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Mundial Qatar 2022: la decepción de diez mil peruanos tras quedarse afuera del Mundial en la definición por penales
La Blanquirroja fue local en Al Rayyan, pero no pudo conseguir el pasaje a Qatar 2022
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DOHA.- Andrew Redmayne bailotea sobre la línea del arco. Es el séptimo penal de Perú. Alex Valera tiene que anotar para mantener a su equipo en el camino a Qatar 2022. Duda. Se decide por su palo izquierdo. Pero la pelota encuentra el cuerpo del barbudo arquero oceánico, que corre festejando casi sin poder creer lo que acaba de hacer. Había ingresado hacía unos pocos minutos en reemplazo del arquero titular, Matthew Ryan. Había ingresado para tapar penales. Había entrado para clasificar a Australia al Mundial. Y lo logró.
Los futbolistas peruanos se resisten a abandonar la cancha. Miran para los cuatro puntos cardinales. Buscan explicaciones. Se reflota un tenue “Oh, soy peruano, es un sentimiento, no puedo parar”. Los hinchas también han dejado todo desde la platea. Simplemente, no era el día. No tenía que ser. La Blanquirroja va a hacia donde están los suyos. “Olé, olé... cada día te quiero más, yo soy peruano, es un sentimiento, no puedo parar”. Es un cariño para un equipo que no tuvo un buen partido ante Australia. Los jugadores dan media vuelta y enfilan hacia el vestuario. Advíncula se tapa el rostro, desconsolado. Zambrano, su compañero en Boca, tiene los brazos en la cintura. Se arma una fila india hacia los camarines. Es el lamento peruano.
De la alegría a la decepción
“Ooohhh vamos los peruanos, que esta noche, tenemos que ganar”. Después del “uhhh” por el bombazo en el palo de Edison Flores, la tribuna peruana explota. Saca un grito pelado de donde parece no quedar más voz. Siente que es el momento. Van 109 minutos de un partido monótono, un electrocardiograma plano que, sin embargo, no es apto para cardíacos por todo lo que está en juego. Un pasaje, el penúltimo, al Mundial que se jugará aquí mismo dentro de cinco meses. Por primera vez en la noche, los diez mil peruanos cantan al unísono. Todos. Porque el equipo también muestra algo de ese carácter que siempre tuvo. Pelea adentro de la cancha e intenta sobreponerse a un durísimo rival como Australia.
Las piernas de los futbolistas no dan más. Se cae Christian Cueva y piden la camilla. Gianluca Lapadula ya no corre. Renato Tapia se acomoda las medias buscando aire. Retumban los bombos, que llevan más de cuatro horas de percusión continuada. Es el último esfuerzo y al partido le quedan cinco minutos. De lo contrario, todo se decidirá en la definición por penales. Eso que algunos llaman “lotería” y que funciona como el tie-break del tenis: encontrar un ganador cuando todo está igualado.
En la hora y media de partido, Perú y Australia no se lastimaron. Todo fue a los 12 pasos. “Vamos, Gallese”, alentaron los peruanos a su arquero y capitán, el hombre que tenía la chance de convertirse en héroe si lograba guiar a su selección a otro torneo ecuménico. Por primera vez, calma en la platea peruana. Una tensa calma que precedía a la definición. Martin Boyle se abraza con Andrew Redmayne, el arquero que ingresó casi al final del alargue con un sólo trabajo: atajar penales. Perú es un racimo de futbolistas. No está Gareca. Se abrazan todos. ¡Y Gallese tapa el primer penal!
Pero la fiesta completa es australiana. Redmayne, el arquero bailarín, acierta la dirección del tiro de Varela. Perú se queda afuera de Qatar 2022. No hay consuelo para Advíncula, que erró su disparo. Tampoco para el hombre que acaba de fallar. Por primera vez en la noche, los australianos celebran. Cantan. Terminó la tensión.
Una peregrinación sin premio
Perú vino a Qatar por un lugar en el Mundial. Sus hinchas acompañaron como si fuera una procesión a La Meca. Cerca de diez mil personas se vistieron con la camiseta blanquirroja y alentaron durante los 120 minutos que duró el partido en el estadio Al Rayyan. El equipo de Ricardo Gareca volvió a ser local fuera de Lima, y superó por amplio margen a Australia en cantidad de gente. Incluso los gritos peruanos fueron más potentes que la voz del estadio, equipada con la última tecnología. La pasión, a veces, puede con cualquier máquina.
Hubo bombos, bocinas, banderas, como esa que apareció antes del comienzo del encuentro: “Siempre en las buenas. En las malas, mucho más. La Franja”. Perú se jugaba estar en su segundo Mundial consecutivo, algo que sólo había ocurrido una vez en toda la historia: 1978 (Argentina) y 1982 (España). Pero, además, lo hacía con un grupo de trabajo que lleva siete años y que comanda el entrenador argentino Ricardo Gareca. El peso específico de sus éxitos (armar un grupo por encima de las individualidades y convencerlo de que puede ganar) hace que en Lima lo reverencien cada vez que habla. Y que pueda darse ciertos lujos, como dedicarle varios minutos a la política deportiva de aquel país.
La peregrinación peruana a Al Rayyan comenzó varias horas antes de partido. Fue, en realidad, un apoyo en continuado que había comenzado en la noche del domingo, con el banderazo en el hotel de concentración que emocionó tanto al cuerpo técnico como a los futbolistas. Las cercanías del estadio, que en el atardecer mostró una animación de la bandera de Qatar en su exterior, comenzaron a teñirse de blanco y de rojo. El destino: idénticos colores de la bandera del emirato. Así, Perú se sintió como en su casa desde que aterrizó en aeropuerto internacional de Hamad. Arropado. Querido. Cerca de su gente.
Esa gente aprovechó uno de los tantos lugares abiertos destinados a los hinchas en los accesos al estadio para comenzar con la previa. Fue una recreación de lo que había ocurrido el domingo, un puñado de horas antes. Sin nombres propios, pero con las mismas canciones de la hinchada que fueron un hit en la concentración, los peruanos se convencieron de que era su noche. De que podían. El mismo mensaje que Gareca les transmite a sus jugadores parecía haberles llegado a sus hinchas. A ese nivel llega la reverencia por un entrenador que hizo historia.
Dos horas antes del partido, las puertas del coliseo qatarí se abrieron. Poco a poco, la platea reservada a los hinchas de la Blanquirroja se fue rellenando. Todo, a un ritmo cansino. Al estadio se accede en auto, colectivo o tren. Los tres medios de transporte sirvieron para que la marea blanquirroja llegara a este recinto, que estuvo ocupado en un 50 por ciento y que, pese a los 32 grados de temperatura en su exterior, a la hora del comienzo del encuentro el termómetro marcaba 19,2 grados en el campo de juego. Ese terreno en el que Australia celebró su clasificación a Qatar y Perú lamentó el adiós al sueño mundialista.
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