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Ni el Hulk argentino ni el asesino de Highbury
Vivas debe ser castigado, pero no demonizado; “Me lo merezco”, repite en la intimidad el DT del Pincha, tan visceral como genuino
En aquellos años juntos en Arsenal, al sueco Fredrik Ljungberg se le ocurrió bautizarlo “The kicking machine”. Sí, la máquina de pegar patadas. Podría escribirse un comic entre el asesino de Highbury y la leyenda del Hulk argentino…, o mirar más allá de las descalificaciones. Nelson David Vivas es genuino. Nada justifica sus arrebatos que, por cierto, sólo a él perjudican. Se avergüenza cuando se ve por televisión, sabe que esa imagen recorre el mundo. Hace tiempo que se esfuerza para superar esas reacciones, tanto que el desborde que protagonizó en el estadio Único podría considerarse un avance terapéutico con respecto al hombre desbocado que en 2013 se tomó a golpes con un plateista de Quilmes.
Este Vivas no pasó de los gritos salvajes y, en definitiva, se descargó con los botones de su blanca camisa entallada. Pero claro que se equivocó, desde luego que de reiterar esas actitudes lo asolará el destierro. Pero de ahí a satanizarlo... Bastante tiene con sus demonios internos que le recuerdan a cada instante que se desubicó.
Vivas es tan temperamental como noble. Un tipo intenso sin enemigos. Será sancionado por el Tribunal de Disciplina y está bien, es lo que corresponde. Quizá, también, reciba algunas recriminaciones del club que lo emplea. Él es el conductor del grupo y debe contar hasta mil si es necesario. Pero los límites que él saltó tampoco los cuidaron otros: hoy Vivas es el hazmereír de muchos. ¿Hay que crucificarlo? No, tampoco reducir el episodio a un meme simpático. Cuando lo expulsó el árbitro Silvio Trucco, el entrenador corrió furioso hasta el juez asistente y lo insultó. Y al cuarto árbitro, también. Ni Desábato podía contenerlo. Un mal paso que reclama sanción. Pero los botones y el micrófono por el aire son temas para el diván, convendría no confundirse ni desatar una caza de brujas con Vivas.
“Soy una persona visceral absolutamente. Hoy era mucho lo que se jugaba y las revoluciones quizás estaban mucho más arriba de lo normal. De ninguna manera justifico mi accionar, sé que fue inapropiado. Pido disculpas. Estoy simplemente aclarando lo que pasó. Creí que había sido un claro penal. Después me parecía injusto que me sacaran del campo”, aceptó Vivas. Ocultar el error hubiese sido más grave que el comportamiento mismo.
Rumbo a la Copa del Mundo 2002, amenazó con golpear a Rivaldo en un partido de la selección ante Brasil. En 2003 se enojó con el entonces juvenil Rubens Sambueza porque le tiró un caño en una práctica contra la reserva de River. Ese es el Vivas desbordado. Pero poco se cuenta que de inmediato le pidió disculpas y le exigió a Sambueza que no deje de tirarle caños la próxima vez. Ese también es Vivas.
Obsesivo compulsivo, comenzó terapia cuando dejó de jugar, en 2005, porque el retiro empezó a abrumarlo. “En todas las casas donde estuve rompí puertas”, confesó alguna vez. No es gracioso, y vaya si le trajo dolores en su vida familiar. “Entre los puntos débiles de Estudiantes, está el entrenador. Tenemos un montón de limitaciones y el más limitado de todos soy yo”, le confesaba a la nacion, sin falsa modestia, en octubre del año pasado. Estudiantes lideraba este torneo y no se mareaba. Porque la reprochable furia de Vivas no incluye la necedad. “Me lo merezco”, repite por estas horas cuando el mundo propone su deportación.
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