el dolor de un futbolista que se despidió de un modo de vida antes de cumplir 30 años.
Las idas y vueltas del deporte se entremezclaron con el factor social de un país que ve el sol apenas 70 días por año. “No es para cualquiera. Llevo 19 años en Bélgica y recién este último año terminé de adaptarme. Pero no termino de acostumbrarme del todo”, aclaró el actual Head of Football, o director deportivo, del club RAAL La Louvière, un histórico. El argentino se encarga de las decisiones en las ramas masculina y femenina, con el presupuesto más bajo de la segunda categoría.
Ex futbolista, ex manager, ex coordinador de divisiones inferiores, ex director técnico, ex ayudante de campo, ex periodista, creador de un club en la localidad santafesina de El Pozo y de un centro de rehabilitación en la misma provincia, Frutos se define como una persona curiosa. No se encasilla en ninguna profesión. Analiza cada dificultad que debió superar. Una de ellas, el entramado social de Bélgica, el país donde conoció a Marie, su esposa y madre de Milo y Óscar, que se sumaron a Sofía y Alexia, sus hijas.
“Uno encuentra ciertas barreras cuando está en otro país. Aprendí, con el tiempo, que no existen como tales, sino que la barrera para relacionarse en otras culturas es la forma de conectarse, de reírse, de hacer un chiste, de romper el hielo. Hoy, con 43 años, a diferencia de los 24, la edad a la que llegué, no solo entiendo la cultura belga, sino también todas las razas y religiones que existen acá. Hay que tener capacidad de entender con quién está hablando uno como para generar un vínculo”, sostuvo Frutos, que se comunica en francés y tiene conocimientos avanzados de inglés.
Conectarse. Generar un vínculo. Frutos conoce de qué está hablando. En 2013, tras dar un paso al costado como coordinador de las inferiores de Unión, recibió un llamado. Un familiar que vivía en el barrio El Pozo, de las afueras de Santa Fe, le propuso crear una escuelita de fútbol para contención social a 18.000 habitantes. “Es un lugar pequeño en superficie, pero de una densidad demográfica altísima. Me junté con un montón de personas que querían crear una escuela de fútbol y les dije de armar un equipo para la liga santafesina. En octubre empezamos y en enero debutamos”, afirmó.
Entrenador, organizador de equipos, encargado del mantenimiento de las canchas y, sobre todo, interesado en sacar de las drogas a chicos para insertarlos en el deporte, Frutos, en compañía de dos amigos y de Osvaldo Chiarlo (”un genio en la lucha contra las adicciones”), se puso el proyecto al hombro durante dos años. “Viví la maravilla de ayudar en la Argentina sin pedirle nada a nadie. El gobierno nos cedió las tierras para la construcción de las canchitas, pero aclaré desde el principio que el día en que apareciera dinero público yo daría un paso al costado. No quería tener relación con la plata del Estado, con lo político. Santa Fe es una ciudad chica y no quería que la gente dijera «Nicolás Frutos vino a hacer plata». Hoy, gracias a Dios, en ese barrio maravilloso hay un espacio de contención”, añadió quien hasta el día de hoy sigue en contacto con las autoridades del Centro Cultural y Deportivo El Pozo.
El fútbol es su cable a tierra. Sus ratos libres, en Bélgica, son dedicados a analizar partidos y elaborar informes de La Louvière, en el que construyó los cimientos de un equipo que ascendió a la segunda categoría cinco fechas antes de que concluyera el torneo.

Frutos extraña Santa Fe y, sobre todo, la pesca, una actividad que lo marcó en su vida. “Mis viejos se conocieron en un torneo de pesca. Mi abuelo materno era pescador y ellos se cruzaban de jóvenes. En Santa Fe no hay mucha opción: para entrar a la ciudad y salir hay que pasar por un río. Ahí hay que pescar sí o sí”, expresó. Un coterráneo y vecino le insiste constantemente en Bélgica para que se embarque junto a él. “En casa tengo un quincho con parrilla y tomo mate todos los días, pero lo único que no hago es pescar. Acá hay un paisano de La Plata que es pescador. Le gusta la pesca de cualquier tipo, pero a mí me gusta la de río en ciudad... Tengo como un bloqueo que hace que no pueda pescar en Bélgica. Sería como una traición a mi patria”, remarcó.
En su provincia natal comenzó una idolatría a Diego Maradona. Su papá lo llevó en hombros a sus 5 años en medio de una muchedumbre que clamaba por el 10 y la selección argentina: el equipo dirigido por Carlos Bilardo se consagró campeón mundial en México y la semilla que plantó el héroe futbolístico quedó sembrada en la mente de Nicolás. Años más tarde, al recorrer el fútbol profesional, el delantero tuvo la posibilidad de conocer cara a cara a Maradona.
Su momento radiante en Independiente le cumplió el sueño de estar cerca del crack. En el 2005, en el programa La noche del diez, Frutos, su compañero Federico Insúa y un grupo de otros jugadores de la primera A le cantaron a Mardona un tema de homenaje en su estreno como conductor de su ciclo televisivo. “Al tiempo Diego invitó a mí y a Pocho Insúa a jugar fútbol-tenis contra él y [Claudio] Caniggia. Cuando terminó el programa nos invitaron a cenar y le dije que no: al otro día a la mañana me entrenaba, y más allá de la locura por querer comer con él, volví a casa. Yo era el goleador del campeonato”, contó Frutos, aún seguro de aquella decisión. Ante la sorpresa de todos, incluido Maradona, Nicolás se tomó una foto con su ídolo y siguió camino, sin saber que esta determinación iba a despertar orgullo en el propio Diego, desacostumbrado a que le rechazaran una propuesta.

Maradona redobló la apuesta. A unos días de su cumpleaños número 45 le extendió una invitación especial a Nicolás, presente en un festejo al que habían concurrido jugadores de Boca y Argentinos Juniors, más el santafesino y Daniel Tilger. “Me invitó a su cumple por haberle dicho que no. Yo lo hice por el respeto por mi profesión. Si alguien dignificó el ser futbolista, ése fue Diego. Sentí que le habría faltado el respeto si hubiera aceptado ir a comer”, profundizó Frutos.

Maradona arribó al complejo Terrazas del Este, situado en Punta Carrasco, costañera porteña; venía de visitar, para La noche del diez, en helicóptero La Bombonera, que lo había recibido con una pancarta que decía “feliz cumpleaños”. Frenético, auténtico y querido, celebró sus 45 años rodeado por muchas celebridades del espectáculo y colegas de varias partes del mundo. En medio del frenesí, Frutos recibió un grito a la distancia. “Nico, ¡viniste...!”. Era Pelusa, claro. El registro de voz de Frutos al recordar ese encuentro cambia completamente. “Estaba intacto. Impecable. Maravilloso. Sabés lo que me cuesta hablar de él...”, dijo.
“La fiesta fue tremenda. Estaba todo el jetset y yo no entendía nada. Era la primera vez en mi vida que me codeaba con ese sector de la sociedad, que no era aquél del que yo venía. A mí no me gusta molestar a la gente. Tengo un puñadito de fotos con Diego que conservo. Con él compartí muchos momentos y hablamos hasta de nuestros hijos; él entendía lo que era tenerlos lejos por su vida como futbolista. Tuve la posibilidad de reír y llorar con él”, retrató, impulsivo, hasta verborrágico, para graficar su contacto con uno de los jugadores más importantes de la historia.

Nacido y criado en un fútbol argentino tumultuoso e impredecible, desde Bélgica Frutos celebra que la figura del manager esté en crecimiento y piensa que las estructuras “irán desarrollándose” con el tiempo. Centrado en aprender, capacitar y decidir, anhela una revisión en el orden dirigencial de cada club. “Se tiene que rever las estructuras. No digo que pasen a ser una sociedad anónima. Pero hoy en día no se puede aceptar que un presidente asuma, haga un desastre financiero, firme cualquier cosa y los clubes terminen sufriendo esas barrabasadas. Está bueno que se debata, que se intente evolucionar. Somos una potencia en matería deportiva y de contención”, reclamó con firmeza, fruto de la madurez adquirida en un país que la vida y que, entre otras cosas, lo obliga a cortar el diálogo para cenar. A las 18.
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