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Mundial de Clubes: la historia de Emiliano Díaz, el hijo de Ramón, de recibir duras críticas a ser el cerebro de la picardía
El equipo del Pelado se cita este sábado en la finalísima con Real Madrid; detrás de su carisma, asoma un joven asistente que se convirtió en un imprescindible
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Para contar la historia completa (o unos párrafos centrales, que definen al personaje y las idas y vueltas de la vida), hay que viajar en el tiempo. Mayo de 2008, San Lorenzo. Una eliminación en la Copa Libertadores frente a Liga Deportiva Universitaria desató un pequeño gran escándalo. Ramón Díaz, un hábil conductor, había salido campeón del Clausura 2007 con un equipo de colección: Lavezzi, Silvera y Gata Fernández, en el ataque. Había enamorado a los hinchas del Ciclón, como largos años antes había conquistado a los simpatizantes de River, su club, su vida.
Con el transcurrir del tiempo, como sucede en algunas entidades que se consolidan con un protagonista fuerte para seguir escribiendo la historia grande, Ramón ocupó otros sectores, no solo el de la dirección técnica. Suele ocurrir en múltiples casos: decisiones en la estructura global del club, en el estadio, en los refuerzos, en las divisiones menores. Un gran capitán. Esa eliminación confirmó lo que se comentaba en los pasillos: algo andaba mal entre los referentes y el cuerpo técnico. Ramón sacó del equipo a Agustín Orion y fue el principio del fin de esa etapa en San Lorenzo. En el medio, supuestas discusiones por premios y, sobre todo, la inclusión en el plantel de Emiliano y Michael, sus hijos, que abrieron un debate.
Decía por esos días Orion, envuelto en cólera con el DT: “Ha modificado cosas del trato diario después de salir campeón. En su momento se lo manifestamos a sus colaboradores y el grupo no ha tomado bien ciertas cosas. Creo que la responsabilidad es pura y exclusiva del presidente y la comisión directiva; a nosotros no nos incumbe los jugadores que llegan, tratamos de recibirlos de la mejor manera, pero es un poco difícil estar en el vestuario con los hijos del técnico”.
Y fue más allá: “Las diferencias ya estaban con el plantel y se dijeron muchas cosas; algunas fueron verdad, otras mentira, pero lo único que importa es el club. Gane o salga campeón, creo que por ahí hay personas que no pusieron lo mejor de sí para que San Lorenzo ganara. Vamos a buscar la gloria a pesar de todo, al margen de cualquier disputa y cualquier persona del club”, decía. Emiliano, el Tano, nacido en Nápoles hoy hace 39 años, se sintió señalado. Jugó en All Boys, en Guaraní: su carrera duró menos de una década.
Siempre fue señalado, hasta burlado, por aquella vieja historia (le ocurre a muchos) de ser el “hijo de...” Soportó el escenario, se corrió a un costado. Se preparó, estudió. Se capacitó: le gusta el fútbol casi tanto, casi, como a su padre. Ramón, que en su momento le contestó a Orion con vehemencia, en una de las polémicas que ya son parte de la nostalgia de su maravillosa carrera, también debió acallar voces maliciosas. “Sale campeón porque tiene jugadores de calidad”, solían acusarlo. Le fue bien en la mayoría de los destinos: River, San Lorenzo, Arabia Saudita. Dirigió el seleccionado de Paraguay. Y a los 63 años, está en la cúspide del mundo del fútbol. O a solo 90 minutos de conseguirlo.
Al-Hilal, el equipo que dirige, de Arabia Saudita, superó por 3 a 2 a Flamengo en la semifinal del Mundial de Clubes y este sábado, desde las 16, en Rabat, Marruecos, se cita con Real Madrid por la verdadera gloria eterna. “Estoy feliz, porque mis jugadores han venido haciendo un gran esfuerzo. Contamos con un gran plantel, jugadores muy talentosos y que confían mucho en ellos mismos”, dice Ramón, que salta como un niño y se abraza con su grupo de trabajo.
Emiliano, primero. El Malevo Ferreyra, segundo, viejo compañero de River y San Lorenzo. Y Juan Romanazzi y Damián Paz, encargados de los videos. Emiliano es el cerebro, Ramón, la picardía. Nunca la perdió, más allá de su habitual capacidad de estratega y su impronta con los cambios. Aquella imagen, en la que Enzo Francescoli lo contradijo por el cambio de Ariel Ortega, que no quería salir, pertenece a la prehistoria. Era un técnico joven, rodeado de pesos pesados. “¡Hijo de p...”, decía después Ramón, entre risas, por un golazo del Burrito.
Emiliano es mucho más que su hijo o la mano derecha. En River, Paraguay, Arabia Saudita, Emiratos Árabes o el destino exótico en el que aterricen. Tal vez, una vuelta al Monumental, nunca se sabe. “Me sorprendió la tarea que está realizando Emiliano; está muy metido, es de analizar todo: desde los partidos hasta las pequeñas cosas que van pasando en cada uno de los entrenamientos”, contaba Ramón, tiempo atrás. Cuando arrancó su carrera como técnico, Ramón se apoyó en Omar Labruna como colaborador; pasó Sebastián Rambert y, desde hace largos años, confía en Emiliano.
En el día a día, es un imprescindible. Analiza los partidos anteriores, pasa los informes del equipo rival, lleva las estadísticas y se especializa en la pelota parada. La injerencia en la táctica, en cambio, es poca: ahí es cauteloso al momento de opinar y, aunque tiene participación directa, quien elige y resuelve es Ramón. Entre los técnicos argentinos que más los seducen suelen estar Ricardo Gareca y Tata Martino.
En su Instagram, repite imágenes y sentencias. Emociones compartidas con su padre (pasa más tiempo a su lado que en su infancia) y frases como “Nunca mucho costó poco”, “Creer” y “Lo mejor está por venir”. La cúspide de la emoción fue el título local conseguido con Ramón en River, después del abismo. Mayo de 2014: algo así como el prólogo de la exitosa etapa de Marcelo Gallardo. Fue una explosión de felicidad que excedió el marco de un campeonato.
De todos modos, siempre debió estar a la defensiva Emiliano. Años después de la inesperada salida del Monumental, contaba: “Si no salíamos campeones en el 2014 con River, Ramón me echaba. Si no conseguís resultados rápido, Ramón cambia. No le importa que seas su hijo, quiere ganar. Es un objetivo que está pactado con Ramón y mi gente largarme sólo como entrenador. No tengo duda de que lo voy a hacer”.
Seguramente, en un futuro lejano. Y fue más allá, al cicatrizar ciertas heridas: “Entiendo por qué se fue Ramón, soy padre. Si a mi hijo le dicen las cosas que me decían a mí, yo salgo a matar gente”. Más allá del exabrupto, confesaba: “Como jugador no estaba a la altura de los clubes que me tocó estar como River y San Lorenzo. Estaba para un nivel más bajo como futbolista”. Esa autocrítica siempre la tiene presente. Por eso, rápidamente largó todo. Y empezó a construir su historia desde el otro lado del mostrador. “Flamengo se sorprendió de nuestra calidad y de lo preparados que estábamos mental y estratégicamente. No esperaban que cambiaríamos nuestro esquema de un 4-3-3 a un 4-4-1-1, con Luciano Vietto como centrocampista ofensivo. Estuvo brillante”, explicaba el Pelado, siempre sonriente. Bastante de esa planificación tiene que ver Emiliano.
Son el uno para el otro. Se complementan, se apoyan, más allá del afecto. Recordaba, tiempo atrás, la traumática salida de River, con una sentencia que los define: “La decisión de irnos la tomó Ramón, fue una de las pocas cosas que nunca me preguntó. No lo hubiera convencido de seguir, porque confío en ese instinto que tiene él y gracias a eso pudimos hacer la carrera que vino después. Le tengo que agradecer la decisión que tomó mi viejo. El dueño de la verdad es el tiempo. Haber estado tantos años al lado suyo y haber transitado lo que sucedió, es muy bueno. No me siento ayudante de campo, yo trabajo con Ramón”.
Ese trabajo los llevó a la cima del mundo. Real Madrid es la próxima estación, después de las burlas, tanta desconfianza, una fría venganza personal.
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