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Nació el “scalonismo”: Bilardo, Guardiola y la fórmula del DT para que Argentina juegue para que Messi sea campeón del mundo
Scaloni repartió roles más allá de los nombres, roles que individualmente no podían decir nada, pero que en su conjunto generaban una explosión de fútbol y actitud para conformar un equipo imbatible
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Durante todo el recorrido del ciclo de Lionel Scaloni, daba la impresión de que nada alcanzaba para ser una real medida. No lo fue la final ganada a Brasil por la Copa América en el Maracaná, tampoco los 36 partidos sin conocer la derrota entre Eliminatorias y amistosos, menos la Finalíssima ante Italia (3-0) en Londres. A cada acontecimiento se le daba valor y se les reconocía méritos, pero siempre surgía un “pero…” a la hora de proyectar las ilusiones rumbo al Mundial de Qatar 2022.
Que no jugó contra un europeo de peso, ya que incluso Italia había tenido bajas y lesionados, que la falta de amistosos contra conjuntos del Viejo Continente por las dificultades de los calendarios iba a llevar al equipo a una realidad ficticia, sin tener medidas reales de las potencias como Alemania, Francia, España o Inglaterra. Que el ritmo de juego y la falta de velocidad de los futbolistas argentinos iba a ser un obstáculo para las preparaciones elitistas de Europa, que Scaloni todavía tenía que rendir varias materias y sembraba un interrogante a cada paso. Cada visión podía aportar argumentos válidos, claro. Y justificados. Sin embargo…
Esta selección de Scaloni no quemó etapas. Primero armó un grupo que ya no jugaba para la comodidad de Messi, sino que lo hacía para que el 10 salga campeón. Y en eso tuvo mucho que ver el entrenador, que repartió roles más allá de los nombres, roles que individualmente no podían decir nada, pero que en su conjunto generaban una explosión de fútbol y actitud para conformar un equipo imbatible. Esta selección, conformada en su mayoría por futbolistas argentinos que juegan en Europa, tuvo un gran corazón para equiparar la falta de rodaje colectivo internacional a nivel selección y mostró inteligencia táctica para neutralizar hasta los mejores equipos del planeta.
Fue de menor a mayor en Qatar independientemente de los esquemas y quién jugaba, aun cuando las ausencias podían ser de peso, como Cuti Romero y Paredes, quienes perdieron la titularidad luego de la derrota con Arabia Saudita. Más tarde Lautaro Martínez, uno de los principales goleadores del ciclo. Pero no fue casualidad que, tras el traspié en el debut, fue jugando cada vez mejor. De México a Polonia dio un paso adelante; con Australia mostró autoridad de campeón, con Países Bajos no mereció ir a los penales (duplicó en juego y situaciones de riesgo al equipo de Van Gaal); a Croacia la borró del mapa y a Francia, pese a las adversidades y las genialidades de Mbappé, también la duplicó en chances de gol y en sabiduría colectiva para imponerse sin llegar a los remates desde los once pasos. Ni siquiera debió llegar al alargue para los 120 minutos. “Hicimos un partido completísimo”, dijo Scaloni. Y tuvo razón. Contra Croacia y Francia, la Argentina hubo pasajes de fútbol total.
Lo mejor de la final ante Francia
Entrada la recta final del Mundial, surgieron más inconvenientes: la lesión de un titular como Lo Celso; los retoques en la lista de 26, por lo que quedaron afuera Nicolás González y Joaquín Correa, la falta de ritmo de Cuti Romero y Paredes, la posterior lesión de Di María… Pero encontró el DT soluciones sin cambiar la fisonomía del equipo. Porque Argentina salió campeón del Mundo como fue campeón de América. Jugando bien, buscando ser protagonista y focalizado en armar las mejores sociedades, generando más chances que el rival y defendiendo con criterio; mutando las estrategias según los contextos del rival y los partidos.
Así fue que aparecieron Enzo Fernández, Julián Álvarez, Lisandro Martínez y Alexis Mac Allister. El corazón del mediocampo que había ganado la Copa América con Di María, Paredes, De Paul y Lo Celso sufrió una cirugía, pero en Qatar latió tan fuerte como en Brasil. “Este equipo nunca se da por vencido. Como contra Países Bajos, que nos tocó algo parecido. Pero siempre encontramos respuestas para las adversidades”, contó Scaloni luego del partido.
Y así fue. Rodrigo De Paul se recibió de Burruchaga, con ese juego táctico para ser un pulmón de relevos para todos y potenciar a Messi con su búsqueda constante (y su auxilio); Enzo Fernández jugó como si toda la vida hubiera sido 5; Mac Allister hizo un trabajo silencioso sensacional como mediocampista todo terreno, haciendo todo bien desde la toma de decisiones y ejecuciones.
“El fútbol sudamericano es de primer nivel, por ahí se mal interpretan las palabras cuando dijo Mbappé eso, porque él juega con compañeros sudamericanos y los conoce. Es un tema zanjado. Por una cosa o la otra, Sudamérica no tenía un título hace tiempo en Mundiales, pero no era por el nivel”.
Así como el mejor Barcelona de Guardiola tuvo cosas de la mejor selección argentina de México 86 comandada por Bilardo, esta selección de Scaloni tuvo destellos de un fútbol total moderno: por momentos jugando sin delanteros, a veces moviéndose con línea de 3, cuatro en el fondo o con 5 atrás. Porque para cada película hubo un guion estratégico diferente, pero el mismo espíritu para atacar y defender, donde se sacrificó el “yo” para hablar sólo del “nosotros”. Porque además, así, se destacaron todos, no sólo Messi.
Esta selección se ganó cada voto de ilusión generado en los últimos dos años. No fue nacionalismo ni la proyección de lo que podría llegar a pasar. Fue lo que se veía en el recorrido, la confirmación de un grupo que armó un equipo que casi siempre rindió bien y ya no jugó para Messi. No buscó la forma en que el 10 se sienta cómodo ni potencie su lucimiento personal. El mayor mérito del scalonismo, después de jugar con el corazón en la mano, fue ese: armar el mejor equipo para que Messi sea campeón.
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