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Mundial 2022: el Gran Satán venció al Eje del Mal en el partido más politizado de Qatar
Estados Unidos venció por 1-0 a Irán y lo eliminó de la Copa del Mundo, en un encuentro con ribetes que exceden largamente el aspecto deportivo, con una altísima carga de tensión
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DOHA.– Ninguno de los jugadores de Estados Unidos e Irán que se enfrentaron anoche en el Estadio Al Thumama había nacido en noviembre de 1979, cuando estudiantes iraníes asaltaron la Embajada de Estados Unidos en Teherán. La toma, que fue cine, libro, y duró 444 días, era citada estas horas casi como inicio de la crisis entre ambos países. Irán, sin embargo, recuerda que Washington había derrocado en 1953 al primer ministro Mohammad Mossadegh, elegido democráticamente, e impuso el gobierno monárquico del Sha Mohammad Reza Pahlavi, a quien refugió luego, cuando en 1979 estalló la Revolución Islámica. Dos operaciones de rescate terminaron en fracaso e influyeron en la derrota electoral del año siguiente de Jimmy Carter ante Ronald Reagan. La primera misión (Desert One) terminó con ocho muertos. En la segunda, un avión del Ejército debía aterrizar en el estadio histórico de Amjadiyeh, cercano a la Embajada. La operación se llamó “Deporte Creíble”.
Deporte creíble, polémicas finales incluidas, hubo justamente anoche. El estadio fue una caldera. Vuvuzelas permanentes. Coros de “Irán, Irán” y de “U-S-A”. Ambiente ensordecedor pese a los claros. Poca protesta política afuera del estadio. Un ritmo por momentos infernal adentro. Lógico para dos selecciones que, mucho más allá de la geopolítica, se jugaban su clasificación a segunda rueda. Más cómodo en su rol de superpotencia, Estados Unidos ganó 1-0. Jugó sabiendo que la presión mayor era ajena. Los pobres jugadores iraníes fueron acusados por manifestantes de su país como si fueran cómplices del gobierno de Ebrahim Raisi, el presidente que reprimió con sangre las protestas por la muerte de Mahsa Amini, la joven de 22 años detenida por la policía moral por llevar mal puesto el hiyab. En su debut, no cantaron el himno. Fueron humillados 6-2 por Inglaterra. Sí lo hicieron luego en el resonante triunfo 2-0 contra Gales y también anoche contra Estados Unidos, aunque la CNN (“propaganda occidental”, según Irán) aseguró que el gobierno de Teherán los amenazó con “cárcel o tortura” si no lo hacían. Como sea, esos jugadores fueron mucho más “valientes” que los de selecciones occidentales que evitaron finalmente gestos de protesta amenazados no por un gobierno, sino por la FIFA. “El contraste”, escribió The Atlantic, “fue aleccionador”.
El día previo, periodistas iraníes, indignados porque solo sus jugadores recibían preguntas políticas, preguntaron a los de Estados Unidos por Black Lives Matter, la protesta por la represión policial contra ciudadanos negros en su país, que inspira aun hoy aquí en Qatar la rodilla en tierra de los jugadores ingleses. Otro periodista preguntó qué significa representar a un país (Estados Unidos) que vive en estado permanente de guerra. Medio Oriente, víctima directa de ello, es ahora territorio de este Mundial inédito. Tal vez por eso no encontré anoche casi ningún hincha, salvo los propios, que quisiera el triunfo de Estados Unidos. Desde Imad, el padre que va al estadio con sus cinco hijos, todos con camiseta de Palestina, hasta los trabajadores de una petroquímica. Paquistaníes ellos, como el ex astro del cricket Imran Khan, premier democrático derrocado en abril pasado. Khan, que había coqueteado con Rusia, acusa de su caída a Estados Unidos.
“It’s called soccer!. It’s called soccer!” (Se dice soccer). El canto había sonado el viernes en el estadio Al Bayt. Eran hinchas estadounidenses orgullosos de su selección, que terminaba dando una lección de juego asociado a Inglaterra, “padre creador” del “football”. Anoche, Estados Unidos le ganó bien a Irán, aunque cayó mucho en el segundo tiempo. Jugó con la formación más joven en lo que va del Mundial, con once jugadores que actúan en Europa, y un equipo que promete dar batalla en la próxima Copa de 2026 en su tierra, donde el fútbol ya supera al hockey sobre hielo. En tiempos de Guerra Fría, nada atraía más morbo en el deporte de Estados Unidos que cualquier confrontación contra la Unión Soviética. “Mundo Libre vs Comunismo”. Anoche fue “El Gran Satán” (así llamó la Revolución Islámica a Estados Unidos) versus “El Eje del Mal” (George Bush bautizó así a Irán, Irak y Corea del Norte). Fue el partido más politizado en el Mundial más politizado de la FIFA. También uno de los más intensos.
En la previa, indignado porque Estados Unidos recortó el símbolo de Alá de su bandera islámica, Irán pidió sanciones que la FIFA del suizo Gianni Infantino, “árabe” autopercibido él, pero no tonto, desoyó. Fútbol y Estado, política y religión, van de la mano en Irán. Como casi todo. Su prensa acusó a Occidente de “presión sicológica” para dañar ya no a la selección, sino a la Revolución Islámica. Aquel estadio de Teherán que Washington quiso utilizar en 1980 para recuperar su embajada se llama hoy Shahid Alí Akbar Shiroodi, piloto de helicóptero Cobra que murió en la guerra contra Irak. Su selección, reclamos finales incluidos, luchó hasta el minuto final. La fiesta terminó siendo del “Gran Satán”. En pleno partido de anoche, se anunció que Estados Unidos cerró una venta multimillonaria de armas con Qatar. “Lo hicieron”, felicitó al equipo Joe Biden en un mitín en Michigan, apenas concretado el triunfo. El presidente de Estados Unidos cerró feliz: “Dios los ama”. Y gritó con sus seguidores: “¡U-S-A, U-S-A!”.
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