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Mundial Qatar 2022: tenemos que darlo vuelta, el tema es cómo procesar la derrota
Pasa en la cancha y pasa en la vida. ¿Qué enseñanzas nos deja el deporte para sobreponernos a las dificultades?
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Arrancó el Mundial. Si tuviste suerte conseguiste una panadería abierta para disfrutar el partido con un café o un mate. Terminó el primer tiempo 1 a 0 (pero podría haber terminado 4 a 0). La sensación es que en el segundo se viene la goleada esperada. Sólo es cuestión de que Lio se lustre un poco el botín. Comienza el segundo tiempo y viene el sopapo del primer gol de Arabia Saudita. Bueno, no pasa nada, esto se recupera y hay tiempo. A los pocos minutos, el 10 de ellos la para en el borde del área, engancha y saca un zapatazo inatajable que se clava en el ángulo. Estamos perdiendo contra Arabia Saudita, el segundo peor equipo en coeficiente FIFA de todo el Mundial. Estamos perdiendo contra Arabia Saudita, todos sus jugadores juegan en la liga de ese país, periférica en el universo global de este deporte. La diferencia era abismal.
El shock es total. Pero la esperanza está intacta. Hasta que ni los abultados minutos adicionados nos traen el gol. ¿Qué nos pasó? ¿Y las decenas de partidos invictos?
La derrota, la terrible derrota, introdujo su daga en nuestra humanidad. Dejó a un país mudo.
¿Qué es lo que pasa en el cerebro cuando sucede algo que no esperamos para nada?
Orgánicamente, el cerebro es meramente predictivo, es decir, su función es anticipar con el menor rango de error posible lo que va a suceder. Las experiencias previas nos sirven para realizar esa función. Para eso, el cerebro utiliza mapas mentales, creencias, imaginación, deseos y el entendimiento de cómo funcionan algunas cosas.
¿Por qué se la pasa prediciendo? Porque tiene que ajustar a los órganos para lo que va a suceder. Precisa anticiparse. No es lo mismo si vamos a comer, si vamos a dormir, si alguien nos ataca o si vamos a disfrutar. La predicción va generando un estado interno fisiológico particular. Y esto se aplica también a los proyectos de la vida.
El problema se da cuando la vida o Arabia Saudita nos abofetean. La diferencia entre las personas que se recuperan rápido de estas situaciones y las que quedan atrapadas con los sucesos negativos inesperados radica en algunas cualidades internas, que a veces vienen adquiridas y, a veces, se pueden adquirir y entrenar. Este grupo humano en concreto como un todo no tenía muchas experiencias profundas de haber estado abajo en el resultado y mucho menos con el dramatismo de una Copa del Mundo. Venía de una racha magnífica. Caer desde lo alto duele mucho más.
En la vida y en el fútbol, entrenarnos para sobrellevar las derrotas es clave. Caso contrario, nos absorbe el agujero de la depresión. Caer es parte del camino. Todos caemos. Nada enseña como el dolor cuando se lo supera.
En buena medida, un deportista profesional es aquel que no se hunde ante el fracaso temporal, porque tiene ejercitada su resiliencia. Su autoestima le permite, aún en medio de la oscuridad, reconocer que puede iluminar aquel túnel gris. Y claro, los directores técnicos son artesanos expertos que tejen alternativas frente a estas adversidades.
Una de las primeras cosas que se precisan ante el shock de lo inesperado es aceptar lo más rápido posible la pérdida. Cuando acepto lo peor, empieza lo mejor. Cuando asumo lo que sucedió, puedo concentrarme con mayor claridad en ver como seguir la vida para delante, y aquí es clave no quedar empantanado en la pregunta ¿por qué me pasó esto? Revisar rápido lo que sucedió y pensar puede servirnos para no repetir como tontos o para no usar estrategias como tirar pelotazos al área sin que haya nadie. Pero hundirnos en el análisis infecundo puede ser el fin. El estrés se alimenta de esa rumiación en loop que sólo nos lleva a cavar aún más el pozo.
El asunto es que los por qué una vez finalizado el partido nos llevan automáticamente al pasado. Nos activa una red del cerebro que actúa en piloto automático y, muchas veces, es adicta al drama personal. De allí surgen pensamientos rumiantes y catastróficos que pueden llevar a un estado de parálisis del ser. Debemos esquivar la tentación de entrar en el laberinto del porqué. Enfocarse en qué es lo mejor que se puede hacer con esta situación.
Hay equipos que aún perdiendo nos dan la percepción de que lo darán vuelta. Esa autoconfianza ante la derrota es crucial.
El ego es un obstáculo. Cuando estamos parados en el orgullo nos cuesta reconocer que estábamos equivocados y que tenemos que cambiar nuestra forma de pensar y percibir. Algo de eso nos pasó en el segundo tiempo, quizás, en el que chocamos como olas contra una escollera durante más de media hora. Parecíamos manejados por el dolor más que por las ideas. Tirábamos centros y cabeceaba Messi. No parece el mejor camino.
Volvernos más flexibles mentalmente se vuelve una herramienta de supervivencia fundamental para salir de las crisis.
En efecto, cuando nos convencemos mucho de que algo va a suceder de alguna forma y eso no ocurre, cuesta más eliminar ese mapa mental para adaptarnos rápidamente a un nuevo escenario. Nadie se imaginó que Arabia iba a ser un problema y lo fue. De la misma manera nos sorprende la vida muchas veces. Y una vez que se activa el miedo a perder, se activan también descontroladas las amígdalas cerebrales liberando un torrente de neurotransmisores que producen un frío helado que recorre músculos y huesos. Este centro cerebral es el encargado de la respuesta al miedo, el que nos manda a luchar o huir. Y el miedo a perder la puede activar generando una parálisis desesperante. Esto es algo para tener en cuenta en la cancha y en la vida.
Volver a empezar es parte de la capacidad de dar vuelta partidos. Si uno se refriega en que las cosas no han salido como estaba planeado, pues sólo se hunde en el fango. Conectar con el espíritu de lucha y sacar lo mejor es clave.
En este “botiquín” de recursos de supervivencia interior, son esenciales dos remedios. Por un lado, el humor que nos ayuda a desdramatizar las situaciones (la alegría es amiga de la esperanza) y, por el otro, el poder apoyarnos en nuestros seres queridos admitiendo nuestra vulnerabilidad. No por nada, Scaloni abrió la concentración a las familias después de la derrota. Nuestros lazos íntimos nos salvan.
Las expectativas embelesadas que nos generamos son, en ocasiones, nuestra propia trampa. Tal vez, eso nos jugó una mala pasada en el primer partido.
Con México podemos tejer una nueva historia. El empate entre esa selección y Polonia nos dio nuevas y preciosas oportunidades.
El grupo está abierto. Dependemos, en buena medida, de nosotros mismos. Caímos y dolió. Esta vez, podemos hacerlo mejor.
Joaquín Grehan es médico, especialista en medicina del Estrés. Nicolás José Isola es filósofo, PhD, coach ejecutivo y especialista en Storytelling.
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