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Mundo Chiqui: Barracas Central, el club y la plataforma del próximo mandamás de la AFA
La adopción del nombre de un presidente en ejercicio para denominar una cancha de fútbol registra pocos antecedentes
“Estadio Claudio Chiqui Tapia”. Las letras gruesas de imprenta, rojas sobre fondo blanco, pueden verse desde lejos, al final de la calle Olavarría, justo en el punto donde va a acabar su recorrido, atrapada entre las vías del ferrocarril Belgrano Sur y la continuación de la calle Luna. Debajo se aclara quién es el propietario: “Club Barracas Central”, dice, en cursiva y con trazo más fino.
“Estadio Claudio Chiqui Tapia” vuelve a leerse en el interior, allá arriba, pintado en la pared superior de la nueva platea que da espaldas a Parque Patricios y mira de frente a la Villa 21, la más poblada de la ciudad. Sólo otros dos nombres propios figuran por encima. Pertenecen a dos de los palcos que coronan la tribuna: uno se llama “Julio H. Grondona”; el otro, “Hugo Moyano”. El dato acepta cualquier tipo de lectura simbólica.
La adopción del nombre de un presidente en ejercicio para denominar una cancha de fútbol registra pocos antecedentes, por lo menos en la Argentina. El caso de Fernando Miele, en el Nuevo Gasómetro, es tal vez el más recordado. Y no terminó bien. Pero por el momento, no parece ser el caso del campo barraqueño, el único del país con esa particularidad.
Fue en 2008 cuando una asamblea de socios decidió promover el bautismo para una cancha modesta y barrial que, con anterioridad, nunca había tenido nombre. Claudio Fabián Tapia, la persona que después de más de dos años de provisionalidades y vaivenes será el jefe supremo de la vapuleada AFA post-Grondona, no se opuso, y permitió que se cumpliera la voluntad de unos socios que llevaban ya siete años viéndolo trabajar cada día en las instalaciones del club.
Pero para comenzar a desovillar el hilo de la historia hay que estirar la mirada mucho más atrás en el tiempo. La escala inicial se sitúa a fines de los años 80, cuando un delantero fornido y punzante de apellido Tapia llegó a calzarse la número 9 del equipo de Primera. “Hizo un par de goles, se movía bien, pero duró muy poco. Enseguida se fue a Dock Sud, volvió por unos meses y dejó el fútbol”, recuerdan de manera difusa quienes lo vieron en aquella época amateur de la divisional C.
Fue por entonces cuando nació el amor por Barracas Central de aquel pibe apodado Chiqui nacido en San Juan, muy cerca de la cancha de San Martín. Pasaron varios años. Trabajó de barrendero, se afilió al sindicato de los camioneros, conoció a Paola Moyano (una de las hijas de Hugo, el secretario general del gremio), se casó con ella, y en 2000, en un partido ante Laferrère, aceptó por fin la invitación de algunos socios que le pedían que volviera a acercarse al club. Al año siguiente asumió como presidente, y ahí sigue. Hasta hoy.
El renacimiento rojiblanco
“Barracas creció mucho desde que llegó él. Mejoró todas las instalaciones, las tribunas, hizo canchas nuevas. Antes, cada vez que llovía se inundaba todo; hoy el césped tiene un drenaje igual que cualquiera de las profesionales y no te lo dejan ni pisar”, dice Cristian Gómez, ex jugador de las divisiones inferiores, mientras prepara la mezcla para hacer cemento junto a un escudo rojiblanco pintado en una pared de esa villa donde se asienta buena parte de la parcialidad rojiblanca.
“La diferencia entre lo que era Barracas Central antes de Chiqui y ahora es enorme”, afirma Pablo Yáñez, el Chileno, dueño del bar y restaurante que se abre dentro del Centro de Jubilados ubicado a 50 metros de la cancha. Y agrega: “No sólo ascendió el equipo y lo mantiene en la B Metro, también estuvo un par de veces cerca de la B Nacional, y además están el futsal, el fútbol infantil, la pileta, los quinchos, las parrillas... A mí me viene bárbaro porque casi todos pasan por el bar a comer algo”.
La resurrección de Barracas Central, entidad histórica del fútbol argentino fundada en 1904 (tres años después que River y uno antes que Boca), se asienta en dos pilares: recursos y gestión. Cuando se menciona el primer punto todos señalan hacia el mismo lado: “Y... es pariente de un tipo que maneja mucho dinero”, subraya entre sonrisas Federico Alborno, otro ex jugador habitante de “la 21”. Una evidencia le da parte inequívoca de razón. Desde el mismo día de la llegada de Tapia, el principal auspiciante en la camiseta es la Mutual de Camioneros, y a nadie escapa que Hugo Moyano tuvo una participación activa en el desembarco de Chiqui en el club y todo lo que vino después.
Aunque tampoco se le puede negar capacidad de gestión al futuro presidente de la AFA. Multiplicó los ingresos y los aprovechó de manera conveniente. La platea nueva, por ejemplo, se levantó en buena medida con el dinero proveniente de los derechos de formación de Lucas Barrios, el delantero de la selección paraguaya que surgió de las inferiores y que sin querer fue aportando dólares con sus transferencias por el mundo (Chile, México, Alemania, China...). Un detalle más: en 16 años de gestión nunca hubo conflictos por falta o retraso de pago a ningún jugador. El club cumplió siempre lo que firmó. Y pasó de 500 a 1400 socios en ese tiempo.
“Lo de Chiqui es capacidad, inventiva, cuidado por los detalles y trabajo, muchísimo trabajo”, remarca Guillermo Languenari, hincha de Barracas desde chico y hoy encargado del buffet del club. “Además, nos inculcó a todos el cuidado por el club, en el orden, en la limpieza, en que nadie haga quilombo. Ni en la cancha durante los partidos ni en las fiestas que se organizan en los quinchos. Cuidar la imagen es la manera de atraer nuevos socios y también pibes que quieran jugar acá”. Alborno, diez años arquero en Barracas, desde infantiles hasta el plantel de Primera, confirma la impresión: “La barra recibe entradas gratis, pero nunca reparten muchas. No quieren líos”.
La comprobación in situ del nuevo Barracas Central no es sencilla. El acceso requiere autorización previa del propio Chiqui o de alguno de sus ayudantes más cercanos, pero una vez atravesada la puerta se aprecia que las palabras se basan en hechos. El club luce impecable: bien pintado, limpio, con la hierba de la cancha pareja y reluciente, los vestuarios amplios y cómodos, la pileta en perfecto estado incluso al final de la temporada de verano...
Todo a su debido tiempo
Durante muchos años, Claudio Tapia cultivó el perfil bajo. Hablaba poco, no aparecía en los medios, no llamaba la atención. Y buena parte de sus horas transcurría en el club. “Lo podías ver a cualquier hora”, señala Alborno, “iba a entrenarme a la mañana y estaba; iba a la tarde y estaba. Siempre saludaba, siempre fue muy amable”. Y aunque su contacto con el club se mantiene, a medida que su trascendencia fue en aumento, necesariamente se fue alejando de Olavarría y Luna. “Pero viene mucho, y seguro que seguirá viniendo, aunque tendrá que delegar obligaciones”, añade Languenari.
Pero el manejo de los tiempos es, justamente, una de las cualidades que más destacan quienes conocen de cerca al futuro capo del fútbol argentino. La pizzería Las Palmas, en la esquina de las avenidas Vélez Sarsfield y Caseros, es un núcleo tradicional de los hinchas barraqueños. Ahí, los viejos simpatizantes recuerdan que el club jugó ante Argentino de Rosario la final por el ascenso a la B Metro en 2003, “pero no era el momento de subir, hubiéramos descendido enseguida. Fue mucho mejor esperar hasta 2010”.
El futuro augura un crecimiento sostenido. El club ganará terrenos junto a las vías gracias a un acuerdo con el Gobierno de la Ciudad. Los edificios del Plan Procrear que ya se levantan a espaldas de la cancha aseguran 10.000 nuevos habitantes en la zona, potenciales socios e hinchas del equipo “camionero”. Y el sueño de llegar a la B Nacional bulle cada vez más fuerte en la cabeza de cada integrante de la entidad.
Tal vez por entonces, a los socios de Barracas Central les llegue el momento de evaluar si las tribunas y las letras del Estadio Claudio Chiqui Tapia continúan teniendo el tamaño apropiado.
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