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Moyano, Tinelli y cuando el fútbol termina siendo un búmeran
Hugo Moyano tal vez desconoce la historia de James Walsh. Fue el presidente del primer club profesional, que en 1879 avisó a las clases altas británicas, dueñas del juego, que también los obreros tenían derecho a jugar al fútbol. Patrón de una fábrica textil en Lancashire, norte de Inglaterra, Walsh impulsó a sus obreros-jugadores para que Darwen FC compitiera contra los niños ricos de Eton. Pagó inclusive dinero secreto para fichar a Frank Suter, hábil albañil escocés, señalado como el primer futbolista profesional de la historia. Pero ese mismo año Walsh debió recortar salarios en la fábrica. Los obreros, varios de ellos, compañeros de equipo de Suter, se negaron a seguir jugando, decretaron huelga y, como contó con alguna licencia The English game (serie de Netflix de 2020), casi quemaron vivo a Walsh dentro de su mansión.
El fútbol comenzó a atraer multitudes. Sin dinero, los trabajadores de municiones que en 1866 habían fundado Arsenal se vieron obligados a vender el equipo a Henry Norris, alcalde de Fulham y dueño también del club homónimo. Los textos suelen describir cierto espíritu noble en la historia de Arsenal. Pero Norris, que primero mudó al club al norte de Londres, usó luego “tácticas de matón”, conexiones políticas y dineros generosos para subirlo a la primera categoría. Norris mejoró su reputación tras su rol en la Primera Guerra Mundial (ganó título de “sir” y fue diputado conservador). Pero su desesperación por sacar campeón a Arsenal volvió a traicionarlo. Lo acusaron de fichajes ilegales, de haber usado dineros del club y de haber ordenado a sus jugadores que fueran a menos para perjudicar al odiado Tottenham. Terminó expulsado del fútbol.
También Independiente debe su origen a una rebelión, la de empleados menores, vendedores y cadetes de la gran tienda A la Ciudad de Londres (Perú y Avenida de Mayo). Enojados, formaron un club “independiente”. Setenta años después se convirtió en el “Rey de Copas”. Siete Libertadores. Gloria y ocaso. Fichajes millonarios y ruinosos para mejorar al equipo, favorecer al DT y a su representante o para hacer negocios por izquierda. O por ineptitud. Millones para un estadio nuevo. Caída a la B. Y así como Gonzalo Verón reclama hoy una deuda insólita de 4,8 millones de dólares, aquí fue Luciano Leguizamón, otro negocio ruinoso para el club (16 partidos, un gol), el que embargó las copas sagradas para que le pagaran la deuda. Fue demasiado para el presidente Javier Cantero, el hombre que había asumido combatiendo a la barra de Bebote y terminó pidiéndole dinero a Moyano para evitar la quiebra.
Todos los clubes son plataforma para algo más que fútbol. Desde el Alem de la primera C dominado por su dirigencia-barra, hasta el Boca exitoso que catapultó a Mauricio Macri al sillón de la Casa Rosada. Lo mismo hizo Silvio Berlusconi con Milan. Florentino Pérez agigantó negocios como presidente eterno de Real Madrid. En Inglaterra, la Premier League impuso el gran relato de que sus clubes podían ser comprados sólo por personas “adecuadas” (”fit and proper person test”). Y así llegó la era de Chelsea-Roman Abramovich. Superada ahora por los polémicos clubes-estado que imitaron a PSG-Qatar: Manchester City-Abu Dhabi y Newcastle-Arabia Saudí. Todos, subidos a la vidriera generosa del fútbol.
La furia lleva hoy el nombre de Hugo Moyano, el sindicalista todopoderoso insultado en la TV, presionado por la Justicia y los hinchas para convocar a elecciones, y que resiste a tener que salir también él por la puerta trasera. Tinelli y Moyano ganaron títulos en sus primeros años. Y elecciones de modo aplastante. Mejoraron primero a sus clubes. Pero el fútbol termina dejando a los superhéroes sin la capa voladora. Cuentan que Moyano, que dotó de hoteles, obras sociales y buenos salarios al gremio de Camioneros, tuvo siempre, en términos políticos, más ambición que olfato. Su querido Independiente podía ayudar. Pero la lucha, la negociación (y la extorsión) no son iguales en el fútbol que en el sindicato. Más que a aquellos presidentes pioneros de Inglaterra (James Walsh y Henry Norris), cuentan que Moyano admira a Jimmy Hoffa, capo de la Hermandad Internacional de Camioneros, preso varios años y abonado al Giants Stadium, casa de New York Giants, de Cosmos, sede del Mundial ’94 y demolido en 2010. Hoffa –su muerte es un misterio– fue asesinado en 1975 por la mafia. Su cuerpo, según una leyenda urbana, quedó en el hormigón del estadio al que amaba. En el Estadio de los Gigantes.
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