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Napoli campeón: la ciudad multicultural que intenta cambiar su imagen y que celebró con el fuego azul de los marginales
Con Maradona como estampita sagrada, Nápoles suma la gloria deportiva a un renacer turístico que busca despejar la mala fama
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NÁPOLI, Italia.– El 18 de diciembre de 2022 la selección argentina levantaba la Copa del mundo en Lusail. En ese momento, las entrañas de la ciudad de Nápoles empezaron a rugir, como a sabiendas de que el triunfo de la albiceleste terminaría siendo una premonición. Aquel día, el Vesubio, el volcán que vigila la bahía de la urbe, empezó a cocinar en su magma interior la explosión que toda la aglomeración que está a sus pies llevaba esperando desde el 29 de abril de 1990, día de la victoria del último (y segundo) título italiano con Diego Armando Maradona como capitán y estandarte.
El Diego, que ya había arrastrado a la Selección desde el cielo en diciembre, decidió volver a exhibir su poder desde el más allá. Como el deus ex machina, la entidad divina protagonista de las vueltas de tuerca en la tragedia griega, el que para los argentinos y los napolitanos es el D10S del fútbol decidió intervenir para escribir nuevamente la historia. Si en Buenos Aires esperaron 36 años para volver a ser campeones mundiales, en Nápoles lo hicieron durante 33 primaveras. Unas primaveras cuya mayoría, en realidad, habían sido ásperas y frías como si se tratase de inviernos, especialmente cuando el equipo tuvo que vivir la vergüenza de la Serie B y de la Serie C tras la quiebra económica en el verano de 2004.
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— Patricio Gómez Sánchez (@PatGomezSanchez) May 5, 2023
Nápoles millonaria
El título de una de las obras maestras del dramaturgo Eduardo De Filippo, uno de los próceres literarios más ilustres de la ciudad, es el más indicado para describir la situación actual. Porque la Nápoles de hoy es millonaria en cuanto a alegría, furor, descontrol y pasión. Pero sobre todo se halla más rica que nunca por el boom del turismo que rellena sus calles. Tras una época en la que había sido tachado como un lugar peligroso, la capital del Sur de Italia está hoy viviendo una resurrección de imagen. Una resurrección dibujada perfectamente en los éxitos de su equipo, el equipo del pueblo, el equipo que elige a sus hinchas.
En los últimos 10 años, el Napoli y su ciudad han ido de la mano, participando ambos en la Champions League, tanto a nivel deportivo como de ingresos turísticos. Si hoy en día Nápoles es una de las ciudades más visitadas del Viejo Continente, el representante del deporte más popular ha enamorado a todos los europeos por su juego y por su contundencia. Hacía años que en Italia, la patria del catenaccio, no se imponía un grupo que practicaba un fútbol divertido y alegre. Latinoamericana como ninguna otra ciudad de Europa, la multicolor Nápoles ve a su equipo rugir, reírse y gritar de felicidad. Cosmopolita, la ciudad que siempre encabezó el orgullo de la Italia más vejada ha sido tierra de conquista de culturas distintas: de los fenicios a los normandos, pasando por griegos y los romanos, hasta llegar a los españoles. Una piel de infinitas tonalidades, como las de un equipo en el que están el nigeriano Osimhen, el coreano Kim y un sinfín de distintas etnias, todas ensimismadas con el mismo propósito. Volver a ser campeones era el sueño prohibido, pero terminó siendo realidad. Como en una fábula sin sentido ni guion. Era todo instinto. Improvisación.
De barrio residencial a barrio de lujo
Doscientos cincuenta mil turistas en la ciudad para un fin de semana, con un ingreso de 54 millones de euros. Estas son las cifras de una Nápoles que, además de millonaria, ahora es casi exclusiva. Gunter, un hincha de Argentinos Juniors que ha volado hasta acá desde Valencia para el gran evento: “Sabía que iba a ser ahora y me arriesgué. El pasaje no lo pagué muy caro, pero no encontré alojamiento en Nápoles. Así que estoy parando en Pompeya”. Pompeya se halla a 25 km del estadio Diego Armando Maradona, una distancia que los fieles de la zona suelen recorrer caminando para pedirle la gracia a la Virgen. Un recorrido que ahora es más que nunca emblemático y que muchos harán para hacer una ofrenda a la ‘Madonna’ o para agradecer lo ocurrido. En la tierra donde lo sagrado y lo profano se abrazan como el yin y el yang, el todo y la nada también se enlazan como un novillo. Y la gente que suele vivir lejos de la pulcritud del centro se las ingenia como puede para aprovecharse. El barrio de Fuorigrotta, en el que se halla el estadio Maradona, siempre fue un recoveco residencial. Pero hoy es el ombligo del mundo, el centro neurálgico de la fiesta. Por ello, los que viven alrededor de la cancha han decidido alquilar por AirBnb u otras plataformas una habitación al precio de 500 euros por noche. Hablamos, prácticamente, de una cifra 10 veces superior a la normal. Porque al final el 10 es siempre el número de referencia.
Cinco millones de euros de ganancias globales en pocos días certificaban la unicidad del momento. La unicidad de un evento que una ciudad entera esperaba aguantando el aliento hace demasiado tiempo. Un entremés de 33 años de infiernos y limbos en la urbe más dantesca de Europa.
El grito en la garganta
El domingo 30 de abril estaba todo pintado para que la matemática hiciera mella con la emoción y otorgara el merecido título. Pero otra vez no pudo ser. El alma sufridora del Napoli volvió a manifestarse, apagando el fuego de una ciudad entera lista para la fiesta con un chaparrón de color granate, el color de una Salernitana que impedía victoria y alegría. El grito se quedó en la garganta de más de un millón de personas que parecían haber vuelto a la dimensión de los perdedores. Unos perdedores lindos, pero siempre perdedores. El último kilómetro del maratón era el más duro de todos. El último escalón de la subida al Olimpo parecía derrumbarse debajo de los pies de Prometeo, que había dejado de ser un hombre cualquiera para robar el fuego a los dioses. Y llevarlo a la gente, al pueblo, a los que más lo saben disfrutar, haciendo fogatas para la historia. La historia estaba esperando, unos días más.
Viaje a Ítaca
En realidad, más que a Prometeo este Napoli se parece a Ulises, que sí desafío a los dioses pero no usó la fuerza sino el ingenio. El ingenio de un pueblo que en su vida siempre se las tuvo que arreglar para salir adelante, atando todo con alambre. Y con el sufrimiento incorporado en las entrañas. Si Ulises viajó 20 años para volver a su amada Ítaca, los napolitanos viajaron 33 inviernos en los que buscaron cobijo y un calor que llegaría solamente después de la explosión del volcán vecino. El relámpago de Victor Osimhen desde Lagos, lugar marginal por excelencia, era el detonante de la descarga final de una dinamita en polvo que se desprendía desde el Vesubio. El gol que rompía las nubes en el cielo y desataba la fiesta. Definitiva, comunitaria y final. El viaje a Ítaca había terminado, con el antihéroe que alcanzaba por fin las anheladas costas. Las costas que la sirena Partenope hizo suyas muriendo feliz en una bahía en la cual resonaba una melodía celestial. La de una revancha social y humana. No deportiva.
Diego en el destino
El arquitecto que desde arriba había planificado todo era, obviamente, el principal nexo entre la Argentina y la ciudad napolitana. Aquel Diego Armando Maradona que cinco meses después de la gloria albiceleste en Qatar volvió a bajar del cielo para otorgar el triunfo al otro equipo de su vida. Las calles y las plazas de Nápoles llevan cada día más fuerte y firme su huella, en murales, pancartas y pinturas de cualquier tipo. Una horma imborrable en el alma de todos los napolitanos, incluso los que ni habían nacido cuando Diego hizo que los pobres llegasen a la cumbre, mirando todo el mundo desde arriba. La escalada de una tropa con el 10 indicando la vía con su mano milagrosa, aquella zurda desde siempre revolucionaria. Un equipo hecho por extranjeros, que en Nápoles no se sintieron tales. Porque en la bahía siempre hubo espacio para las mezclas. Griegos, fenicios, romanos, normandos han dejado hoy paso a un nigeriano, un georgiano, un coreano y un kosovar, entre otros. Un caleidoscopio cultural de mil colores, como cantaba Pino Daniele en Napul’è, himno de la ciudad.
Todos, sin embargo, bajo la egida de un argentino, aquel Diez infinito, que supo traer el fuego a los napolitanos. El fuego sagrado de la victoria. De todos los fuegos, El Fuego.
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