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Mundo Guillermo: cómo piensa, entrena y conduce un DT convencido y exigente
Desde los retos a los jugadores en Casa Amarilla hasta el pedido de practicar con la intensidad de los partidos; su relación con los referentes y la necesidad de fomentar la competencia interna
El ánimo se arrastraba por el suelo. Con malos resultados y funcionamientos, el plantel se devoró inesperadamente a Carlos Bianchi , el técnico más idolatrado por el hincha de Boca. Tuvo la espalda más grande del mundo, pero los jugadores nunca respondieron y la última historia del “Virrey” en el club se esfumó con el viento. Llegó Rodolfo Arruabarrena y, con él, una idea clara: la preocupación y ocupación radicaba en resucitar al grupo antes que planificar una mejora futbolística. La herramienta fundamental tuvo nombre y apellido: el profe Gustavo Roberti fue un sostén anímico a base de extensas bromas antes del inicio de las jornadas en Casa Amarilla. De su mano fue habitual observar en los trabajos físicos juegos como el puente chino, carreras, cabalgatas, empujones, montañas humanas y hasta tackles que fueron suturando la herida. Así lo consiguieron. Sin embargo, una vez logrado el bicampeonato a fines del 2015 (el torneo local y la Copa Argentina), la brújula del Vasco no se movió de aquella prioridad ya cumplida y las falencias de su equipo en el campo le dejaron disfrutar apenas el primer encuentro de una Copa Libertadores a la que le había costado demasiado clasificarse: las estadísticas negativas en los clásicos y las dos eliminaciones en seis meses ante River en el plano internacional significaron el despido y otro golpe al grupo.
El Mundo Boca necesitaba otro nombre. Alguien de carácter, más autoritario, exigente y que no pierda de vista ambos aspectos cruciales: el funcionamiento y la unidad del grupo. Daniel Angelici ya lo tenía apuntado cuando a Bianchi se le había terminado su último ciclo: “Mi entrenador siempre fue Guillermo Barros Schelotto ”. Así, con esos objetivos, el Mellizo expuso, en un lapso corto de un ciclo que en menos de un mes cumplirá su primer aniversario, muchos personajes que hacen único a su mundo.
El Lanús de Guillermo se caracterizó por ser ofensivo, jugar con extremos, hacer transiciones rápidas de defensa a ataque y, especialmente, por tener mucho vértigo. Paradójicamente, encontró un Boca que carecía de aquellas virtudes. No tenía estilo, algunos partidos de desarrollo accesible se le escapaban de las manos, le costaba anotar. En palabras simples, no maduraba. La tarea no era sencilla. De la noche a la mañana los Mellizos no podían hacer ningún truco de magia. Mucho menos con el calendario ajustado por jugar la etapa de grupos de la Libertadores. Y por lo tanto, durante el primer semestre el camino más favorable tuvo como mayor protagonista a Javier Valdecantos: puesta a punto de un plantel que no estaba preparado para protagonizar una idea semejante y mientras tanto, en lo futbolístico, sobrevivir hasta el receso.
Sin embargo, para Guillermo eso no significaba paciencia. Sólo a 20 días de hacerse cargo, en la práctica dejó inmortalizada una frase que con el correr de los partidos resultó positiva: “Tienen prohibido tirar centros de mierda, prohibido. Antes de tirar un centro para ver si alguien tiene culo y hace un gol, jugamos para atrás”. Claro que no fue el único grito. La velocidad es un aspecto fundamental en su idea, pero en Boca parecían no entender el concepto. Y Guillermo volvió a explotar para fundamentar por qué lo fue a buscar el presidente: “Hacer las cosas rápido no significa hacer cualquier pelotudez”. Sirvió. La gran mayoría se aggiornó a la idea. El día a día se fue acostumbrando a otros rugidos que se escuchan a dos manzanas aledañas del Complejo Pedro Pompilio: ya no sólo de corrección, sino también de aprobación y satisfacción.
Otros no corrieron la misma suerte por no entender que las prácticas, para Guillermo, son casi sagradas. Federico Carrizo, Andrés Chávez y Sebastián Palacios son ejemplos. El trío de delanteros fastidió, en situaciones distintas, a los Mellizos y, en el caso de Carrizo, también a Carlos Tevez, que no encontró otro remedio que insultarlo para que se despierte ante tantos errores consecutivos. Lo cierto es que, casualidad o no, la realidad de ellos está lejos del club. Al ex Central quieren venderlo. El “Comandante” Chávez milita en el San Pablo, de Brasil, también a préstamo; en Boca no convenció y en la dirigencia piensan ofrecerlo como parte de la compra de Ricardo Centurión, por el cual el club paulista pide más de 6 millones de dólares. El tucumano Palacios, por último, suma minutos en Talleres, pero cuando regrese no será tenido en cuenta.
Si bien Gustavo cree que el protagonista es su hermano, los Barros Schelotto parecen ser uno mismo. La división del trabajo impulsado por los Mellizos es fundamental para ahorrar tiempos. Y ahí, el foco de atención se dirige a los dos. Gustavo, que fue el ayudante de campo de Gregorio Pérez antes de unirse a Guillermo, tiene suficiente experiencia como para especializarse en los trabajos tácticos: se ocupa, de un lado del campo, de los defensores y los volantes centrales. Su método es el diálogo, la explicación más didáctica, volver a remarcar errores y corregirlos sin la necesidad constante de darles la pelota para que lo hagan. Tanto quiere que se capten sus conceptos que hay veces en las que se lo ve corriendo, pizarra en mano, a la par de los jugadores para que entiendan el recorrido que deben hacer, sea para atacar o para retroceder.
Guillermo, en cambio, es mucho más práctico. “¡Vamos a meter más goles!”, grita en la otra mitad del campo, mientras junta a delanteros y mediocampistas con la premisa de llegada al área para que realicen lo que pide en cada partido: posesión en la mitad de la cancha, apertura rápida a los extremos, centro y definición. “Los puntas tienen que pararse en la misma línea que el último defensor, al límite. Y cuando controlan la pelota, ya inclinan el cuerpo hacia delante para superar al marcador con un simple toque. Es importante que ya reciban perfilados para encarar y tirar los centros”, les pide a los wines.
Así es el Mundo Guillermo. Las oportunidades están. Hay que aprovecharlas. Fomenta la competencia y por eso no le molesta al cuerpo técnico tener a disposición más de 30 profesionales. “En un club como Boca tenés que estar siempre con hambre de gloria, tenés que bancarte pelear por un puesto y sobreponerte a la adversidad. En mi época de jugador también era así. Boca es así. Aunque rindas bien, cada seis meses siempre van a llegar refuerzos”, reconoce en la intimidad el DT.
En esa dirección, es fundamental cumplir una de las premisas que se escuchan seguido en Casa Amarilla: “Se juega como se entrena. Quiero verlos entrenar como si fuera un domingo”. Le da mucho valor a los rendimientos en las prácticas y baja el mensaje de que “el puesto de titular se gana en la semana”. Por eso, en medio de la paridad, aún hoy no se sabe quién es su lateral izquierdo preferido: hasta aquí, un día juega el colombiano Fabra, otro Jonathan Silva. Otro puesto que puede entrar en la misma sintonía es el de Nº 9. Los Mellizos están encantados con Benedetto, pero también con Walter Bou. Por eso, Lisandro Magallán, que era en un momento la quinta alternativa como central, hoy parece ganar mucho terreno. Por eso, estuvo 43 partidos para repetir una formación titular. Es cierto que muchas modificaciones fueron condicionadas por lesiones y suspensiones, pero la rotación también fue analizando los rendimientos de cada semana y para que ningún futbolista se sienta “dueño del puesto”.
Las prácticas se hacen duras. “A ver si los de pechera azul traen ganas de entrenarse que el jueves jugamos…”, soltó Guillermo en la práctica del martes 21 de junio, pidiendo más concentración en la previa de las semifinales de la Libertadores 2016, ante Independiente del Valle. La frase tuvo que ver con que Sara le había atajado tres penales, casi consecutivos, a Pérez, Zuqui y Chávez, integrantes del equipo azul, en un táctico que tuvo como atractivo cinco ejecuciones desde los 12 pasos en menos de diez minutos. Y eso molestó bastante al DT. El reto, ese día, también había sido dirigido a Silva, Carrizo, Pavón, Bentancur, Lodeiro, Peruzzi, Palacios, Jara y Bou. En Casa Amarilla se pueden ver patadas, cruces fuertes, algunas miradas desafiantes entre compañeros y hasta encontronazos, como el de hace unos meses entre Magallán y Wilmar Barrios: el colombiano fue a disputar el balón con su agresividad natural (bien entendida) y al zaguero central no le gustó demasiado. Perdió la posición y lo revoleó al piso, al mismo tiempo que el volante central se la devolvió con una pequeña patada. Los Mellizos pararon la práctica, un poco para que todos tomen aire ante tanta intensidad y otro poco para que ambos se calmaran. Guillermo lo pide y sus jugadores le cumplen, más allá de algún inconveniente mínimo y solucionable. “No sirve de nada llegar a la medialuna e intentar un pase imposible. ¿Cuántas veces nos puede salir?”, es otra de las correcciones habituales cuando trabaja tácticamente los ataques respaldados.
Igual, no todo es lo que parece. Guillermo, por encima del personaje del DT, es una persona. No siempre es cara seria y gritos. También se permite otros momentos que para el futbolista son más agradables. A veces, parece un compañero más, un amigo. Se agrega a los cinco o seis que practican tiros desde afuera del área y casi que los desafía. Sus primeros dos intentos provocan las burlas de los demás. Está frío. Luego, recuerda al Guillermo de la 7 en la espalda y empieza a clavar los envíos uno tras otro en los ángulos.
Durante estos once meses tuvo una debilidad y con él se ha puesto el traje de Maestro. Se trata de Cristian Pavón, que utiliza su antiguo número y se mueve por el sector en el que Guillermo solía desempeñarse. Y si hay algo que lo sedujo durante este período al cordobés fue aprender a patear tiros libres. Guillermo lo acompañó en ese aprendizaje y al joven de 21 años no le vino nada mal: se lució con un golazo de tiro libre en el 3-0 ante Belgrano, de Córdoba, por el actual campeonato. También llegó a mostrarle videos de los extremos del Borussia Dortmund dirigido por Klopp en la práctica del retroceso, ya que los Mellizos pretenden que todos ataquen, pero también que todos corran para recuperar cuando se pierde la pelota.
Guillermo entendió lo que sus hombres necesitaban. Por experiencia, su conocimiento del Mundo Boca, y saber apreciar lo que siente el jugador xeneize. Incluso en esas necesidades, se apoya en referentes, como lo hace ahora con Fernando Gago, pero entiende, con su filosofía, que nadie es intocable. Por eso, cuando creyó que Orion y el Cata Díaz no debían ser titulares sólo por sus nombres o trayectorias, no tuvo problemas en prescindir de ellos. Y cuando se dio cuenta de que era imposible convencer a Tevez de que siga seis meses más antes de irse a China, empezó a buscar la forma para que sea el equipo quien reemplace a la figura. El líder es el Mellizo. Con su fuerte personalidad logró armar un grupo fuerte y unido, pero por sobre todas las cosas, un equipo que está mucho más cerca de reflejar su identidad futbolística.
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